martes, 15 de enero de 2013

Al falso lector




Como quien lea habrá notado, hay algunas historias que han llegado a un esperado final, y otras que se encuentran en mero proceso de entrecruce. El blog ha tomado a lo largo de su corta existencia su tono esencial, su timbre. Este espacio suena, al ser leído, a un gran cuento. Y esta estética falaz con la que este sitio se expresa, ha compuesto su género: el falso ensayo, la historia tergiversada o el “cuento” (entre comillas justamente).
De cierto tienen todos estos textos sí, que en su totalidad forman un trabajo, una producción a lo largo de meses de distancia subcutánea (uno consigo) y oceánica (uno y los demás).
En una entrada anterior se muestra la tapa del libro que hace sólo semanas se terminó de publicar. Un pequeño libro (unas 88 páginas) titulado “Un verano nevado”, que contiene algunos de los textos en este blog publicados, y otros tantos inéditos.
La decisión de pasar a este soporte los relatos y falsos ensayos proviene de los mismos textos, es decir, de lo que en parte pretenden ellos ensayar: más de una forma de existir. El falso ensayo toma forma de libro, con su diseño, arte de tapa y fotografía (a cargo de Janna Schartner, a quien agradezco inmensamente), su precio, su lugar a ocupar, y su infinitud (esa cualidad que el libro le dará a los textos).
No son hojas arrancadas, es un producto que llevó su necesario tiempo, pero creo visible su esencia, ese impulso, la energía que me empujó a escribir (porque fue un empujón). Es un álbum de composiciones, constituido no por música sino por el entorno de la misma, el entorno del sonido, lo que ha sucedido al momento de su organización a lo largo de un año aproximadamente. La realidad circundante a la música.
Les dejo entonces en esta publicación toda la información necesaria para que quien esté interesado, pueda adquirir el libro.
Les saluda atentamente, el Falso Ensayo.
En librerías de Argentina (Buenos Aires y La Plata, supongo)
O contactándome: ypettoruti@hotmail.com
PD: el Falso Ensayo Blog seguirá funcionando.

sábado, 12 de enero de 2013

De cómo bajo la sombra de un árbol volví




Un hombre ya viejo, de barba candado color blanco, un tanto descuidada. Como salido de una película de altísimo presupuesto y mala, lleva puesta una gorra de conductor de locomotora, de esas que estos mencionados funcionarios no usan, entonces sólo un estereotipo que cual hongo de pared creció en silencio.
Está sentado sobre su andador en la esquina de la Tivoli Weg y la Reeseberg, contemplando el barrio gris junto a su perro, una mezcla de labrador con heladera, color marrón claro o beige. El animal tiene toda su panza acostada sobre la vereda congelada, y sus cachetes, masticados por su edad, también descansan clavados al suelo.
La calle se desvanece, los ruidos también, asordinados por el joven velo matutino de nieve. No hay autos circulando y la luz solar se hace esperar tras la muralla de edificios de tres pisos, allí, en dirección al sol saliente. Comienza a iluminarse un cielo limpio de nubes, de un color azul infinito. Las estrellas empiezan a confundirse con la claridad, el reflejo del ozono deshace la luna, y como surgido de un disco de vinilo desgastado, se escucha un tren carguero tras la muralla, de allí mismo, desde donde nace Mañana.
Siente sobre él todavía la noche, cree encontrarse en la frontera del nuevo día. Se dice a sí mismo en voz alta: “cuando el ruido deje las vías, será mañana”
Su canino compañero resopla con cierta dificultad, y el hombre, siempre proveedor de comida, adivina en su cara perruna dos montañas sobre los ojos, una frente que se frunce hacia arriba, como suspendida de un hilo invisible, y dos ojos marrones que en escala de grises dibujan, de izquierda a derecha una y otra vez, un “son locuras tuyas”.
El viejo jala de la soga que tiene en su mano, atada en el otro extremo al collar que el perro lleva puesto. El tirón no hace más que dar a la soga una muy baja frecuencia, solo un vaivén, un castigo de poca monta, que el animal siquiera siente, y junto al violento gesto, el anciano deja caer un algo de entre sus dientes, un ruido que pretende ser un gruñido, una sílaba de desdén, o al menos una vocal perdida. El perro resopla nuevamente, esta vez un poco mas fuerte, y algunos copos de nieve frente a su hocico se arremolinan.
Dentro de este hombre una idea toma forma: “si yo me acomodase a la sombra de un árbol, si me dijera a mi mismo: Ahora estás del lado de la sombra, del lado del la Tierra al que el Sol no ilumina.”
El pensamiento se diluye.
Una señora mayor, no mayor que él sino de su misma categoría, lo mira desde la cuadra de enfrente. Hace ya varios minutos que esta mujer lo observa.
Muerde su labio inferior mientras hamaca su cabeza de lado a lado. Luego reprueba entre dientes: “si será mirona la vieja”. Y acto seguido pega un grito que estremece al perro y a la esquina toda. El diptongo viaja imprudente hasta la vereda de enfrente y el tosco yunque de la anciana golpea una vez, como apurado. Ella oye y transforma sus facciones, como dejada secar al sol por años su rostro se arruga en señal de repudio al de muy mal gusto y descortés grito de su vecino.
“El planeta se divide a sí mismo con la sombra, el hombre ha decidido que su hogar en este universo tiene por lo menos dos partes, a saber: el día y la noche, la parte del planeta que está siendo iluminada por el Sol y la parte que no.
Y hemos puesto estas dos porciones de planeta en una línea, y decimos entonces que si cavásemos un pozo que atravesase la tierra, un túnel que pasase por el mismísimo centro de la Tierra, llegaríamos al ayer, o al mañana. Porque, ahora que la frontera entre el día y la noche en la que me encuentro se va decidiendo, yo diría que son las 9 de la mañana, entonces hace unas cinco horas que estoy despierto, a esta edad duermo poco e irregular, y por fin pienso, que me he levantado esta mañana a eso de las 4 de la mañana del día lunes, cuando en Buenos Aires fueron los últimos minutos del día domingo, del día de ayer. Si yo me hubiera dejado caer en este pozo imaginario, mi ayer hubiera vuelto a mí.
Como no puedo cavar un pozo tan profundo, ya no puedo cavar; entonces busco otra solución para volver, para ser en cualquier momento en ese hemisferio que tanto extraño. No puedo trasladarme largas distancias, entonces busco en mi mente recovecos que antes no haya explorado, un ápice de masa gris, fértil, donde dejar crecer la idea de haber vuelto bajo la sombra.
Si yo…”, aguarda el anciano unos segundos a que la conclusión acompañe a pregunta, “si yo me acomodase a la sombra de un árbol, si me dijera a mi mismo: Ahora estás del lado de la sombra, del lado de la Tierra al que el Sol no ilumina. Habría vuelto, estaría en el ayer, o mejor aún en Buenos Aires. La sombra es el ayer, bajo la sombra es cuatro horas más temprano, la tierra en sombra sería durante el día mi tierra natal. Volvería en el tiempo debajo de cada árbol, en la porción de Tierra que el Sol no alcanza”.
Esa noche al volver a casa, vi en la esquina a un anciano y su perro, bajo la luz de la lámpara de la calle.

