jueves, 29 de noviembre de 2012

Ballinstadt




Dos días antes de la llegada del barco, ya los habían ubicado en una pensión cercana a las vías del tren. Un verano de expectativa se dirigía a un otoño corto, que ya se olía en los suelos embarrados con hojas prematuras.
El árbol testigo de su de su próxima partida, era núcleo de juego para los niños. Ella abrazaba su cuerpo vestido de corteza, y fantaseaba llevárselo. Pensaba cada detalle con tal rigurosidad, que si hubiera tenido los medios fantásticos para llevar a cabo su plan, el árbol crecería todavía hoy en su jardín.
Un concierto al aire libre me ha parecido siempre una buena idea, dejar que el viento doble las notas, logrando así una interesante variación de la desgastada música clásica. Las melodías intentan en vano atravesar las correntadas perdidas de viento marino que se cuelan entre el público que se asolea. El flautista pareciera estar especialmente molesto con el problema de la “desafinación” (escrito entre comillas porque he incluido este fenómeno acústico en la interpretación de la obra, le da vida a una sonoridad petrificada). Se nota en su cara, sus labios se tuercen cada vez que toman aire, porque aprovecha a demostrar el asco que este nuevo fiato le produce en cada cesura.
-“Un espacio considerable en el espacio de carga del barco, ya que el árbol necesitaría una base de tierra para sobrevivir, y unos kilos extra para cambiar cuando se quede sin nutrientes. Agua, mucha, este árbol debe necesitar una gran cantidad de agua dulce, y si durante el viaje no llueve, tendría que utilizar alguna reserva. Son muchas ventajas, los niños podríamos divertirnos durante el viaje, eso traería paz a los mayores, que ya descargados de nosotros, podrían dedicarse a sus juegos de cartas y sus planes. Siempre planean los adultos, hablan de llanuras y de fábricas, yo sólo imagino mi árbol en la nueva tierra”-, piensa.
Terminada la música ensillamos nuestras bicicletas y arrancamos hacia el sur, devuelta a casa. Es un tramo largo. Nos detenemos en un lugar que nos ha llamado la atención, es un pequeño amarradero derruido, a la vera del río Elba, donde se encuentran también tres construcciones de similares medidas todas ellas, que parecieran haber sido utilizadas con otra función años atrás. Ahora, en una de ellas, han abierto un restaurante, y ahí es donde vamos a comer algo liviano, para continuar luego nuestro camino.
El día de la partida no pareciera tan glorioso como tantas veces le habían contado. Los cascos salitrosos no brillaban como en el cuento de hadas que su madre le relataba cada noche del pasado verano y el presente otoño, en cambio eran barbas de óxido opaco que cubrían el nombre de cada barco. El día tampoco era soleado y fresco, y la gente allí presente no festejaba la inminente partida, no hubo banquete de despedida, ningún niño revoloteaba alrededor del árbol que, para variar, no viajaría con ellos ni en sueños. Es decir, ni siquiera podría esta pequeña niña llevarse una rama. Que decepción mas grande, ella creyó posible conservar un recuerdo de su amigo, y aunque al lector le suene extraño, ella era optimista con respecto a la idea de llevarse a su amigo entero consigo. Es que la fantasía no tiene límites, y las alentadas por los cuentos antes de irse a dormir de los padres, esas fantasías no solo no tienen límites sino que también toman factibilidad. Así que ese no fue un buen día. Ella no hablaría de este día con sus nietos.
En una de las mesas de afuera, procuro sentarme a la sombra, el sol otoñal no tiene la fuerza del veraniego pero aun así vuelve loco a mi hipotálamo, me genera sed y calor de más. Por sentarme bajo la sombrilla, tengo una vista privilegiada hacia el río y las bicicletas, que descansan junto a un árbol.
Justo con la llegada de la comida me levanto, y mi pareja me mira inexpresiva, algo molesta. Es este insoportable ritual que se me ha hecho tan común: ir al baño antes de comer. Porque debo cruzar el interior del restauran para llegar al baño, paso frente a un negocio de souvenirs que me llama particularmente la atención, ¿por qué habría de vender souvenirs el restauran?. Me tomo el tiempo de investigar qué es lo que todo este merchandising hace recordar a sus compradores. Tasas, banderitas, lapiceras, y muchos otros cacharritos estampados con banderas de diferentes países. El desconcierto crece en mí, la pregunta se retuerce tanto como el labio del flautista irritado. Mapas con rutas de navegación, camafeos por doquier, peluches de ratas con cola hechas de algún material que le permite a uno colgarlas de, por ejemplo, el techo, cual marsupial (que mezcla).
La descripción podría continuar un párrafo más, pero decido dirigirme a las postales, ellas explicarán lo que aquí sucede. Las postales dan siempre la pista, si uno se pierde, ellas nos muestran en qué país, ciudad o lugar nos encontramos, y qué particularidad hay en las cercanías, qué monumento hace que el lugar en el que estamos sea objeto de la historia.
Esperaron horas, todos amontonados entre los depósitos. Al principio casi no se podía hablar con quien estuviera al lado de uno, el griterío, los llamados de atención, las familias intentando organizarse en grupos, juntando a los chicos, cuidando que ninguno se pierda en las oleadas de gente. Todos buscaban un lugar cercano al amarradero, cerca del puente de embarque. Luego, sólo se escuchaban los gritos de los tripulantes informándose durante el largo proceso de carga de equipaje, que, si bien no era mucho, debido a las limitaciones espaciales los cofres de viaje debían apilarse de tal manera que entre cada uno de ellos no queden huecos. No es que nadie hablara, se que se iban quedando sin energía las voces y los pies, entonces las personas se comunicaban en voz baja, nadie quería interrumpir el griterío de los marinos, nadie quería perderse de nada de lo que sucediera, atención absoluta sobre el personal anclado en el puente de embarque.
Ballinstadt dice en cada postal. Fotos del restorán hoy, y el mismo lugar en blanco y negro, pareciera, hace años. En medio de mi investigación entra a la sección de recuerdos mi novia. Tiene mirada de enojo, es que la comida se enfría, hace tiempo que no fui al baño, y ella me ha esperado, se preocupó y vino a ver qué sucedía.
Su rostro cambia a medida que se acerca al negocio. Una vez ella junto a mí, la noto interesada en ver de qué se trata todo esto. Y luego esculcar rápidamente los productos (y sus precios), responde a mi pregunta: “este amarradero era antes un pequeño puerto, del cual, si no me equivoco, zarpó tu abuela hacia argentina cuando niña”, y un instante después confirma: “sí, tu abuela se subió al barco en este puerto”.
76 años después, aquí me encuentro, en Hamburgo, en el barrio de Wilhelmsburg, mirando las fotos en blanco y negro que muestran este mismo lugar otrare, en tiempos de oleadas migratorias, y en todas las imágenes un testigo, un árbol tan viejo como la historia misma, que vio partir a mi Oma, y hoy, ya cansado, observa mi bicicleta.
A los ocho años de vida, ella comenzaba el viaje de su vida. Un viaje que la llevaría a su hogar, un lugar que haría que el no haberse llevado a su amigo de madera con ella no fuera ningún inconveniente, un país que le daría nuevas raíces.
El viento sopla y hace que la música se afine diferente, que un Do de escritura suene a un Si alto. El tiempo pasa y hace que la historia se cuente diferente, pero hay cosas que permanecen igual, trasladan la historia, y lo complicado es llegar a ellas, detectarlas.
Un último trago de gaseosa y terminamos nuestra merienda. Vamos a buscar las bicicletas estacionadas más allá, junto al árbol. Levanto el pie de mi móvil y antes de irnos apoyo mi mano sobre la corteza añeja, un momento. Entonces imagino que la huella dactilar de mi pulgar derecho, se encuentra con la huella de una niña de ocho años, que quiso que este árbol estuviera en su jardín.

