viernes, 31 de agosto de 2012

El pasado noviembre


  Serio, Maximilian me dice: “por suerte ya pasamos Noviembre, el mes en que más gente muere”. Llegamos entonces a la puerta de la Escuela y retrasamos nuestra entrada unos minutos, nos quedamos parados meditando la sentencia de mi colega alemán. ¿Por qué Noviembre?. Los viejos mueren en los asilos, el cielo constantemente gris, la lluvia, la humedad, el clima. Todo eso deprime a la gente, y es entonces cuando dejan de salir y allí los atrapa la muerte, en sus habitaciones a medida rodeados de sus horarios a medida.
Hace un mes de esta lluvia de pocas gotas anchas y heladas que caen en grupo. Las ciudades suenan a Feldman, abundan en ellas los sonidos livianos y sutiles, y aunque cada rincón sea gris y cada tresillo de gotas golpeacienes hielan los sentimientos más profundos; el año sigue terminando con sus conciertos, sus promesas y sus súplicas; y a pesar de todo (la navidad que se acerca también) el año no termina. Está atravesado, el ciclo de trabajo y estudio empezó en Octubre, por lo tanto estoy en la sima de la ola.
Son los días de sol los que me hacen recordar lo importante de la vitamina E, lo placentero de sentarse a la luz, donde sea. Esos días son pocos hace ya un tiempo y sucede en esas escasas ocasiones que Febo no llega a cubrirnos, no se eleva sino que bordea el cielo al ras del piso y así como aparece a las ocho de la mañana se oculta a las cuatro de la tarde, se va sin decir adiós, uno no advierte a la noche, siendo joven y todo, la noche no se advierte.
Así como uno no se da cuenta que la luz se fue, algunos alumnos de piano dejan de tocar, no conocen sus partituras, son otras notas, sus dedos están fríos, todo está húmedo y las articulaciones duelen un poco. La memoria no se activa y se degrada la música.
Encerrado el ser humano lidia con los recuerdos. Ese mes siniestro que precede a las navidades brinda el tiempo necesario o suficiente para desgranar cada historia. La noche, el frío y las lluvias infinitas lo meten a uno dentro de uno mismo, hace que nuestra moral recorra cada resquicio empolvado, que supure la culpa, la melancolía, anhelo.
La estación central de Lübeck está más que desolada, sola. Los trenes solo se van, la abandonan al silencio que se interrumpe por mis pasos irregulares, no tengo apuro alguno, me acerco lentamente a la terminal y la recorro de punta a punta. Hay una demora de unos diez minutos. Otra persona arriba, todavía no ha bajado las escaleras, se pasea por los primeros escalones con un andar irregular, es el ruido de sus pasos el que corta el silencio. Más lejos, un hombre cruza la calle llegando a la estación, pasea, escucha el sonido de los ruidos que la ciudad transpira. Esta persona ha caminado ya unos diez minutos, viene de la Escuela Superior de música, donde un colega le ha dicho con tono serio que por suerte ya ha pasado Noviembre, el mes en que más gente muere.