sábado, 5 de enero de 2013

Un verano nevado - Libro

Falsos ensayistas, les presento un compilado de relatos, recién salido del horno.
Algunos ya leídos en el blog y otros muchos nuevos.
Para conseguir un ejemplar, contactarme, buscar en librerías de La Plata y/o Buenos Aires Argentina (en breve), o por internet: http://www.dunken.com.ar/web2/libreria_on_line.php?NOVEDADES=1

miércoles, 2 de enero de 2013

La ante-última clase




Este hombre ha viajado por el mundo desde un taburete. Digamos que ha conocido gran parte del mundo en blanco y negro. Aprendió sobre cada país que cada profesor le trajo, se informó, leyó los diarios y prestó especial atención al panorama internacional del noticiero en la TV. Recuerdo que de cada noticia trascendente de Argentina, el señor Heinzelman me hacía un comentario, muy al pasar, una escusa para charlar y demostrar su interés por mi país de procedencia.
Sobre el piano se posan suavemente sus agrietados nudillos, que acomodan una partitura, una canción de navidad. Y leyendo las primeras notas, con una voz retraída, engripada o resfriada, me dice: “¿así que pensas dejar este trabajo?”. Y sin sorpresa respondo que no sólo he pensado en dejar este trabajo, sino que ya tomé la decisión hace tiempo y renuncié, por lo que esta es nuestra anteúltima clase.
“Ah, ya renunciaste, y ¿me lo ibas a contar?, tenés que contarme esas cosas”.
“Sí Herr Heinzelman”, le cuento, “pensaba informarle hoy, pero usted se enteró antes. Lamentablemente me es cada vez más difícil dar clases en esta escuela. No conozco a nadie aquí, después de casi dos años no conozco a nadie. Y no es que yo no salga del aula de piano, o no haya querido interactuar con otros, es que sencillamente no me he encontrado con nadie a lo largo de todo este tiempo, y nadie me ha sido presentado. No hay equipo en esta institución, y eso sumado al viaje de dos horas de ida, y dos horas de vuelta, se hace difícil”.
Pero noto que Karl Heinz ni se inmuta, sigue “leyendo” las notas navideñas. Entonces miento: “además voy a tener que mudarme a Lübeck”. Sin aclarar por qué, digo que me mudo: mentira y argumento, que convence a mi alumno.
Interrumpiendo mis últimas palabras alemanas, Heinzelman señala un acorde escrito y acusa su dificultad. Y prosigue: “entonces esto es un Do mayor, y luego el Sol, y aquí un Re menor, ¿qué es eso de Re menor?”.
Respondo, y nuevamente, sobre mi dificultosa frase teutona el viejo me interrumpe: “¿a Lübeck?”.
Se escucha que el próximo alumno ha cerrado la puerta de entrada, y Karl Heinz mira su reloj de pulsera a cuerda, esos relojes que no requieren baterías, que se cargan sólo con el movimiento de la mano, por ejemplo al tocar el piano.
Junta sus papeles, ordena su bolsa de algodón, me pide que le ayude a vestir su campera nueva, la sostengo y el abriga sus brazos, uno a la vez. Lo escolto al borde del aula, la puerta, y en una suerte de despedida Heinzelman interpreta una frase: “suerte, que te vaya bien, y si alguna vez estas por la ciudad al mediodía, hechá una mirada por la ventana, acá estaré, tocando el piano”.
Yo respondo: “nos queda una clase, nos vemos el jueves que viene”.