domingo, 18 de noviembre de 2012

(sin título)



Hacía mucho que no soñaba con el firmamento acercándose hacia mí, yo acercándome al firmamento. Un suelo que va ganando dimensión con la cercanía, al alejarse. En realidad no es una superficie, sino incontables puntos blancos que dimensionan formas sobre un fondo vacío. Y este sueño fue recurrente, y hace unos años dejó de serlo, ahora sucede pocas veces en el año, o cada años.
Describir la sensación que el sueño siempre me produce (he notado que no cambia) sería lo único que me permitiría explicar el sueño en si. Es la sensación de una caída infinita, pero sin arriba ni abajo, porque no caigo hacia algo, pareciera que ese algo cae hacia mí, que siento caerme. Y casi al encontrarnos se renueva el recorrido (mal llamado recorrido) que nunca deja de reaparecer, o no empieza a aparecer, nunca.
Lo importante en realidad, es que se repite una especie de ciclo. Pero la frecuencia es absolutamente incierta, no tiene número, no se repite igual.
Primero los puntos parecen venirse a mucha velocidad, después están estáticos, y luego algunos más lejanos y otros sobre mí.
Hacía tiempo largo que no tenía este sueño. Lo recuerdo cada vez al despertar, lo he comentado antes del desayuno, como dice el dicho, para que se haga realidad. Pero nada ha sucedido, aunque sí se ha repetido varias veces mientras duermo, como diciéndome: he aquí tu realidad.
La realidad se diferencia de los sueños porque uno choca contra ella. Eventualmente, si no chocamos, podríamos estar soñando. Y lo que el choque trae consigo, un dolor, un estado de shock, es una suerte de prueba. Y el conocimiento del dolor nos convence de no estar soñando. Si no conociera el dolor, no sabría diferenciar entre un sueño y la realidad.
He despertado y todavía es de noche. Ya me he encontrado con la superficie de puntos multidimensionales, y creo haber despertado, y todavía la noche. El insomnio mezclado con el sueño y la noche que comenzó a deshacerse en mi almohada, sigue afuera, leyendo lo que escribo. El nivel de realidad se agudiza, pero no se repite a la distancia, espero el golpe que me indique que el mundo está en su constante devenir, que estoy aquí. Espero un golpe que me de la noción, o despertar.
Mañana, noche atrás, verificaré si el texto que en sueños escribo sigue ahí, o si el duende diabólico de Descartes se lo ha desecho en su risa, la mofa del pequeño desagradable que ha hecho de mí, por años, bóveda de un sueño interminable, indescriptible y suspendido. Y los puntos blancos sobre nada, los puntos de nada sobre lo infinito, toman dimensión a medida que mi anular derecho busca el camino al porvenir, primero la coma que anteriormente presioné, y tanto después el punto.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Quiero un enemigo



 Variación sobre la persona ejemplar de José Ortega y Gasset


Sobre quien tengo grandes reservas (Ortega y Gasset), pero no vienen al caso, empezando por el hecho de que escribió “El espectador” hace ya casi cien años.
La importancia de un enemigo. Lo necesario de tener una contra, y de esta contra lograr un positivo, es decir, a partir del negativo denominar lo opuesto. Cuando hay un otro negativo, entonces uno se puede definir como el positivo, siempre ante la presencia de lo que nos defina como su opuesto.

Estaba sumergida en su tarea, desvariaba sobre algunos recuerdos, y sobre su hombro sintió el roce de una mirada, y supo en ese instante que alguien se encontraba detrás de ella. Supuso también que quien se encontraba a sus espaldas era ella, no ella misma, sino su pareja. Y esta mirada no era de las que le estremecían el abdomen, cual descenso repentino y veloz, en cambio era una alergia lo que estos ojos le referían. Esto se debía a que conocía perfectamente las intenciones de su chica, quien se desprendía de este rótulo a cada paso que sus ojos daban hacia la cocina, donde la primera ella limpiaba algunos vasos.

Son muchos los casos conocidos en los que sólo con la creación de un enemigo, se han llevado a cabo las más atroces empresas. Para no ahogarse en un ejemplo específico, daré como denominador común la guerra. En los últimos años hubo un caso particular que pareció una tomada de pelo, algo en broma, pero que, lejos de serlo, tomo varias vidas: las invasiones a diversos países en pos de obtener pozos de petróleo.
Quiero hacer hincapié en la escusa utilizada por el atacante a la hora de invadir y destruir tierras otras. El fundamento fue el de vencer a un enemigo. A partir de esa premisa, se valió todo para conseguir el verdadero fin, el económico (y aquí hago una pequeñísima aclaración al respecto, ya que el petróleo también podría ser una pantalla del verdadero fin económico: la producción y venta de armamento bélico, que se extiende, luego de una guerra, a los civiles, por medio del miedo ante la posible existencia de un enemigo similar al vencido, terrible).
Desde este ejemplo anterior podemos trasladarnos a otros niveles y contextos sociales. La invención de un enemigo es la vía, el arma, para alcanzar un fin no justo; y los fines injustos son motivo no solo en la guerra, sino también en el común devenir de una democracia, cualquiera que sea el país. En medio de un contexto que no pareciera propiciar la caprichosa creación de un enemigo, esto sucede, y no de manera disimulada, sino con el mismo y descarado método: definirse bueno a partir de ser el opuesto del malo.

Una tarde de otoño invernal, y toda la belleza que esto conlleva, arruinados por una actitud, un comportamiento ejemplar. En realidad, el comienzo de un proceso de erosión detectado, final. Terminó de secar el último cubierto y sin moverse de la mesada, con sus manos apoyadas sobre el horno eléctrico apagado, dirigió sus palabras, pero no su mirada o gesto alguno, a su pareja, y le informó que a partir de ese instante, ya no sería su pareja, que sólo se refiera a ella como su ex, quien dejó de estar a su lado por ser un contraste donde resaltar, al punto de mentir, quien resaltara, para que el contraste sea el defecto, mentir sobre el funcionamiento de las cosas, inventar conocimientos que nunca tuvo, explicar lo que no necesita ser explicado, tomarse el tiempo valiosos de la vida en explicar meticulosamente algo absolutamente absurdo, sólo para dejar en claro que la razón, la verdad, estuvo siempre de su lado, no importa en qué estado (útil o inútil), la verdad siempre junto a ella. Ella, que dejaría de ser pareja de quien esta noche secara los platos, para convertirse en una persona ejemplar, sola, y con la verdad en su mano.