Juan Pablo Pettoruti

miércoles, 29 de agosto de 2012

Seguro social = control mental



En este texto, querido lector, quiero contarte algo y a partir de ese algo que lleguemos a una conclusión, es decir, que saquemos de esto que leemos ahora una idea.
Si bien nuestra empresa (si es que me seguís) será posiblemente no del todo exacta, porque cada uno de nosotros puede tener una idea diferente sobre lo que, en instantes, te he de contar; me gustaría, me serviría realmente que luego de leer este uno más de los falsos ensayos y mi conclusión personal, me dejes la tuya, tu de acuerdo o des-acuerdo.
Bueno, no te aburras, vamos a lo nuestro.
Resulta que en la ciudad de Hamburgo, en Alemania, hay aparentemente un excelente servicio de salud. Los hospitales funcionan bien, hay lugar, remedios, camillas, tele para todos; los estudios se hacen sin problema, las salas de espera de los consultorios tienen entretenimientos para niños para que estos no se aburran esperando la media hora que a uno lo hacen esperar; y por supuesto, el traslado al hospital, salita o lo que sea, es también diez puntos: la gente deja pasar a las ambulancias y estas están muy bien equipadas, son cómodas.
Hasta aquí nada interesante, quiero decir que mi teoría no es que “en Alemania los servicios de salud funcionan correctamente”, y luego le pregunto al lector: “según lo que le cuento, ¿usted que opina?”, no.
Toda esta introducción viene a una situación que viví hace muy poquito, una noche de agosto sentado en un bar (en las mesas de afuera) tomando una cerveza con dos amigos.
Estábamos hablando de lo lindo que es la nada cuando interrumpió la atmosfera de birras y papas fritas un ruido ensordecedor y sumamente molesto. Una ambulancia que iba a toda velocidad por una calle desierta de tráfico y justo en el momento en que pasó junto al bar donde nosotros y otras varias personas estábamos, hizo sonar su sirena. Estas sirenas suenan fuertísimo, un volumen realmente alto, tan alto que pareciera innecesario. Y me percaté, quizás por estar acompañado de músicos, que el intervalo entre las dos notas que la sirena emite es de cuarta justa, pero no tan sorprendente me pareció este intervalo sino su orden y direccionalidad, una cuarta justa ascendente, es decir, una cadencia auténtica, un sonido que resuelve a otro. Una cadencia auténtica es el chin-púm de la música tonal, el chan-chan, el final final. Que no siempre se encuentra en toda la música, pero sí muchas veces. Es un típico final, chin-pum, usado en el tango, los últimos dos acordes pueden soler ser una cadencia auténtica.
Supongo que algún lector músico podría decirme que una cadencia auténtica necesita más que dos sonidos para existir, necesita un contexto. Pero sucede lo siguiente: en una sociedad como la alemana donde la cadencia autentica tiene una raíz tan fuerte, tradicional, casi folklórica; el mero sonar de este intervalo (repetidas veces) genera esa sensación de cierre, de estabilidad que ésta cadencia proporciona.
Sensación de estabilidad es lo que esas ambulancias propagan por toda la ciudad. Son una forma subliminal de adentrarse en el inconciente de la población. Les meten la cadencia autentica en la cabeza usando como cortina el excelente servicio de salud que funciona tan bien, que cada vez que algo malo sucede una ambulancia sale disparada para socorrer al cliente, sea que éste se haya cortado un dedo, o tenga un infarto la corazón. La salud no es más que una excusa para controlar sistemáticamente, no solo de forma diaria sino cada hora a la poblada. Horarios rigurosos son los que cumplen éstas falsas ambulancias. Tres de la mañana, por una calle vacía escucho una ambulancia que pasa y solo toca su sirena cuando cerca de personas, solo un par de veces, las suficientes para morder la psiquis y no desafinarse demasiado por el efecto Doppler.
Sé que esta teoría que aquí describo puede no ser del todo creíble o entendible. El lector tendría que confiar en la calidad de los hechos que he contado, pero así y todo, creo que mucho más ligero de creer es esto que el mito que cuenta que Chuck Norris, durante su reinado en Suecia, mandó a perseguir a todos los pelados del país, y que tal fue la persecución, que los países nórdicos como Noruega y Finlandia entre otros tuvieron durante esos años la mayor corriente inmigratoria de pelados jamás antes conocida. En fin, las ambulancias y su real función.
Cada uno en Hamburgo paga su seguro de salud. El estado no quiere gente con esa duda que genera el que todo funcione bien, en esa realidad utópica que pareciera por momentos convencer a una ciudad entera.
¡¿Yo, paranoico?!, naaaaa.

L.Gírgola

Informe sobre la combinación y la tolerancia



Viajando en el micro número 14 me pasa lo siguiente:
Escucho entre los susurros  protestantes una voz esdrújula. No es algo común (común)  escuchar a alguien que acentúe tantas sílabas antepenúltimas.

Hay mucha literatura.

Ciertamente la hay (¿?), necesito escuchar un poco más…

Yo al principio me preguntaba el por qué de todo, luego encontré muchísimos libros en los cuales todo está escrito.

Concuerdo, en los libros estaría todo escrito (¿?)… Más información.
Ella no habla sola, se dirige a otra mujer con acento español (no tengo idea de qué región). Mas allá de su procedencia me llamó la atención una característica de la oyente; esta tenía un acento interesado, atento y curioso.

Te voy a visitar, te voy a llevar literatura. Son unos libros hermosos, hay tantas historias y explicaciones…”.

Un ruido insoportable, un hombre tose como si quisiera sacarse algún órgano, no se preocupe que su olor molesta aun más, siga tosiendo tranquilo, si su aroma se lo permite. La mujer de acento sudamericano tiene un hijo que habla español con acento alemán, bilingüe. Ahora el pequeño muy feliz repite una y otra vez: “el cielo está arriba, el cielo azul está arriba.”

Los subtes no funcionan, el viaje será un poco más largo.

