lunes, 15 de diciembre de 2014

Aprendices, Compañeros y Maestros

1° parte
Logias por doquier, desde la ciudad de las diagonales hasta la ciudad de las iglesias medievales. En el 2014 la antigua hermandad de librepensadores masones sostiene su discreción y enciende la curiosidad en algunas almas creativas.

    Me encuentro en la contradictoria situación de escribir (y escribiendo divulgar) sobre una serie de situaciones que comencé a vivir hace unas semanas, relacionadas a una organización con fuertes fundamentos en la discreción. Esta característica es la que me contraria hoy en día cuando intento desarrollar de la forma más clara y detallada posible, los escenarios y sucesos con los que la mera curiosidad me ha encontrado.
    El cuento empezaría con una tarde lluviosa, en una ciudad relativamente grande, pero con alma de pueblo. Donde cada fachada tiene una historia y la simbología se hace presente en cada edificio y cada monumento. Una ciudad de calles adoquinadas y que, pese a la lluvia, exhibe orgullosa un verde follaje que resalta del fondo grisáceo que la lluvia remarca. Esta historia comienza en esta locación que, pese a las coincidencias, no se trata de la ciudad de La Plata (Argentina), sino de la ciudad de Lübeck (Alemania).
    Una tarde de lluvia, en la norteña ciudad de Lübeck, se alzaba imponente frente a mi una robusta puerta de madera, sin adorno alguno, abrazada por un edificio gris de piedra, que parecía comprender no sólo el número 2 de la coqueta calle St. Annen, sino también extenderse hasta la esquina, y una vez allí, unos metros más hacia la derecha. El edificio tenía unos 3 pisos de altura, con una fachada antigua y marcial, y sobre su entrada se leía en grandes letras metálicas: “Freimaurerloge” (Logia de la Libre Masonería).
    Allí me encontraba yo, frente a esa puerta cerrada (nunca ví una puerta más cerrada). Toqué timbre, esperé. Nadie atendió. Volví a tocar timbre y esta vez saludé a la cámara del portero eléctrico, creyendo que tal vez alguien del otro lado me estaría observando y podría tomar con gracia tal gesto, pero nada. Continué esperando, y dando por sentado que nadie me iba a atender, decidí marcharme, y cuando me disponía a hacerlo, escuché una voz lejana que trataba de llamar la atención de alguien: -¡Hola! ¡Oiga!. Miré por sobre mi hombro y vi a un hombre de traje portando un paraguas, que llevaba de la mano a una anciana. Ambos caminaban bajo la lluvia y se alejan cada vez más. Giré, y al verme el hombre, volvió a gritar, en alemán y bajo el ruido de la lluvia, por lo cual a duras penas pude entender lo que decía (además, todavía no estaba seguro de que me hablara a mi), pero creí entender algo como “¡Oiga, ya voy!”. El hombre se alejó lentamente con su viejita, entonces descarté que se hubiera dirigido a mi.
    Bajé los escalones de la entrada y me dirigí a la esquina, creyendo que podría ser otra la entrada principal del edifício. Recorrí todo el frente y no encontré nada, y ya cuando la lluvia me había molestado lo suficiente como para irme a casa, ví que el hombre que hacía una rato estaba gritando desde la otra cuadra, se acercaba y sacaba una llave de su bolsillo. Efectivamente, me había gritado a mi y, efectivamente, volvía él despues de un rato. Lo intercepté cuando estaba abriendo esa puerta (la cual creí nunca se abriría). El hombre me pareció algo sorprendido e incómodo cuando lo saludé, como quien creyendo estar solo, es sorprendido por un testigo. Esta actitud me llamó la atención y vacilé unos segundos antes de dirigirme a él. Pasada la sutil tensión que este instante generó, extendí mi mano para estrechar la suya y me presenté: -Buen día, me llamo Pettoruti-. El hombre me examinó por un momento y complementó mi saludo apretando mi mano y plegando su paraguas, simulando ningún apuro. Luego me dijo: -Ah, Pettoruti, Italiano, sí, lo estábamos esperando-.