Este es el renglón adecuado para aclarar a qué a punta este falso ensayo. El ser bueno definiéndose como opuesto del malo, es una falsedad. El que uno sea opuesto al malo, no quita a uno su maldad, o mejor dicho, siendo opuestos al malo no obtenemos bondad, no somos buenos por no aceptar lo que el malo, sino por hacer “el bien”, o hacerla bien (en su acepción positiva).
José trata en su ensayo el problema de la persona ejemplar, el ejemplo de persona bien: este ser se identifica a sí mismo como buena persona a partir de lo mala persona que es el otro. En realidad en el texto de Ortega y Gasset la persona es ejemplar señalando lo que el otro hace mal. Entonces (y resumiendo) la persona ejemplar necesita de un otro que haga su parte defectuosa, para así contrastar y ser la otra opción, la que está en lo correcto.
Me resulta tanto más interesante que detectar a estos seres ejemplares, encontrar sus límites. Pareciera ser un objetivo útil saber hasta qué punto a una persona le urge ser ejemplar, qué lo llevaría a desear esto, y qué tanto haría para lograrlo. ¿Iría alguien a pasar por sobre un semejante para lograr su cometido?, ¿de qué manera pasaría sobre otros?, ¿qué sería pasar sobre otros?, ¿qué otros?.
Esta última pregunta es la chaveta de este ensayo, el detonante. Porque algo que la persona ejemplar se pregunta antes de trajearse de malos ejemplos, es “quién puede ser mi fondo en este contraste?”. Anteriormente escribí que la persona ejemplar requiere o mejor dicho, depende del defectuoso accionar de otro. Ahora bien, no es sencillo encontrar a otro que haga mal las cosas, que las haga tan mal como para dejar bien parado al ejemplar. Es aquí entonces donde comienza la campaña de “erosión de la moral”. Poco a poco, y de manera constante, la persona ejemplar va degradando algún aspecto aparentemente ético de su víctima (la cual pasará luego, a ser el victimario).
Este proceso abunda en hipocresía y falacias, se llena cada instante de tranquilidad del otro atacado, de falsos consejos (en un principio), sugerencias (luego de un tiempo) y finalmente lamentos, suspiros desalentadores y meneos faciales redundantes, acompañados de un coreográfico ascenso de las cejas. Pero nunca un argumento. ¿Está el otro en condiciones de discernir en tal melaza una razón?, en la mayoría de los casos no. Y esto es lo que la persona ejemplar busca en un enemigo, falencias en la detección de argumentos ajenos y la concepción de los propios.
Al entrar el nuevo enemigo en esta dialéctica falaciega, ha caído en la trampa, entró al campo, ya no dialéctico sino de batalla, de la persona ejemplar, y como esta persona se ha empeñado en hacerse ver bien durante su campaña de erosión, el enemigo empieza la carrera que a la nada lleva, con desventaja, ya que dentro de la dicotomía, el lugar del bien esta reservado, ya hace tiempo y por contraste, por la persona ejemplar.

Con el pasar de los años la verdad fue tomando un sabor amargo, tan lejano al placer de elevarse sobre los demás, ya con toda la razón y la verdad en ella, no hubo nada más que tomar, nadie a quien explicar, ya no quedó mal para hacer bien, y una vez sin el contraste, su persona quedó vacía, sin razón de ser.

lunes, 29 de octubre de 2012

Identidad debilidad


 
I love America, y frases como ésta, ameritan un falso ensayo, una verdadera reflección sobre un “plan” siniestro y genial. A no tomarme por paranoico, ya que detallaré de forma precisa el cómo y por qué de este “plan”.
Hay momentos en que se encuentra el ciudadano mundial, frente a problemas velados, es decir, de difícil detección. Son problemas submarinos, se propagan infectando diferentes centros demográficos y generan las peligrosísimas frases hechas, que forman parte de una especie de sentido común o inconciente colectivo, y llegan a este estado inconciente por medio, generalmente, de algún mercado.
Me encuentro entonces en la dificultosa empresa de romper una idea fija que no hace otra cosa que debilitar la identidad de quienes cierto imperio (y no digo país, atenti * ) quiere dominar. En este caso puntual me refiero a la identidad de todo país que se encuentre en el continente americano.
Dos palabras que al leerlas se entrelazan y forman una realidad, sin necesidad de conectores crean su significado: Identidad debilidad. Es que cada vez que escucho a alguien decir “I´m american”, o I´ve been in America”, se me traban las neuronas, no puedo continuar con la conversación, por más insignificante que fuere, sin antes aclarar que “que casualidad, yo también soy americano” o “yo también estuve en América, claro”. Y, si bien no utilizo estas dos frases textuales como respuesta, ya que el toque sarcástico generaría solo enfado, o desconcierto, o enfado por el desconcierto (cuando mi interlocutor no ejercita su cerebro), entonces solo me refiero a mi procedencia y aclaro que lo que se llama América es un continente, y que en la parte norte del mismo se encuentra, entre otros países, Estados Unidos, en donde, a su vez, hay cierto grupo de personas que se ha empeñado en establecer sobre su gente (y más tarde sobre otros) que ellos, EEUU, son América, que lo demás ni pincha ni corta, no existe, lo que resta son solo países fértil para golpes de estado, saqueos económicos y expropiaciones culturales.
A esta altura del texto no solo puede creerme el lector paranoico sino también irónico. Bueno, es que tengo sí, poco de objetivo en este falso ensayo, pero, paciencia.
Este tipo de aclaraciones constantes (procedencia y demás) son el trabajo de hormiga que realizamos muchos de forma conciente. Y una meta, la primera de varias, sería que este trabajito de aclarar cada vez que el submarino se detecta, se lleve a cabo de forma in-conciente o automática. Y que (próxima meta) poco a poco, quien reciba esta aclaración lo haga con placer, ya que ha entendido su error o mal entendido. Y luego, claro, que la aclaración ni siquiera exista, que fuese innecesaria.
Para terminar de erradicar la idea de algún (ya) desprevenido que siga pendiente de mi posible paranoia, contaré una historia real (y ya sé que cualquiera podría elegir creer que esta historia que contaré no es real, porque además, este blog se llama El falso ensayo, lo cual da cierta idea de que lo que aquí se escribe es falso. Bueno, pero no es tan así, no tanto):
Un jueves, hace cinco meses aproximadamente, terminando la clase con la pequeña alumna Kara, le conté de qué país provengo, que quedaba en América bieeeeeen al sur, y al terminar de aclarar mi procedencia la niña miró a su madre, y ésta como reflejando la voluntad de su hija, me dijo: “Ah!, nosotros estuvimos en el sur de América”, a lo que yo pregunté cual acto reflejo: “¿En qué lugar?”, y la respuesta fue la que ratificó mi “lucha” por una identidad básica más clara (que no es mi “lucha”, sino nuestra, de todo el continente). Ella respondió: “En Florida”.
Y este es un ejemplo, tremendo, pero un ejemplo al fin. Incontables veces, en medio de charlas con personas adultas, jóvenes, viejas, escucho esta cuestión de que América es un país y en algunos casos, los más livianos (pero igualmente desastrosos), resulta que Norte América es un país. En esta segunda opción se anulan menos países pero el efecto es el mismo.
Lo que me preocupa seriamente son las personas oriundas de alguno de estos países anulados en esta estratagema semántica, quienes se refieran a los Estados Unidos como América, o Norte América. Esto último me desespera, me opaca el humor, me pone sencillamente mal. Y pienso en un estadounidense que también sucumbe ante esta problemática, y experimenta también cierta merma de su identidad, ya que no puede definirse a sí mismo mas que como la plataforma risomática e impersonal lo establece: americano. Qué tan difícil será para un USAian (¿diría en inglés?) sin falso orgullo, aclarar en una conversación mínima que él no solo es americano, sino también Estadounidense (USAian), y demás.
Difícil encontrar culpable o culpables, difícil acusar, difícil e inútil, no solo porque cualquier denuncia podría diluirse fácilmente en un millar de nombres, cargos y dependencias, cual papa brotada. Es que no importa culpar, no es necesario. Actuar en favor de es lo que vale, hacer ahora por medios humanos, aclarar en cada momento, a cada persona, instalar la aclaración cordial, entendiendo el problema y su solución, dejando a un lado (junto y no debajo) a lo “culpable”.
Cuando dejamos de referirnos a las cosas estas pueden desaparecer. Cuando dejamos de considerar al prójimo, la identidad de éste se deshace, deja de ser quien es para convertirse en quien algo más posado sobre él (y allí sustentado por millones), dice que es.
I´m from America, ich komme aus Amerika, yo provengo de América. No es cuestión de idiomas, sino de voluntad.
Y escribo una última frase que hace de este texto un poroto rancio:
 “Las suma de las partes no es el Todo, sino todas las partes juntas” (Walter Benjamin).