J.P.Pettoruti

lunes, 27 de agosto de 2012

Solo de tuba



La relatividad espacial de los objetos es algo que me sorprendió desde siempre, porque es básicamente donde se encierra la historia de tales objetos. No hablo solo de las construcciones históricas, o los cacharros de civilizaciones milenarias, no, porque en estos casos la impresión se diluye en la lejanía de ese otro tiempo pasado en el cual estos edificios y cacharros fueron otra cosa que una imagen del pasado.
Lo que realmente me llama la atención son aquellos objetos que se trasladan constantemente por diversas realidades y parecieran extender la presencia de éstas sobre su propia materia: Un adoquín extraído del puente del rey Carlos en Praga, que ahora se encuentra sobre una repisa adornando (feamente) una habitación en alguna parte de Argentina. Un instrumento musical que por medio de quien lo toca ha pasado por infinidad de paisajes, ha vibrado produciendo sonidos en un callejón de París, en una plaza en Dresden, en una casa de empanadas de Montevideo y en un negocio de música en Miami. Miles de realidades agolpadas en un cuerpo inerte, y aunque se vea por primera vez algún transportador de realidades, puede uno imaginar dónde habrá estado, quién hubo de mirarlo en la otra esquina del mundo.
A esto le agregamos el poder asociativo del individuo observador y tenemos como resultado una red de cuarenta mil kilómetros cuadrados con la que podemos viajar a cualquier parte del planeta. Un barco puede llevarnos, sin subirnos en él, a un puerto europeo, el de Hamburgo por ejemplo, y al escuchar ese barco, su bocina sonando, junto con otros, podría suceder que nuestra cabeza nos juegue una feliz pasada y nos permitamos imaginar una música, algo que podría funcionar como obra musical. Pasado el tiempo, un año por ejemplo, tomando mate con bizcochos en un puerto totalmente diferente al anteriormente nombrado, y en otra parte del mundo alejada de la primera, un barco pasa junto a nosotros y oímos como acciona su tuba ultramarina, y eso nos hace recordar a aquella vez en Hamburgo, cuando en año nuevo, rodeado de personas a la orilla del río Elba, en medio del ruido descomunal de los fuegos artificiales arrojados cual broma a nuestros pies, un coro de vientos sonó ad libitum, y uno, encantado con la maraña de melodías afinadas con salitre, tuvo la sensación de poder escribir algo similar o algo para estas tubas de ultramar acompañadas por una orquesta.
No solo un barco nos traslada con su relatividad espacial. Los pensamientos también, dónde fueron concebidos, dónde se llevaron al papel, dónde se ejecutaron y dónde se ejecutarán.
Vamos a agregar ahora a nuestra colección de máquinas del tiempo un aspecto fundamental, la historia oculta, es decir, el marco en el cual todos estos objetos (musicales y anecdóticos) se gestaron. Porque, por si hubiera que aclararlo, un solo de tuba en la introducción de la obra, no es un gesto de ternura para con el tubista (y lamento si así él lo supusiera), para que éste se sienta contento de poder solear en la orquesta, no, este solo es una historia. Hay un relato que comienza mucho antes que los barcos, que el puerto, mucho antes del año nuevo en Hamburgo, por supuesto antes que éste texto. Fue en un viaje que nos encontramos y nuestras vidas se unieron, en un hostel de París, allí comienza la composición de una pieza, porque aún antes que la idea estuvo el amor, la razón de ser y estar, luego, en un puerto europeo despidiendo el año viejo junto a ella.
En este punto no hay relatividad que valga, punto.

J.P.Pettoruti

domingo, 26 de agosto de 2012

Usted ( clase n° 23 )