    Aquí no termina la historia. Pero aquí termina esta parte de la historia, en este texto. El secreto, o la omisión, son dos de las bases de lo que hoy se conoce como la libre masonería. No hablamos de oscurantismo, donde hay una intensión expresa por ocultar, sino del secreto. A esta logia tiene acceso (aunque sea informativo) cualquier persona que se interese en la misma. Su bajo perfil y sencillez, permiten que esta organización mantenga, a lo largo de siglos, su estructura intacta, y (no tan intactas) sus ideas fundacionales.
    Cuántos de ustedes, estimados lectores, saben de qué se trata la masonería, y aún conociéndola, cuántos de nosotros sabemos a qué se dedican estas logias, cuáles son su actividades, o si realmente existen en forma activa. Más allá de estas preguntas y sin desmereser a quien se tome el trabajo de investigar al respecto, este humilde escritor cree que el legado más importante de la libre masonería en el siglo 21 ha sido, y es, la intriga, el secreto, y la hermandad. Estas tres palabras que encajan perfectamente en el preconcepto que uno tiene sobre la libre masonería. La intriga, como combustible de la creatividad, ya que aveces el crear es una necesidad, una necesidad fundada, en algunos casos, en la intriga. El secreto, que promueve la virtud de quien lo guarda y de quien recorre el camino para conocerlo. Y la hermandad, que remite a la unión, a la consideración y tolerancia entre los aprendices, compañeros y maestros.
   Claro, no son organizaciones que necesariamente promueban el desarrollo social desde la inclusión (de vital importancia en la actualidad). Pero es que nos referimos a una práctica que se remonta cientos de años en el pasado, y que ha pecado de anacrónica. El bien que la libre masonería nos deja hoy en día, es un bien creativo. Da rienda suelta a la imaginación, genera escenarios sombríos y laberínticos, en los cuales la intriga todo lo cubre. Material literario, programático-musical, artístico. Una acertijo interminable de pistas y falsos pasadizos, que llevan a la creación de nuevos relatos, nuevas historias.

    Esta ciudad del norte de Alemania, tiene un espíritu parecido al de mi ciudad natal: La Plata, que fue fundada y enarbolada por masones. La simbología masónica se extiende a lo largo y a lo ancho de la ciudad antigua de Lübeck, así como sobre el casco urbano de la ciudad de las diagonales (tal vez esta última aun con más peso simbólico). La intriga es, en este caso, un lazo invisible entre estas dos ciudades, un lazo invisible e irrompible. Un vínculo de historias de misterio, que un alma curiosa recuerda con nostalgia. Un alma que, tal vez, haya comenzado el camino del Aprendiz.

martes, 25 de noviembre de 2014

Abandonar a un personaje


La literatura puede escapar de Ulises y de Virgilio, a partir de la reencarnación de personajes abandonados, olvidados por sus autores.