*ya que no es el país o sus habitantes los autores intelectuales y materiales de esta situación. Ellos, quienes en EEUU viven, americanos, son receptores primeros del ataque del mercado y/o política que pretende endurecer la capacidad crítica de la población.

miércoles, 24 de octubre de 2012

El tono de un escritor



Usted dijo alguna vez que  <<la literatura es un tono>>.

Sí, una especie de voz que narra. Llamo tono a un ritmo del lenguaje que nos permite narrar. Yo sé cuál es el tono que tiene Renzi, y ese tono es el que
construye la historia.
(Ricardo Píglia - “Crítica y ficción” -  editorial Anagrama)



“(…) una obra: algo que permanece, que no es del todo traducible, que lleva una firma (…), algo que tiene un lugar, cierta consistencia; algo que se archiva, a lo que uno puede volver y puede repetir en un contexto distinto; algo que todavía podrá leerse en un contexto en que las condiciones de lectura habrán cambiado.”
(Jacques Derrida - “El gusto del secreto” – Amorrortu/editores)


Por tal o cual forma que el vidrio de las ventanas del tren tiene, al mirar hacia fuera, apagándose ya el día, uno logra ver solo un entramado de sogas azules cuadriculadas extendidas hacia el infinito, y en medio de la maraña, veo mi reflejo, y un desdoble de mi reflejo, me veo reflejado con delay. Y me da la sensación de que no es exactamente un delay de mi imagen, no soy yo repetidas veces desfasado. Creo que soy yo mismo, lo que fui dejando, lo que fue quedando de mí, que me permite mirar hacia lo hecho, el archivo, y retomarlo.
No es algo que suceda automáticamente, yo no estoy todo el día buscando imágenes disparadoras de metáforas, primero esta la necesidad de expresar algo, luego busco la forma.
Sucede que leo un texto del cual tomo cierto punto desarrollado, como recapitulación de un tema anterior: el tono de un escritor. Que tan interesante me resultó, que terminó siendo motivo de una obra musical, en la cual tres músicos leen para sus adentros en forma expresiva, textos de diferentes autores, y percuten cada sílaba que leen, haciendo sonar así el tono de cada escritor. Por supuesto que esto todavía no se ha probado, no se ha tocado, y por esta razón, no es más que una hipótesis, la cual no me pertenece, pero me apropio de la misma y la traduzco al lenguaje musical, abstracto, acéfalo de existencia concreta.
No una traducción a otro idioma, sino a otro lenguaje, o mejor dicho, a otro plano. Sí, en realidad es a otro plano u otro mundo, la traducción que pretendo. Quiero extraer algo de una esencia que supongo existe: el tono del escritor. Ricardo se refiere a ese tono como “un ritmo del lenguaje”, y es está sugerencia (lo he entendido como una sugerencia) la que utilizo para tomar las primeras decisiones sobre la composición de mi obra: -“voy a usar” (me digo), “instrumentos de percusión, y voy a trabajar básicamente con el ritmo”.
Estas primeras respuestas a las preguntas ¿qué?, y ¿con qué?, son sólo la hoja y el papel, y sobre este campo blanco es que comienza la real y complicada tarea de la traducción. Porque es eso lo que realmente quiero hacer, traducir la rítmica de los textos leídos en los instrumentos percutidos. Entonces pruebo (que bueno probar).
Podría escribir una rítmica determinada, exacta, la rítmica de cada palabra de cada texto, sus matices dinámicos, sus diferentes velocidades. Pero estaría realizando una traducción literal de los textos, y no creo que esto sea algo que me permita comprobar la existencia de estos tonos. Si los tonos están ahí, deberían sonar al ser leídos desde el texto y no desde las notas. Yo no debería ser quien escriba estos tonos, porque pasarían a ser mis tonos, el ritmo que yo interpreto, y esta interpretación sería a su vez interpretada por otros músicos que, seguramente, buscarían ejecutar e interpretar estos tonos (ya míos) lo más exacto posible, teniendo en cuenta la intensión del compositor; que sería en este caso, hacer sonar MIS tonos. Sería una especie de muestreo del texto de muy baja calidad.
La lectura proveerá los tonos, si es que allí se encuentran.
Mi intento de traducción daría tal vuelta maromética, que llegaría a oponerse rotundamente mi intensión primera, mi idea apropiada. Es decir que mi intensión se opondría a mi intensión, un agujero negro que todo lo chupa, la perdición del compositor, el por enemigo del compositor: los agujeros negros.
Dos días después. Noche cerrada, luna izada. Las sogas alumbran el infinito mientras un texto va tomando forma. Volviendo a mi casa en Hamburgo. El tren con muy poca gente en su interior. Tarde. Volviendo de un concierto repleto de noteríos, a excepción de una pieza. Tarde. Y voy a llegar aún más tarde, porque tengo todavía por delante un tren más y un micro (a estas alturas nocturno, de los graves, de baja frecuencia).
Ya se encontrarán en mi biblioteca Jacques (durmiendo en mi mochila) y Ricardo (esperando sobre el escritorio del estudio), y traducidos ellos, seguramente se leerán las tapas.
Voy a procurar ubicarlos en estantes diferentes.