 
Uno no puede endosar todos sus sentimientos, algunos de ellos no tienen destino.
En tiempos de melancolía, mis partituras se detienen en el foso límbico (¿?) que circunda mi cabeza. En él todas las notas nadan hasta quedarse sin energías y mueren ahogadas. Es espesa la melancolía, no es fácil nadar en ella. Estos días son espesos y apretados, superpuestos de tanto encimarse, las horas tectónicas se suben unas arriba de las otras, y allí en medio quedo yo, con cara Ichigualastoide.
Me cuentan una historia para escribir sobre y escapa a mi asombro, se aloja en un espacio, en un tren volviendo a Hamburgo, y sale cuando logro machetear alguna maleza. Karl Heinz desde hace ya un tiempo me trata de vos, y esto en Alemania pareciera ser algo significativo, no solo una cuestión de respetos mutuos (los cuales se miden con otros gestos) sino de cercanía, de permisos especiales para caminar por los espacios entre dos personas. Esta distancia en Alemania es un tema que no llego a comprender del todo aún. La cordialidad es extrema y el buen humor, es decir, la buena onda, rebalsan en una conversación, empalagan. Pero siempre se mantiene, irreducible, entre los dos individuos un segmento liberado, aparentemente (diría Necam…) vacío. Y es incorruptible, es una pared de vacío, nada circula por allí.
Aunque Herr Heinzelman me trate de vos, yo lo sigo tratando de usted, no sé bien por qué, no lo tengo bien claro, tal vez un desquite, o no. Y tratándome de vos me cuenta que Gebbels, quien estuviera encargado de la propaganda de la maquinaria nazi, fue uno de los que compuso Lili Marlene junto a Norbert Schultze y Hans Leip, la canción que sirvió no solo de merchandaising de guerra sino también de aunamiento de tropas, que juntas (aliados y alemanes) escuchaban en paz esta canción. Según Karl Heinz fue una co-composición de Schultze, Leip y Göbbels.
No he indagado mucho al respecto todavía, pero me sorprende la idea de que esta canción tan marketinera, que en pos de la paz tuvo su fama, sea obra (por lo menos en parte) de un ser nefasto. Puede ser un invento, un desvarío de mi alumno, pero sin lugar a dudas él se abre conmigo cada vez más, sea por querer impresionarme o por creer impresionarme, Heinzelman, pasea por el espacio entre nosotros cada vez con mas libertad y levanta las piedras, mira entre las cortaderas y de entre cada grieta de patio, moto y piel, saca siempre una nueva historia, nueva por inventada o nueva por no contada.
Ya habré escrito antes que siento el abrazo, el beso y el apretón de manos totalmente desformados, y son nuevamente las distancias las que cambian y no logro interpretar. Un familiar, un amigo o un conocido (no amigo aún) acercan sus manos, las estrechan y se saludan. Pero puede también suceder que ante estas tres posibilidades (amigo, familiar o conocido) la respuesta sea otra, un acercamiento de pechos, una especie de medio abrazo sin afecto alguno, de cortesía (nuevamente la cortesía). El beso en el cachete es especial, se da pocas veces y se hace doble, es decir, no es un beso, sino dos: “muá”, uno en cada cachete de la cara. Este último saludo es el menos afectivo, vacío y ausente, un asqueroso gesto de salón adoptado de no se dónde.
Estoy cruzado, enredado entre cinco sogas, una galleta humana. Es un nudo espeso nuevamente, son las ideas mezcladas con las notas y sus ritmos. Los fundamentos sepultados bajo cemento, no sabría precisar cuantos metros de concreto me separan de una pieza musical para orquesta, Ensenada. Paisajes sepultados, sordos; sordo, que palabra extraña.
Pongámoslo así: se acerca el fin de un ciclo, y cuando esto suceda, Karl Heinz tendrá que continuar su vida sin mí, practicando piano con sus dedos artríticos, y yo imaginaré las falanges de sus historias, su meta-historia, lo que en un lago cubierto ha quedado durante años: las carreras, el anhelo, las bombas, el walz.

Juan Monera

4 y 7 ( clase n° 10 )


 
“¡Es un circo!, ¡de no creer!, ¡las vueltas que le hacen dar a uno!”. Protesta el anciano Heinzelman (hoy mas viejo que nunca) antes de siquiera sentarse en el taburete. Es una queja preparada, tan obvio, ¡ IV - V - I !. Asi que debido a esta humareda con la que mi ajerontado alumno dio comienzo a la “sesión” me he quedado pensando, rebota entre mis lóbulos una pregunta: ¿por qué el falso enojo?.
“Mi mujer, ella no escucha bien, es decir, sin su audífono no escucha bien. Le compré ese aparatito para que continúe con sus clases de guitarra porque llegó un día con la idea de que sin escuchar bien no se podía hacer música y que para qué pagar las clases si no se acordaba de las notas… , no se acordaba de las notas. Le compré el audífono el pasado noviembre, fíjese Júan, hace ya dos meses, e hice el depósito en el Comerzal Bank, aquí en la esquina, deposité la plata en la cuenta de…, bueno, el nombre, que habrá sido del gerente, no me lo acuerdo, pero éste es el número de la cuenta del Deutsche Bank”
Con esa furia asquerosamente aparente con la que entró, se sentó y comenzó la perorata, escribió en el dorso de una partitura un número.
“¡Mire Júan, fíjese que me dijeron que este 7 se parece a un 4!”. El siete y el cuatro eran claramente diferentes así que con la complicidad de un mecánico le dije que era definitivamente extraño, que estos dos números se diferenciaban sin problemas.
Hoy toca Walz, uno muy conocido, y él lo hace sonar lentamente, primero la mano derecha y luego la izquierda, el acompañamiento, el tan complicado e importante acompañamiento, ¿el trauma de Herr Heinzelman?, logro deducir. Es un día un tanto particular ya he dicho, pero la música suena como de costumbre, particular. Es que el tres por cuatro se quiebra a cada compás, acelera y desacelera y termina siempre con un final diferente. El hombre hace su música, la que le gusta, es este su lugar de trabajo y estudio, pero hoy está distinto, no molesto, ¡eso es mentira!, se nota que disfruta de algo, en la clase de hoy Herr Heinzelman se dirige a sí mismo, con ademanes inconexos pero expresivos dirige su Walz, es una excelente obra conceptual, un hombre de la “Fieja Fiena” que dirige su mano derecha de carácter pedregoso, con su mano izquierda, la cual debería estar enredándose con el rítmicodificilimportanteytraumatico acompañamiento. Es realmente bello lo que hace, su cara toma el color de cada pasaje fracturado y su respiración se acomoda a los sostenidos que se cortan en el aire. La última porción de materia de su mano, la uña del dedo índice, roza la partitura mientras revuelve la música queriendo así elevarla como si fuera papel de diario quemado.
“Bien, ¿no?, mejor. Poco a poco sale”. Asiento sin sinceridad alguna. “De a poco mejora, sí. ¡Pero que un siete y un cuatro!, hay que creerlo. Está esta gente que compra todo con tarjetas y hace transacciones bancarias por cualquier cosa. Yo nunca he hecho cosa así. Pasa que luego le llega a uno una lista del banco donde le detallan todo lo que uno gastó, saben cuándo qué compró cada persona, no me lo creo, no me gusta. Hay que practicar un poco pero va saliendo. ¡Si es un siete!, un cuatro, es un siete, no hay forma de que sea un cuatro.”
Mientras escucho la cuarta interpretación de Over the Waves noto que la partitura, apoyada sobre el piano, está partida en dos. Una mitad se ve normal, nada fuera de lo común, pero la otra parte está totalmente iluminada, brilla, rebalsa de sol.  Es que hoy es un día un tanto particular, hoy el cielo está limpio, no hay nubes, no llueve, y el sol calienta a la gente sobre cada vereda; es un día espléndido, como pocos, fresco pero cálido, sin lluvia, sin humedad, sin frío en las manos, sin articulaciones entumecidas, sin ejercicios de precalentamiento, sin errores debido al frío. Es un día hermoso, con sol, y los dedos de Herr Heinzelman, sumisos, buscan la tecla correcta.

