lunes, 7 de octubre de 2013

Té para uno

Ensayo sobre la voluntad en la promesa

Llega un hombre a destino, y no hace lo planeado. Su viaje, su tiempo empleado en tal empresa, sus ganas de ver a otra persona. Todo relegado a su palabra, fuerte y verdadera. Este hombre ha llegado a destino y a desertado de su ejército de sentimientos. Y la pena por deserción no es otra que el fusilamiento a sangre fría. Su corazón pareciera palpitar el castigo, y sus paredes, robustas de experiencia, dejan pasar el plomo, ese metal que quedará por siemrpe en la sangre, una historia más dando infinitas vueltas por su cuerpo.
No hay tratamiento para el amor. Ni terapia para el olvido, es sencillamente una disciplina, y por disciplina que es, requiere de firmeza, desiciones claras, y respetar lo prometido. Así fué entonces, este hombre, no hizo otra cosa que respetar su palabra:
El miedo se presenta como centro, como motivo del viaje, razón de la escapada. El miedo que destruye lo humano, pero que aquí representa la esperanza al cumplir el deseo de ella: no verle nunca más.”
Frente a él nadie, un hueco pasajero. El vagón parece estar casi vacío, y la segunda hora de viaje se alarga hasta el fin de los tiempos. Una caja, no muy grande, reposa sobre sus rodillas. Un obsequio.
El mértio, la idea de que algo sea meritorio, radica enteramente en los hechos. Los haceres de las personas hablan solo de sí mismos, como la música. Luego, otro grupo de personas, se encargan de dar sentido a esos sucesos, muestras de fé, o convicción.
Sobre lo que esta caja contiene, hay claras instrucciónes, que ella conoce a la perfección. Debido a esto, el regalo será atinado, y generará lo esperado, alegría y algo de nostalgia tal vez. Si la caja llega a destino, esa es otra pregunta, que no tendrá respuesta, sino hasta nuevo aviso, que pudiera ser nunca.
Subir al tren pareciera ser el primer paso, literal y metafórico a la vez. Los escalones que lo separan del transporte no son sólo sencillos niveles metálicos, sino también el primer gasto de energía espiritual. Es su alma la que pesa al subir al vagón, ahora de unos 21 kilos. Su paso se aploma y la planta de su pié izquierdo, segunda en el acto de subir, pareciera estar clavada al suelo Hansiático. ¿Y qué hay del azar?:
Dejarlo ahí, sin saber si lo recibirá o no, si el vecino es un enfermo que todo lo registra y olvidara que recibió algo para ella, si esa noche cae una bomba y no queda nada, es el miedo.”
Esa tarde de agosto, decidió que su espíritu lo necesitaba, que debía cerrar el cielo, nublar la esperanza. Sin siquiera hacer cuentas, compró un pasaje de ida y vuelta para el mismo día. Sería una travesía, una odisea metafísica, porque su cuerpo viajaría sólo 4 horas, pero sus pensamientos darían miles de veces la vuelta al asunto, la caja, el regalo, ella, su promesa. Cómo hacer para ir hacia ella, viajar para darle lo que en el interior de esa caja esperaba, sin mirarle a los ojos, cómo estar allí, sin haber estado.
El hecho de ir sin haber estado jamás alli, es lo imposible del asundo.
Si eso no es una prueba de amor, entonces sólo queda rendirnos. Hechar por tierra cualquier empresa amorosa que se nos ocurra. Queredores a queridos, la guerra eternamente perdida. Y como rendirse no es una opción- y en todo caso ahogarse buscando el horizonte en el mar- sólo queda ir y dejar la caja al vecino, y perdirle sea tan amable de entregar esta encomienda a esta mujer, a quien hemos prometido no vovlerle a ver. Porque lo que vale de una promesa, en fin, es el cumplirla.