J. Monera

sábado, 20 de octubre de 2012

Hojas arrancadas



 Hojas arrancadas. Son  las que vuelan en primera instancia y luego se desplazan en camiones, y una vez en mano se leen y se siente, casi sin necesidad de esforzar la imaginación, el trazo fresco de la lapicera presionando sobre la madera del escritorio contándonos falsas novedades, por anteriormente contadas.
Entre la quinta y la sexta parada del tren en el trecho desde Hamburgo hasta Neuemunster, mi perspectiva se amplió, solo por unos tres minutos, el tiempo entre paradas. Se me ocurrió entender, de una vez por todas, lo que una hoja arrancada significa.
-“Voy a revisar dos posibilidades que pueden parecer extremas a primera lectura:”, me dije.
“La primera sería una especie de desengaño, le quitaría (antes de siquiera habérselo agregado) un valor “agregado” a la hoja arrancada, la despojaría de su parte romántica y diría que una hoja arrancada es desinterés, un ejemplo de desconsideración hacia el destinatario. Porque quien la envía no se preocupa, no se toma unos minutos adicionales en emprolijar el borde de pequeños trozos de papel de medidas irregulares. Y poniéndome fino podría decir que hay una profunda contradicción en la intencionalidad del mensaje a enviarse. ¿Dónde se vislumbra este vacilar?, en el hecho de arrancar una hoja con el fin de preparar una misiva de bordes lisos, de esquinas rectangulares y gran prolijidad. El comienzo de la confección de este mensaje es erróneo, mejor sería tomar una hoja para impresora, o comprar un papel extra, o utilizar otro soporte. Entonces, esta primera acepción de Hoja arrancada (ahora con mayúscula y en cursiva) es el reflejo de la hipocresía de una persona que no envía en su carta (a esos casos es que me refiero) otra cosa que el siguiente mensaje: “necesito partir del error para ser una persona ejemplar, de esta manera tengo algo que solucionar”. Para ponerlo en otras palabras, como una hoja arrancada nunca dejará de haber sido arrancada, está en su esencia, quien arregla la hoja cortando los márgenes se ha ganado un dilema.
La segunda, en cambio:
¿Qué hay en una hoja arrancada?. Cuando se recibe una carta, abre el sobre y nota que el texto está escrito en una hoja que fue arrancada, uno siente el afecto de la espontaneidad y la verdad, se comprende al instante que lo que ha motivado a este remitente a escribirnos es, desde un principio, genuino. Esto se debe a que, si bien en la cabeza de quien escribe rondó la idea de enviarnos una carta antes de sentarse y escribirnos, el hecho de escribir, el momento en que la decisión se hace carne, ese instante fugaz es concebido por un impulso. Este impulso es ese pulsar (ver “Ese pulsar”, El falso ensayo), que es la energía primera, la que reposa durante dos semanas (dependiendo del tiempo que al correo le lleve hacer llegar el envío a destino) y luego, cuando en manos de un lector, invade al mismo, y en realidad no lo invade, sino que lo ocupa.
En el acto de arrancar una hoja para escribir está la espontaneidad, lo genuino y lo verdadero. Algo tan sencillo y aparentemente banal, trasciende su condición de objeto y se convierte en una especie de obra de arte que viaja miles de kilómetros por aire y tierra para contarle a otro, algo que puede no ser tan importante como la carga de su esencia arrancada, esto que uno se arranca junto con la hoja y envía, una porción de espíritu que llega a manos de un ser querido, el afecto en un objeto tan censillo y aparentemente banal. Un cacho de alma arranca uno, y lo envía a la aventura, y si llega, solo si un día desprevenido bajo la puerta se entromete en una tarde cualquiera una carta, solo entonces el alma pasa a otro cuerpo lector, y he aquí que el nuevo servidor comienza el camino al impulso primero. Un cuaderno deshojado a tirones es un diario de cartas.
Supongo que solo con mandar una hoja arrancada por correo postal, sin haberla escrito inclusive, envía uno un mensaje sumamente claro: “el afecto e interés depositados en el impulso, dedicado éste a vos, te envío”.
La hoja arrancada es catarsis de la distancia. El enojo, la furia, la ansiedad o solo el apuro, traducidos en el rompimiento del papel.
Por eso, cada vez que leo una carta, comienzo por los bordes del papel”.