J. Monera

Lago cubierto ( clase n° 5 )



Son todos iguales los edificios de departamentos de las afueras del centro de Hamburgo, barrios enteros de edificios idénticos, de no más de cuatro pisos y del mismo color. Desde hace varios años me pregunto por qué es esto así y he escuchado algunas respuestas interesantes, por ejemplo que debido a la guerra fue todo destruido y por eso son todas construcciones nuevas. Pero ni esta última, ni otras responden en realidad a por qué todos los edificios iguales, por qué iguales.
Una marcha con letra, que se canta cuando, …, cuando los soldados marchan. Yo diría que es una marcha quebrada, un pelotón de soldados rengos que andan todos a diferentes velocidades y cada uno avanza como puede, lento, rápido, lento y rápido. Se escucha el tema, la melodía, y un acompañamiento, pero sigue siendo irregular y entrecortado. Es, sin embargo, un gran avance, ya que hemos pasado de solo hablar sobre el trayecto que yo recorro hasta llegar a aquí, a hacer música, y en todo caso, hablar sí, pero sobre la música. De ahí sé que ésta “marcha” es polaca y que hay además y también muchas marchas populares alemanas que él cantaba. En todo momento se cantaban, y no con el carácter que el señor Heinzelman le da al piano, to-do-se-pa-ra-do, sino todas las voces coordinadas en tuttis y solos. “En esos tiempos” (comienza su relato), “en esos tiempos algunas de estas marchas las cantábamos bordeando el Aussenalster, y una vez en particular, una vez que tuvimos que estar enderredor del lago durante muchas horas, de noche, cantamos marchas sin parar, manteníamos el ritmo, y había que mantener un buen ritmo porque las lonas, que no eran tantas, debían estar en su lugar a una determinada hora, antes de que suene la sirena”. “El ritmo del acompañamiento es importante también, ¿no?”, pregunta Herr Heinzelman en medio de su asociado relato. Debo responder, aunque quisiera seguir escuchando un poco más debo responder, asi que le comento mi parecer: “es una marcha, no debería ser muy rápida y sí constante, el ritmo en el acompañamiento ¡es! importante”.
Me alegra escucharlo practicar, suena cada vez mejor, y según él, debido a que los miles de médicos que visita durante la semana se toman demasiado tiempo para decirle lo que debería hacer para cuidar su salud, no puede estudiar en casa. Pastillas de acá y pastillas de allá, y tanta medicación (cree él) hace que sus músculos no respondan debidamente y por eso, además, no puede estudiar durante la semana. Pero no pasa nada Herr Heinzelman, será éste nuestro tiempo de estudio, y ciertamente se ven los buenos resultados, los frutos. “Es una marcha, el ritmo del acompañamiento es muy importante”. “Teníamos que terminar antes de las sirenas porque había que intentar desviar a los otros, en esa época piloteaban de noche sin GPS y lo que hacían era ubicarse por el reflejo del agua, en Hamburgo el agua es la guía, sobre el Elbe y alrededor del Alster se encuentra el centro y la mayoría de la población de Hamburgo”. “Estaba despejada la noche, la luna era el sol, por eso se nos ordenó tapar el lago, taparlo lo mejor posible para que el agua no muestre nuestra posición”. “En un pueblo del Sur había una joven hermosa, que a todos encantaba con su largo cabello y su cara angelical…”, canta ahora Herr Heinzelman lo que esa noche interpretaron. Esa noche en la cual no solo el lago sino también el miedo se cubrían con esa marcha empalagosa.
“Bastante bien, ¿no?, estas melodías están en mi cabeza y tengo cierta facilidad para tocarlas en el piano, lo que me cuesta es el acompañamiento, es rítmico, es difícil”. “No éramos muchos, todos jóvenes, algunos un poco lerdos, no coordinaban marcha, canto y trabajo”. “Recuerdo alguno un poco perdido, atolondrado, un tal Dehrer, un músico excepcional, pero para arrastrar lonas y meterse al agua hasta la cintura no estaba hecho, era de los que hubieran querido estar tocando algo más melódico en su casa, La Paloma por ejemplo”.