Es cierto que la literatura universal abunda en recurencias, no sólo en lo que a la dramaturgia de sus historias respecta, sino también a sus personajes. Algunos de ellos, emblemas de la literatura, se pasean con diferentes nombres por infinita cantidad de libros de ficción.
Existen también grandes cantidades de personajes secundarios abandonados por sus autores. Personajes que sólo viven para ser olvidados. Son la parte no interesante de la vida de ciertos personajes principales, de los cuales se conoce en las novelas, todo sobre sus vidas, y es, en una pequeña porción de estas vidas, en la que los personajes abandonados a su vez viven.
En la colección “Dublineses” de James Joyce, en el relato “Eveline”, se cuenta la vida adolecente de una mujer proveniente de los barrios bajos de Dublin, que por obedecer a un fuerte mandato familiar impuesto por su padre, deja a su enamorado Frank, cuando decide no acompañarlo a este en su búsqueda de nuevos horizontes en Buenos Aires, Argentina. Entonces Frank aborda el barco y zarpa hacia América, y desaparece rápidamente de la vida de Eveline, y por lo tanto del texto. Joyce abandona a Frank, lo libra a su suerte. Y pasa a ser tarea del personaje ser tomado por otro autor, alguien que esté dispuesto a revelar tanto su porvenir, como su pasado (del cual ni una pista tenemos). La tarea de Frank pasa a ser (como dice Pirandello) un drama en si mismo. Es decir, su empresa es su historia. Historia que fue tomada prestada por mí (por ejemplo), para escribir el relato “Eveline”, que trata, ni más ni menos, de este abandonado personaje. He alojado a Frank (proviene de Joyce, claro) en mis letras, y le otorgué un presente (quizás no tan felís) y, aun más importante, un pasado. Escribí su historia. Este humilde e hipócrita acto solidario de mi parte, en nada se compara con los dos casos que a continuación desenredaremos.
Un conocido caso de adopción de personajes, es el que se manifiesta en el cuento de Borges “El fin”. Para el cual Borges recicla al gaucho Recabarren, quien fuera el dueño de la pulpería en la cual el Martín Fierro se bate a duelo con el Moreno. Este gaucho es quien presencia el duelo y quien rememora, a partir del duelo de Fierro, otro duelo, el que marcó su vida. Es decir: Borges adopta a Recabarren, hace lo propio de un autor al darle marco a su drama, pero no reniega de la génesis de este personaje, de la autoría de Hernández, y cuenta, en definitiva, lo que Hernández contó. En fin, la razón por la cual Recabarren existe.
El segundo de los casos de abandono de personajes es, tal vez, el más paradigmático. Pirandello, en su obra “Seis personajes en busca de un autor”, trata la problemática de los personajes abandonados en todo su esplendor, el tema de la obra es la implacable búsqueda de estos personajes, que saben, necesitan un autor que firme con su nombre y les brinde una razón de ser. Estos personajes son (existen) sin razón alguna (aunque no todos ellos sean concientes de esto). En este caso no se trata de personajes secundarios, sino poco interesantes, según Pirandello (quien, paradójicamente, le asigna roles principales a todos ellos en la obra en cuestión). Este último ejemplo tiene la particularidad de que el autor genera su propia energía, se cita a si mismo. Crea personajes para luego abandonarlos, y hacer una obra de teatro sobre ellos y su pesar (el drama de existir sin sentido).

Quizá derrape sobre el final, tomaré el riesgo. Pareciera hallarse, en los personajes olvidados, el resquicio de originalidad que, pese a conformarse de materiales preconcebidos, comprendería a las nuevas psicologías literarias, ya que son estos personajes, quienes cuentan con el deseo y la voluntad de trascender. Los personajes abandonados podrán ser en las nuevas escrituras, los Ulises y Virgilios de la interminable antigüedad.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Palabras difíciles, como suicidio (Schwierige Wörter, wie Selbstmord)


