Serio, Maximilian me dice: “por suerte ya pasamos Noviembre, el mes en que más gente muere”. Llegamos entonces a la puerta de la Escuela y retrasamos nuestra entrada unos minutos, nos quedamos parados meditando la sentencia de mi colega alemán. ¿Por qué Noviembre?. Los viejos mueren en los asilos, el cielo constantemente gris, la lluvia, la humedad, el clima. Todo eso deprime a la gente, y es entonces cuando dejan de salir y allí los atrapa la muerte, en sus habitaciones a medida rodeados de sus horarios a medida.
Hace un mes de esta lluvia de pocas
gotas anchas y heladas que caen en grupo. Las ciudades suenan a Feldman,
abundan en ellas los sonidos livianos y sutiles, y aunque cada rincón sea gris
y cada tresillo de gotas golpeacienes hielan los sentimientos más profundos; el
año sigue terminando con sus conciertos, sus promesas y sus súplicas; y a pesar
de todo (la navidad que se acerca también) el año no termina. Está atravesado,
el ciclo de trabajo y estudio empezó en Octubre, por lo tanto estoy en la sima
de la ola.
Son los días de sol los que me hacen
recordar lo importante de la vitamina E, lo placentero de sentarse a la luz,
donde sea. Esos días son pocos hace ya un tiempo y sucede en esas escasas
ocasiones que Febo no llega a cubrirnos, no se eleva sino que bordea el cielo
al ras del piso y así como aparece a las ocho de la mañana se oculta a las
cuatro de la tarde, se va sin decir adiós, uno no advierte a la noche, siendo
joven y todo, la noche no se advierte.
Así como uno no se da cuenta que la
luz se fue, algunos alumnos de piano dejan de tocar, no conocen sus partituras,
son otras notas, sus dedos están fríos, todo está húmedo y las articulaciones
duelen un poco. La memoria no se activa y se degrada la música.
Encerrado el ser humano lidia con
los recuerdos. Ese mes siniestro que precede a las navidades brinda el tiempo
necesario o suficiente para desgranar cada historia. La noche, el frío y las
lluvias infinitas lo meten a uno dentro de uno mismo, hace que nuestra moral
recorra cada resquicio empolvado, que supure la culpa, la melancolía, anhelo.
La estación central de Lübeck está
más que desolada, sola. Los trenes solo se van, la abandonan al silencio que se
interrumpe por mis pasos irregulares, no tengo apuro alguno, me acerco lentamente
a la terminal y la recorro de punta a punta. Hay una demora de unos diez
minutos. Otra persona arriba, todavía no ha bajado las escaleras, se pasea por
los primeros escalones con un andar irregular, es el ruido de sus pasos el que corta
el silencio. Más lejos, un hombre cruza la calle llegando a la estación, pasea,
escucha el sonido de los ruidos que la ciudad transpira. Esta persona ha
caminado ya unos diez minutos, viene de la Escuela Superior de música,
donde un colega le ha dicho con tono serio que por suerte ya ha pasado
Noviembre, el mes en que más gente muere.
Juan Pablo Pettoruti