Juan Monera

La Paloma ( clase n° 2 )



Las manos frías, y comenta sobre el ejercicio, uno tal que calienta los dedos, hace que circule la sangre. Ahí surge el tema, se desprende de la niebla y las bajas temperaturas un tema: que yo vivo bastante lejos , ¿dos horas de viaje?, es bastante, y en tren, bus y bicicleta. Entonces él tiene una moto. La compró en el norte de Inglaterra y la usó hasta el año pasado en las carreras locales, en las cuales es quien maneja las distancias el que gana. Un punto (¿?) le faltó para el cuarto puesto, cerca, salió quinto. El frío, un rondó sobre el clima, hoy no es buen día para andar la moto.
No puedo evitar preguntarle, cerca de la recapitulación meteorológica, si dispone en su casa de lo necesario para hacer rendir la semana. Su mujer tocaba la flauta dulce, parece que con buen timbre, y luego del accidente, y la guitarra. Pertenece al grupo de los que quiso, el grupo de los que su casa fue arrasada, y todo, incluso las teclas desaparecieron.

(Ahora el único ruido es el sul ponticello de sus dedos acariciándose entre ellos)

Robaba nafta de los autos varados en la autopista, el vecino disfrutaba de sus conocimientos de mecánica, le ¿regaló? un registro de conducir, para autos.
Yo asiento atento inclinado levemente hacia delante. Pienso por momentos que mi interés es fingido, y entonces recuerdo al oriundo del Este, los pagos de Choppin, diciéndome que con Herr Heinzelman debo ser yo quien valla hacia él y no al revés; nada de pedagogía de seminario, no.
Irrumpe en mi laguna dilémica un rostro conocido pero nunca antes visto, un bigote en cuarto menguante, una sonrisa cumpleañera y el rubor político en sus mejillas y orejas.
A su lado Herr Heinzelman con un trofeo, el primer puesto. La foto es de hace tan solo diez años, ¡es decir que él tenía 70 años!. La provincia a sus pies y su rostro enmascarado por recuerdos.
“Los ingleses andaban en esas motos, los veíamos pasar y junto con mi amigo de la infancia, que en paz descanse, fantaseábamos tener las propias”.

(Silencio de una pequeña pausa)

Cuando el falso tango tose su cuarta nota entra al aula el chico Möller, puntual. La clase de piano ha terminado. Herr Heinzelman mira al joven, e inseguro, como el jueves pasado, retira su presencia.