L. Gírgola

martes, 11 de septiembre de 2012

La risa de Kagel, la locura de Schumann


Dentro de cada pieza musical se encuentran, a veces en su superficie y otras veces en sus profundidades, mensajes que el compositor ha rodeado de sonido. Como ya dijimos, en algunas ocasiones estos mensajes empapan la música que los contienen, pudiendo mal interpretarse o sonar ingenuos, y en otras ocasiones, las más interesantes, lo que el compositor quiere expresar, esa idea que rodea de notas, requiere para ser encontrada, cierta atención, suspicacia, y hasta a veces picardía.
Robert Schumann supo componer un Lied (canción) en la cual escribe una extraña indicación de expresión al pié de una melodía: innere Stimme (voz interior). Una interpretación sobre esta indicación ha sido la siguiente: la innere Stimme  debe ser imaginada por el intérprete al tiempo que toca el resto de la música escrita, esa melodía no debe sonar, por lo tanto no se debe tocar sino solo imaginar, y así llegaría el músico intérprete a conseguir el sonido ideal y deducir el mensaje intrínseco en la pieza.
Esta es una teoría que entiende la sugerencia de la voz interior como expresión de una profunda espiritualidad por parte del compositor, mediante la cual éste traspasa los límites del cuerpo del instrumento y del propio ejecutante creando un vínculo intangible entre los dos. Por otro lado, hay una teoría que se centra más en la tremenda esquizofrenia que Robert padecía, esa que lo obligaba a encerrarse bajo llave y pedir a sus estimados detenerlo de cualquier manera si este los atacaba.
Él podía prevenir la mayoría de sus ataques esquizofrénicos (los cuales pareciera ser, eran algo violentos) porque antes de que su voz interior le hablase y le sugiriese descuartizar a su esposa, él escuchaba un insoportable tinitus. Este sonido agudo y constante en su cabeza le servía de alarma.
Puede ser entonces, que la innere Stimme de la cual Schuman nos habla en su Lied no se trate de una forma de cantarle al espíritu una melodía que completaría la música para piano, sino una advertencia: si usted escucha esta melodía en su mente, o su voz interna le quiere persuadir de tocarla en el piano, aíslese tan pronto como sea posible, se lo recomiendo.
Hacia el año 1909 Arnold Schönberg compuso su Op11, dentro del cual se encuentra la un tanto controversial pieza N°3. En ella es difícil encontrar una construcción formal convencional, se podría decir que sus materiales musicales son vestigios de una historia, de una tonalidad, son sonidos del pasado. Claro que para notar esto tiene uno que hacerse de un análisis bastante profundo y encontrar estas frágiles relaciones de notas y acordes. Es decir que a simple escucha los sonidos del pasado no se oyen, uno tiene que imaginarlos, siempre cuando previo aviso o previo conocimiento.
Además de estos escombros tonales incrustados en la pieza N°3 del Op11 de Schönberg, al escuchar tanto ésta como algunas piezas anteriores y otras posteriores, un oído acostumbrado (por ejemplo uno de los del grupo M) a cierto lenguaje musical, podría percibir algo un tanto intenso: la disonancia. Que más allá del dicho (la frase suelta pareciera ser un dicho) que dice “Schönberg buscaba emancipar la disonancia”; se escucha una sonoridad constante y tensionante (repito, si uno tiene la oreja acomodada en modalidad tonal). Este es el caso de un gran desbalance entre el mensaje críptico y el obvio. Críptico el mensaje que significan estos materiales-vestigios del pasado: ¿un respeto?, ¿temor?, ¿lealtad?. Y obvia la sonoridad pregnante, la disonancia emancipada de la tonalidad.
Para un congreso de medicina se le pidió a Mauricio Kagel la composición de una obra para estrenar durante el congreso. En esta pieza tres intérpretes deben tocar sobre un mismo piano, también percutir sobre el mismo. La percusión juega un importante papel en esta música: contiene un mensaje en clave Morse, pasajes del juramento hipocrático. Pocos (me animo a decir nadie) en su momento percibieron el mensaje, claro, no era algo tan sencillo, pero sí cómico que a todos los médicos presentes se les “recitara” el juramento hipocrático sin que ellos si quiera lo intuyesen (¿un recordatorio?). He aquí un claro ejemplo de mensaje oculto, dilucidable para un músico compositor conocedor de la obra de Kagel, pero difícilmente reconocible para un médico o cualquier otra persona que no estudiase la composición contemporánea. La comedia es en esta obra el elemento oculto, un chiste dentro de la solemnidad que un concierto en un congreso de medicina conlleva. Imagino a Mauricio sentado en una primera fila con su invitación en la mano: “Kagel y acompañante”; no pudiendo resistir su risa, dejando escapar sonidos guturales similares a los de un accidente escatológico. Y los médicos a su alrededor preocupados por su salud, porque el viejo Kagel pareciera tener tos, o un malestar estomacal. Debaten en voz baja hasta que uno arriesga un diagnóstico: teniendo en cuenta la ausencia del principal síntoma de la descompostura estomacal, el olor a pedo, ha de tratarse de un resfrío.
Sea por el motivo que fuere: expresión, condicionamiento o humor, hay mensajes en la música y está en el compositor la difícil tarea de rodearlos, vestirlos con sonidos.


J.P. Pettoruti

domingo, 9 de septiembre de 2012

Ese pulsar

En un suburbio de Berlín, bajo una fría garúa de verano espero se haga la hora para presionar el antiguo timbre con la inscripción Jonhart.
Pretendo ser puntual porque he llegado hace ya media hora. Luego de una amena charla acompañada de un café (rico, a pesar de su inexperiencia cafetera) me perderé en el Stadtpark y partirá, minutos antes de que yo llegue a la estación, el tren que debiere haberme tomado.
Recorrido en vano el raído primer edificio, atravesé una pequeña puerta de madera, crucé un camino de ladrillos y subí por una escalera caracol esquivando los escalones de la misma escalera, los que acariciaban mi cabeza.
Entro a su departamento, a su cocina de techo altísimo, estoy en un caserón, ¿estoy en Buenos Aires?. Horacio prepara el café aclarando de antemano que el no toma café y que no suele prepararlo, que sepa disculparlo si se quema el grano.
Pequeña introducción y a lo que nos atañe, mostrarle algunos de mis trabajos: una pieza para piano, una obra programática para orquesta (esta causará alguna gracia) y un Hayku musical para viola, percusión y piano. Él no da clases de composición, ya me lo aclaró, pero me ha dicho que sin problema alguno le echaba un vistazo a mi trabajo, y yo deseoso de una devolución le visité.
En una realidad ideal yo podría tomar su premisa al pié de la letra, dejaría mis estudios en Lübeck y me mudaría a Berlín o mejor, a Francia, para estudiar en el conservatorio de París, el cual es una vidriera desde la cual uno se dispara al infinito y un día, sin saber cómo o exactamente cuándo, la ópera de uno se interpreta en Hamburgo o se estrena una nueva composición en Stuttgart.
Su discurso me es un tanto ajeno, no asible, su crítica sobre mi trabajo es amable y ligera. El café se me está terminando y el reloj pareciera acompañar mi taza. Hacia el final de una idea sobre la extensión de la pieza para piano, él se detiene cortando el oxigeno que deambula por la descascarada habitación.
“El pulsar como el inicio de la música”, señala. “El impulso que toma un dedo, el plectro o una baqueta hacia el inevitable traslado de energía, esa energía que se encuentra en el impulso, en la acción previa”. Es ahí donde debiera yo buscar argumentos, y son esos argumentos los que cree él, se encuentran en el Hayku. Y no se equivoca, y ha vuelto a mi mundo Horacio y me ha dicho algo realmente importante, me ha aconsejado, algo que no responde a la pregunta perenne pero la apacigua. Soy el argentino que compone un Haikou a partir de un tema de Jazz, y es esa la energía en el impulso previo a la música, lo que escucho desde niño, antes de hacerme compositor, antes de haber tocado el piano por primera vez. Este es el pulsar que no puede responder a ¿para quién compongo? pero sí a ¿por qué compongo?.
Horacio me avisa que la ciudad es más grande de lo que parece, que me convendría cruzar el Stadtpark si quiero llegar a la terminal a tiempo.