J.Monera

miércoles, 22 de agosto de 2012

El peor enemigo



Lentamente me convierto en el peor enemigo de la humanidad, el hombre adulto. El peor enemigo del niño, de la mujer y del otro. Las posturas que surgen en primera instancia como una broma un pasatiempo o un capricho, se transforman con el pasar de los años y es justo antes de los treinta años que estas ideas se afirman o se substituyen por otras, en pos de la vida digna y una buena relación con el mundo, o no, y en este último caso el ser humano de sexo masculino puede convertirse, de un volantazo, en el enemigo, de sí mismo también.
Me imagino un lustro de furia, de caos, todas las velocidades en simultáneo. Teniendo en cuenta mi profesión, mis valores germinando, mis afectos y mi actividad intelectual; vislumbro unos cinco años de crisis constante, resquebrajamiento de paradigmas y mutación de la consideración.
En la costa atlántica argentina, en la localidad de La Lucila del Mar, solíamos pasar eneros enteros con mi familia. Los últimos veranos, tuvieron también la presencia de algunas de mis tías y el hijo de una de ellas, con quien he tenido siempre una relación de profunda amistad, un primo-amigo-hermano con el que no solo nos hemos preguntado el por qué de infinitas ideas, sino que también hemos practicado ciertas creencias. Fue siempre el descubrimiento de la idea por medio de la experimentación lúdica, jodiendo y nabeando.
En el partido de la costa, en cada una de sus ciudades y pueblos, existe en verano una suerte de práctica común, tanto para el turista como para el lugareño: La Banana. Es un bote inflable (en forma de banana justamente) al cual se suben un grupo de personas, para ser acarreadas mar adentro por una moto de agua a la cual el bote con forma frutal está enganchado con una soga. La gracia del juego es la siguiente: el conductor de la moto de agua busca por todos los medios (no todos) hacer volcar el bote bananezco y de esta manera tirar al agua a todos los participantes. Los grupos de “jugadores” son variados, en una misma salida se encuentran personas adultas: hombres y mujeres, niños, gente que quiere estar ahí y gente que no quiere estar ahí. Mi primo y yo hemos formado incontables veces parte del grupo de los niños. Nuestra misión en las excursiones era otra que la del común denominador. El juego, para nosotros niños, consistía en no caer del bote, aguantar, resistir los embates del diablo motorizado y hacerle el normal desempeño de su trabajo algo más dificultoso.
Es así que una vez, curtidas ya nuestras pieles y experiencia por los veranos, nuestra empresa tuvo un éxito rotundo, el funcionario acuático no logró sacarnos de nuestros lugares en La Banana, y sorprendido (algo asustado supongo también), terminando el recorrido, se dirigió a mi padre y tío de mi primo y díjole: “¡A estos me los mandó el enemigo!”. Nunca más atinado.
Las formas de pensar, los conceptos de esas formas, los valores, los recuerdos y los problemas, mutan y cambian de posición en el cosmos mental de una persona, y en el orden de prioridades de nuestra vida. Por momentos hago todo lo posible por recordar mis veranos y mantenerme arriba de La Banana, y en otras ocasiones simplemente suelto la manija, aflojo las piernas, y dejo caer mi cuerpo a las profundidades donde mis pies puedan patalear tranquilos, donde floto y noto, en la línea horizontal del límite de mi vista, un paisaje ya lejano.

Luciano Gírgola

Wagner, subconjuntos de neutralidad




Gritando: “La frase, la frase, la frase y la semifrase semi-frase, tener en cuenta, en cuenta, tener en cuenta que la frase… . Una interesante, interesante, una interesante tex-tuuuuu, una interesante tex-tuuuu-ra, texturase, textura-se, se puede ana-liza-r, a, a-na-li-zar, analizar en la segunda, de…” .
Qué hace a un ser humano neutral, salir y entrar a un mismo tema sin pudor, sin aparente interés e intención. No voy a deshilacharme en Suiza, o en los médicos, voy a centrarme en alguna que otra conducta que observo y lamento avisar desde el primer párrafo, que habré de generar, por lo menos en mi texto, un denominador común que espero no termine siendo una mera generalización. Si esto fuese así, si mi denominador se transformase en una falacia (lo que descubriremos sobre el final), entonces seguirá siendo mi trabajo reformular mis ideas y conclusiones.
El gato está agazapado, en pleno ejercicio de caza en medio del bosque, donde hay además muchas otras cosas, en el medio del bosque. Parece saltar sobre algo y patalear encima, ¿su víctima?, un pedazo de corteza de árbol. Mordisquea, creo, y de entre las cortezas extrae su verdadero trofeo, un ratón o algo similar: peludo y pequeño. Y se terminó, porque al contárselo a mi pareja, sentada a mi lado, irrumpe en la casi desinteresada apreciación el comentario alto (su volumen) de un individuo sentado frente a nosotros.
Tengo una teoría incomprobable que básicamente dice así: tengo instalado en alguna parte de mi cuerpo un sistema que atrae dementes.
Vestido elegante-raído, con asombro (buena cualidad) nos cuenta que podría haber sido un pájaro lo que el gato cazó, y si así fuera ¡que pena!, porque los gatos matan muchos pájaros en esta época y los extinguen… . Una vez extinguidos los pájaros nos quedamos sin melodías y por lo tanto: el gato predador de melodías.
En determinadas circunstancias cortaría de un tijeretazo seco la conversación con un “cordial” gesto casi ínfimo, asentaría con una sonrisa de doble arco (¿?) y miraría hacia un punto fijo cercano a su rostro, aunque desviado. Pero por suerte mi novia es realmente cordial, y de buena gana con las personas que galopan a media marcha en la locura. Ella demostró interés y él, contento, charló un rato, solo él habló, feliz, a los gritos. Luego de la sana medida de diálogo, con la misma sonrisa de doble arco ella se deshizo de su interés.
Pareciera que doy vueltas sobre una anécdota sin valor alguno, y sin embargo llego lentamente a mi objetivo.
Del bolsillo de su avejentado saco con el cual se vistió para conseguir hoy un trabajo, sacó un libro de encuadernado color amarillo. Con su dedo gordo hizo sonar en forma de guiro las hojas hasta llegar a un lugar cualquiera y comenzó a leer en voz alta, realmente alta su voz. Sucedió entonces que mi curiosidad empujó mis ojos hacia la portada del libro, porque, si bien por estos días entiendo el idioma alemán, el tartamudeo y la dudosa articulación de nuestro Shakespeare me dificultaba terminar el proceso de traducción (estructura alemán – estructura español – estructura alemán).
Pequeño libro titulado “Wagner, el anillo del nibelungo”.
A todo esto (todo) sentada al lado de William se encuentra una señora, la cual no ha emitido señal alguna que demuestre su presencia, que revalide su presencia. Hay un verdadero show a su lado y ella no se ve afectada de ninguna manera. Me refiero a que  tampoco se la ve molesta, en desacuerdo o feliz, disfrutando en silencio, no, nada pareciera suceder en su arropado cuerpo. Describo también un nivel un poco más amplio de nuestro contexto, nos encontramos viajando en tren ya hace unos treinta minutos atravesando pueblos de dudosa existencia. Podría también continuar trasponiendo mi idea a los anillos más amplios de la sociedad, pero no sé, no tengo noción alguna de a donde llegaría, y por lejano e incierto este fin, he ahora de olvidarlo. Me quedaré entonces con cuatro individuos: Mi pareja, el showman, el ente y yo.
Tal como las vías atraviesan pueblos, a lo largo de este corto texto hemos atravesado algunos de los más corrientes subconjuntos de neutralidad, esos que varían, se abren, se cierran, se agrandan y se estrechan. Los firmes, los aparentes y los variables, y entre estos, agolpado por no estar dentro de ninguno sino lindar con los mismos, surge él con un espacio que cambia de dimensiones en cada estación, por los conjuntos de distintas medidas y grosor, y de entre estos sigue sonando, mientras tirado por los cisnes que el estado ha expropiado a Lohengrin el tren retoma la marcha desde una estación ninguna; ya con menos reverberancia sigue sonando, y escucho como la venganza y el honor se hacen acorde, nota, textura y frase.

Yupo

Los gallos de Lübeck


¿Cómo describir un sonido?, uno que escucho cada tanto y me hace pensar acerca de.
Son gallos, varios gallos situados estratégicamente en las alturas, sobre las puntas de la ciudad. Y si quisiera ser más específico diría que son picotazos de gallos, un desenfrenado ataque de picotazos cada día a las doce del mediodía, y luego de las campanadas comienza, no luego sino mientras, la superposición de polifonías microtonales. Las ambulancias deambulan con aparente apuro buscando probables problemas (o problemas probables).
Mientras sentado en una pared baja, en una esquina, simulo fotografiar la Holzentor para capturar ancianos, imagino a uno de ellos en una situación.
Es un hombre de muchos años que camina con bastón, usa una boina con la cual cubre sólo una porción de su cabeza. Los rulos se le escapan de por entre las orejas. Imagino: Habrá desayunado bien temprano un pancito con fiambre posiblemente, y unas  rodajas de pepino, un café con leche o crema, sin azúcar, y un pequeño tazón con cereal y leche. Eso es sencillo de adivinar, suele suceder.
Terminada lacomidamasimportantedeldía ha salido a caminar, sólo a caminar, para tomar un poco de sensillamentericoyfrescoaire y aterrizar cerca del mediodía en un supermercado. Allí ha de haber comprado una gran lata de cerveza para el camino y así continuar con su paseo, porque él es conciente de que una persona de su edad debe mantener una vida sana. Ha cruzado medio centro comercial y se habrá dirigido a la puerta de la ciudad para entretenerse contando cuantos contingentes de turistas españoles pasan cerca y a través del monumento. Luego debe haber cruzado la calle principal sin notar el flash de una cámara justo en la esquina, y llegando al próximo cruce escuchó, seguramente, el lamento de una sirena, porque gira su cuello para mirar a los lados. Todavía espera, vuelve a escuchar algo, una campanada, y de repente pone su mano sobre su pecho, por casualidad junto con la campanada ha sentido algo más. Y, ¡de nuevo!, lo siente otra vez en el pecho, se siente como picotazos. Algo picotea su pecho con fuerza.
La cacería de ancianos es un trabajo arduo, hay que esperar, mimetizarse con el entorno, ser un turista más, y para lograr una buena toma debe uno “gatillar” cuando el objetivo se detiene o pasa cerca. Así se logra una imagen clara con buena resolución y detallada de sus caras. Las historias que hay en cada una de esas caras.
Es el clímax de la pieza para orquesta urbana, las campanas como locas y las sirenas suenan cada vez más agudo, siguen buscando posibles catástrofes, emergencias. Irrumpe el ruido metálico de una lata media llena que ha caído. La ambulancia se detiene, dos hombres enadrenalizados salen de la parte trasera con una camilla.
“Estoy bien, estoy bien”, sentencia perdido el viejo de bastón. Está sano, es sólo un gallo que picotea su brazo izquierdo.

Yupo