Juan Pablo Pettoruti

jueves, 6 de septiembre de 2012

Norma y el sinsentido común


Imaginemos la siguiente situación: Nos encontramos viajando en un tren en Alemania desde una localidad a otra (por ejemplo de Lübeck a Hamburgo). En un momento determinado del viaje tenemos la necesidad de ir al baño y hacemos lo propio. Entramos al baño y comenzamos a hacer pis, con la puerta cerrada pero sin accionar el seguro que traba la puerta.
Hasta ahí. Resumimos: hacemos pis en un baño público sin trabar la puerta. Eso es lo importante de esta situación que de imaginaria poco tiene. Y no es nada del otro mundo, es más, siquiera es interesante, pero, aun así, continuemos en el plano del supuesto y agreguémosle un condimento. La especia del “sentido común” (nunca mejor usadas las comillas).
Mientras estamos pillando entra desprevenida al baño una persona, es decir, intenta entrar pero al estar el baño ocupado la puerta choca contra quién se encuentra adentro (que seríamos nosotros, en forma de uno supuesto, claro esta) y el nuevo personaje se percata de que no podrá usar el baño, el baño está ocupado.
A todo este hasta aquí aburrido relato le cabe un final, y es ahora donde quisiera yo, nos tomásemos un instante para imaginar nuevamente este deseado final…
¿Listo?
A mi se me ocurre algo obvio, ¿por qué obvio?, porque supongo un desenlace acorde al sentido común: Quien intentó entrar al baño y se encontró con que había una persona adentro haciendo su pis, se excusa en un nanosegundo, se disculpa solo por formalidad, por lo incómodo del momento, cierra la puerta y se queda esperando afuera, punto.
La realidad es que el hombre se quedó hasta donde pudo entrar con la puerta abierta y decidió que era el momento propicio para enseñarme (regañarme en realidad) que al utilizar el baño uno debe (DEBE, él puso especial énfasis en esta palabra) trabar la puerta.
Si bien es correcto trabar la puerta al ir al baño en el tren, lo que me ha hecho escribir este texto es el rasgo intolerante e ilógico de quien retáseme esa vez mientras yo hacía pis.  El hacer las cosas bien no es lo mismo que el deber hacer las cosas bien. Y es importante la diferencia, que radica fundamentalmente en los efectos que cada una de las prácticas de estas dos frases conlleva.
El hacer las cosas bien tiene como factor fundamental la consideración por el otro. Manejarse libremente (lo libremente que se pueda) siempre y cuando no coarte con esto la libertad o bien estar del otro. Ayudar, comunicarse, tolerar y concebir, son verbos que van de la mano con el hacer las cosas bien, mientras que…
En el deber hacer las cosas bien se esconde una doble intensión, y por ende una doble función de la frase. Deber hacer las cosas bien significa que yo puedo moverme libremente mientras haga lo que debo (las buenas cosas), y el otro puede hacer lo mismo, siempre y cuando haga también lo que debe. No es la consideración lo que mueve al individuo a hacer el bien sino el cumplimiento del deber. Tolerar, ayudar, comunicarse y concebir, deberían ser palabras que se aferren a esta frase también, pero (y aquí el aspecto ilógico), esto se dificulta en la puesta en práctica ya que, si una sociedad promueve el deber hacer las cosas bien puede llegar a forzar situaciones en las que el resultado no es la cosa bien hecha sino lo contrario, porque el razonamiento sería el siguiente: la persona no trabó la puerta del baño, eso está mal, ésta persona no hace lo que debe (las cosas bien), entonces debo decirle qué es lo que debe hacer, es mi parte civil que contribuye a un debido funcionamiento de esta sociedad.
En su afán por hacer bien alguien pudiera lograr lo contrario y convertirse en su peor enemigo, el peor enemigo. Lo correcto puede variar, puede tener que ver con las prioridades de cada persona, aún dentro de una misma sociedad. Los intereses, objetivos y trato varían de acuerdo al individuo. Es decir que lo correcto es como lo bello, una corriente de aire caliente que todo lo eleva. Pero, tolerar estas corrientes, pensarlas, resolver la comunicación entre diferentes culturas, diferentes tratos y formas de reaccionar frente al contingente; eso es hacer las cosas bien.
La fuente del placer para algunos seres humanos está en el cumplimiento de la norma. Y para otros la fuente de placer es la consideración por el otro. Los del primer grupo funcionan muy bien como pueblo organizado, no transgreden la norma y engendran el desapego con las personas. Ellos siguen las normas de convivencia al pie de la letra, pero poco a poco dejan de registrarle a uno como prójimo. Esto lleva a la locura hacia adentro, una implosión de soliloquios.
En cambio el loco lindo, el loco hacia fuera, es considerado, es ese que pareciera no registrarte y luego te invita a cenar, te cocina algo, te tiene presente, habla con vos, no solo consigo mismo cual desapegado social. Todos locos.
En fin, el hombre entró al pequeño baño mientras yo adentro, y en vez de salir rápidamente interrumpió mi ritual íntimo con un comentario sobre la Norma, señora importante si las hay.

L. Gírgola

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Schamand



Baila y remueve el aire a su alrededor. Una nebulosa espesa de aliento de túnel y dejo etílico.
Una tradición, en este caso, de Waltzes de salón. Creo haber escuchado esa característica en la externación del estilo, lo que hace al metro tan simple una música folklórica. Es el detalle no escrito, el que aprendió el flautista en su niñez; el defecto, el error barrial que genera un tropiezo. Cuerda viento y parche congenian, son los tácitos del alemán. Claro, es una danza, y si bien hay costumbres que se adoptan, aquí en Alemania, es este el mecer de la cuna y su mecer también. En realidad ella se tambalea y canta en la cumbre (¿regresión?). Las bocas se iluminan cada ocho minutos y suspiran, exhalan todo su aliento carbónico. Strauss la saca a bailar con fuerza pero ella no cae; conoce el error, el tropiezo.
¡Las ciudades más breves del mundo!; Grosshansdorf de 7 minutos, Olhstedt de 2 minutos. También son barrios y hasta calles que desaparecen con cada suspiro.
“Der Man ist ein Schamand aber gefährlich”, canta y repite en una frecuencia alta. El hombre es encantador pero peligroso, sería una posible traducción. ¿Una denuncia?, ¿qué sabe ella?. El hombre como la humanidad peligrosa, Schamand es su relación con la naturaleza (naturaleza controlada), la que nuestra bailarina de Ballet con V corta ha visto y sentido.
Los dragones resoplan esta vez de más, extraño. Se acerca el subte, los alvéolos me susurran: “debo estar atento y presionar el botón”.
 

viernes, 31 de agosto de 2012

El pasado noviembre


  Serio, Maximilian me dice: “por suerte ya pasamos Noviembre, el mes en que más gente muere”. Llegamos entonces a la puerta de la Escuela y retrasamos nuestra entrada unos minutos, nos quedamos parados meditando la sentencia de mi colega alemán. ¿Por qué Noviembre?. Los viejos mueren en los asilos, el cielo constantemente gris, la lluvia, la humedad, el clima. Todo eso deprime a la gente, y es entonces cuando dejan de salir y allí los atrapa la muerte, en sus habitaciones a medida rodeados de sus horarios a medida.
Hace un mes de esta lluvia de pocas gotas anchas y heladas que caen en grupo. Las ciudades suenan a Feldman, abundan en ellas los sonidos livianos y sutiles, y aunque cada rincón sea gris y cada tresillo de gotas golpeacienes hielan los sentimientos más profundos; el año sigue terminando con sus conciertos, sus promesas y sus súplicas; y a pesar de todo (la navidad que se acerca también) el año no termina. Está atravesado, el ciclo de trabajo y estudio empezó en Octubre, por lo tanto estoy en la sima de la ola.
Son los días de sol los que me hacen recordar lo importante de la vitamina E, lo placentero de sentarse a la luz, donde sea. Esos días son pocos hace ya un tiempo y sucede en esas escasas ocasiones que Febo no llega a cubrirnos, no se eleva sino que bordea el cielo al ras del piso y así como aparece a las ocho de la mañana se oculta a las cuatro de la tarde, se va sin decir adiós, uno no advierte a la noche, siendo joven y todo, la noche no se advierte.
Así como uno no se da cuenta que la luz se fue, algunos alumnos de piano dejan de tocar, no conocen sus partituras, son otras notas, sus dedos están fríos, todo está húmedo y las articulaciones duelen un poco. La memoria no se activa y se degrada la música.
Encerrado el ser humano lidia con los recuerdos. Ese mes siniestro que precede a las navidades brinda el tiempo necesario o suficiente para desgranar cada historia. La noche, el frío y las lluvias infinitas lo meten a uno dentro de uno mismo, hace que nuestra moral recorra cada resquicio empolvado, que supure la culpa, la melancolía, anhelo.
La estación central de Lübeck está más que desolada, sola. Los trenes solo se van, la abandonan al silencio que se interrumpe por mis pasos irregulares, no tengo apuro alguno, me acerco lentamente a la terminal y la recorro de punta a punta. Hay una demora de unos diez minutos. Otra persona arriba, todavía no ha bajado las escaleras, se pasea por los primeros escalones con un andar irregular, es el ruido de sus pasos el que corta el silencio. Más lejos, un hombre cruza la calle llegando a la estación, pasea, escucha el sonido de los ruidos que la ciudad transpira. Esta persona ha caminado ya unos diez minutos, viene de la Escuela Superior de música, donde un colega le ha dicho con tono serio que por suerte ya ha pasado Noviembre, el mes en que más gente muere.

Juan Pablo Pettoruti

miércoles, 29 de agosto de 2012

Seguro social = control mental



En este texto, querido lector, quiero contarte algo y a partir de ese algo que lleguemos a una conclusión, es decir, que saquemos de esto que leemos ahora una idea.
Si bien nuestra empresa (si es que me seguís) será posiblemente no del todo exacta, porque cada uno de nosotros puede tener una idea diferente sobre lo que, en instantes, te he de contar; me gustaría, me serviría realmente que luego de leer este uno más de los falsos ensayos y mi conclusión personal, me dejes la tuya, tu de acuerdo o des-acuerdo.
Bueno, no te aburras, vamos a lo nuestro.
Resulta que en la ciudad de Hamburgo, en Alemania, hay aparentemente un excelente servicio de salud. Los hospitales funcionan bien, hay lugar, remedios, camillas, tele para todos; los estudios se hacen sin problema, las salas de espera de los consultorios tienen entretenimientos para niños para que estos no se aburran esperando la media hora que a uno lo hacen esperar; y por supuesto, el traslado al hospital, salita o lo que sea, es también diez puntos: la gente deja pasar a las ambulancias y estas están muy bien equipadas, son cómodas.
Hasta aquí nada interesante, quiero decir que mi teoría no es que “en Alemania los servicios de salud funcionan correctamente”, y luego le pregunto al lector: “según lo que le cuento, ¿usted que opina?”, no.
Toda esta introducción viene a una situación que viví hace muy poquito, una noche de agosto sentado en un bar (en las mesas de afuera) tomando una cerveza con dos amigos.
Estábamos hablando de lo lindo que es la nada cuando interrumpió la atmosfera de birras y papas fritas un ruido ensordecedor y sumamente molesto. Una ambulancia que iba a toda velocidad por una calle desierta de tráfico y justo en el momento en que pasó junto al bar donde nosotros y otras varias personas estábamos, hizo sonar su sirena. Estas sirenas suenan fuertísimo, un volumen realmente alto, tan alto que pareciera innecesario. Y me percaté, quizás por estar acompañado de músicos, que el intervalo entre las dos notas que la sirena emite es de cuarta justa, pero no tan sorprendente me pareció este intervalo sino su orden y direccionalidad, una cuarta justa ascendente, es decir, una cadencia auténtica, un sonido que resuelve a otro. Una cadencia auténtica es el chin-púm de la música tonal, el chan-chan, el final final. Que no siempre se encuentra en toda la música, pero sí muchas veces. Es un típico final, chin-pum, usado en el tango, los últimos dos acordes pueden soler ser una cadencia auténtica.
Supongo que algún lector músico podría decirme que una cadencia auténtica necesita más que dos sonidos para existir, necesita un contexto. Pero sucede lo siguiente: en una sociedad como la alemana donde la cadencia autentica tiene una raíz tan fuerte, tradicional, casi folklórica; el mero sonar de este intervalo (repetidas veces) genera esa sensación de cierre, de estabilidad que ésta cadencia proporciona.
Sensación de estabilidad es lo que esas ambulancias propagan por toda la ciudad. Son una forma subliminal de adentrarse en el inconciente de la población. Les meten la cadencia autentica en la cabeza usando como cortina el excelente servicio de salud que funciona tan bien, que cada vez que algo malo sucede una ambulancia sale disparada para socorrer al cliente, sea que éste se haya cortado un dedo, o tenga un infarto la corazón. La salud no es más que una excusa para controlar sistemáticamente, no solo de forma diaria sino cada hora a la poblada. Horarios rigurosos son los que cumplen éstas falsas ambulancias. Tres de la mañana, por una calle vacía escucho una ambulancia que pasa y solo toca su sirena cuando cerca de personas, solo un par de veces, las suficientes para morder la psiquis y no desafinarse demasiado por el efecto Doppler.
Sé que esta teoría que aquí describo puede no ser del todo creíble o entendible. El lector tendría que confiar en la calidad de los hechos que he contado, pero así y todo, creo que mucho más ligero de creer es esto que el mito que cuenta que Chuck Norris, durante su reinado en Suecia, mandó a perseguir a todos los pelados del país, y que tal fue la persecución, que los países nórdicos como Noruega y Finlandia entre otros tuvieron durante esos años la mayor corriente inmigratoria de pelados jamás antes conocida. En fin, las ambulancias y su real función.
Cada uno en Hamburgo paga su seguro de salud. El estado no quiere gente con esa duda que genera el que todo funcione bien, en esa realidad utópica que pareciera por momentos convencer a una ciudad entera.
¡¿Yo, paranoico?!, naaaaa.

L.Gírgola

Informe sobre la combinación y la tolerancia



Viajando en el micro número 14 me pasa lo siguiente:
Escucho entre los susurros  protestantes una voz esdrújula. No es algo común (común)  escuchar a alguien que acentúe tantas sílabas antepenúltimas.

Hay mucha literatura.

Ciertamente la hay (¿?), necesito escuchar un poco más…

Yo al principio me preguntaba el por qué de todo, luego encontré muchísimos libros en los cuales todo está escrito.

Concuerdo, en los libros estaría todo escrito (¿?)… Más información.
Ella no habla sola, se dirige a otra mujer con acento español (no tengo idea de qué región). Mas allá de su procedencia me llamó la atención una característica de la oyente; esta tenía un acento interesado, atento y curioso.

Te voy a visitar, te voy a llevar literatura. Son unos libros hermosos, hay tantas historias y explicaciones…”.

Un ruido insoportable, un hombre tose como si quisiera sacarse algún órgano, no se preocupe que su olor molesta aun más, siga tosiendo tranquilo, si su aroma se lo permite. La mujer de acento sudamericano tiene un hijo que habla español con acento alemán, bilingüe. Ahora el pequeño muy feliz repite una y otra vez: “el cielo está arriba, el cielo azul está arriba.”

Los subtes no funcionan, el viaje será un poco más largo.

J.P.Pettoruti