Entiendo que hay palabras que conllevan emociones, y me parece que suicidio es una de ellas. Esta palabra encierra también una contradicción, no en su significado (el cual parece quedar en cada situación más que claro), sino una discrepancia entre el suicida y el mundo que lo rodea. Y para poder aclarar esto desde un principio, vamos a retrogradar nuestra cosmovisión, y diremos que la discrepancia se genera en el mundo circundante al suicida, que pasa a ser el centro, entonces, el suicida es los que al centro circunda. El suicidio es contado por quien no lo practica.
Sin entrar en detalles filosóficos al respecto, nos concentraremos en tres interesantes casos en los cuales el suicido es utilizado como giro dramático. Tres ejemplos, de los cuales uno vuelve a rotar el eje de percepción, es decir, vuelve a poner al practicante en el medio del universo, y a los duelistas en la periferia.
Thomas Mann pareciera tomar argumentos orientales sobre el suicidio al dar a su personaje Neptha la posibilidad de un final honrado. Ante la proximidad de una inevitable catástrofe, y el desmoronamiento de sus más profundo credos (religiosos y filosóficos), sobre el final de la eterna discusión con su contratema dialéctico, Setembrini, ya cuando la discusión ha llegado a sus límites reales, transformándose en un duelo, allí decide el escritor Mann darle a Neptha una segunda opción. Una salida, en definitiva, que a mi como lector me sorprendió, pero que justo después de la sorpresa entendí rápidamente. Este propicio escenario que Mann le entrega en bandeja a Nephta, no es más que lo que el personaje de Neptha le estaba pidiendo hacía ya tiempo al escritor: un final honrado, para un hombre que ha perdido la fe.
En el caso anterior es el escritor que concede la solución al personaje y que percibe lo que el personaje necesita o demanda, el centro; y es el personaje (personaje secundario del libro, vale la pena aclarar) lo que rodea a la historia, con una breve mención del tema. Kafka trata de otra forma al centro y a la periferia. En su relato “Descripción de una lucha” dos personajes (y sólo dos) protagonizan una caminata por la ciudad, en la noche, luego de una reunión o fiesta, en la que han ingerido bastante alcohol. Buscan, con el fresco de la noche, salvarse de una posible resaca matutina. Lo interesante del relato está en la relación de estos dos individuos, quienes hasta esa noche nunca se habían visto, y, conforme avanzan en la caminata, charlan y se van conociendo. Sin importar de qué va el relato, quiero hacer hincapié en una escena. Hacia el final, después de toda una noche juntos, contándose todo (aunque uno de los personajes poco escucha y crea su propia historia imaginaria, ayudado por su inspiradora borrachera) uno de estos personajes (el más joven) opta por quitarse la vida, sin más.
Sin dar pista alguna en todo el relato, el joven personaje corta sus venas con un cuchillo, y quien lo acompaña (una suerte de personaje principal) no tiene más remedio que acompañarlo en su desceso. Kafka nos muestra en este relato cómo es que quien más tarde presenciará un suicidio, vive los sucesos previos al hecho. Este hombre escucha durante todo el paseo como su joven compañero le habla de esto y aquello, pero, al no tener ni la más mínima sospecha de sus futuras intenciones, el personaje principal elabora una fantasía que recubre gran parte del relato (y hasta toma las riendas del mismo) no para desoír a su acompañante, sino para soportarlo.
Este es un relato sobre quien presencia un suicidio, sobre quien sobrevive al hecho para luego contarlo, o, simplemente vivirlo, y que nosotros, lectores asombrados, podamos presenciar también el hecho, no como periferia sino encarnando la piel del centro, la visión del duelo.
Hasta el momento hemos tenido dos posturas diferentes sobre el suicidio presenciado, no sólo en cuanto a su punto de vista, sino también sus fundamentos: Thomas Mann más cercano a una ideología oriental, y Kafka con una postura más occidental (centroeruopea). Ambos casos son protagonizados por más de un personaje, y esto es lo que nos interesa, la necesidad de un otro para ejercer el suicidio.
Yasunari Kawabata propone en “La casa de las bellas durmientes” un caso que tal vez aune los argumentos oriental y occidental sobre el tema en cuestión. La misteriosa muerte de la acompañante nos abre un abanico de posibilidades que Kawabata cierra de un plumazo en pocos párrafos. Nos muestra un dulce que nunca probaremos. Procede de esta manera porque no quiere extenderse en el misterio del fallecimiento, no busca un asesino, ni una coartada, ni un motivo. No busca motivo alguno, porque no hay asesino, sino suicida, y es éste último quien guarda el motivo de la muerte: su orgullo, o un sufrimiento irremediable.
Sea el motivo occidental u oriental, lo que aquí interesa a este texto, es la necesidad, nuevamente, de un otro en la escena del suicidio. Aquí se abren dos líneas de análisis: la primera, la trascendencia. Quien decide terminar con su vida, ha optado por resguardar su existencia, ¿de qué manera? Permaneciendo en el relato de un otro testigo. La existencia de quien se ha ido trasciende en la vida de otros, y existe (valga la redundancia) el tiempo que el duelo de quien ha presenciado la muerte lo permita.
El segundo análisis sería el siguiente: tal como uno requiere de un otro para ser (ser en sí mismo y en cuanto a los demás), una persona presisa de un otro que constate que el ser que elige dejar de ser, en efecto, ha dejado de serlo. El suicida necesita un testigo de su muerte, para ratificar que la misma ha llegado, ya que una vez ido ya no puede el difunto dejar de existir. Alguien más tiene que tomarse el trabajo de reconocerlo como muerto, y luego, inexistente.

En definitiva, algunas reflexiones sobre el suicidio literario.

viernes, 3 de octubre de 2014

Las lecciones para el mundo

Argentina, los holdout, y Sartre hasta en la sopa. Aceptar la libertad del otro es el primer paso para librarnos de la desinformación:“Estamos sometidos a la mirada del otro”

“Las lecciones para el mundo” es el subtítulo que el periodista Thomas Fischermann utiliza para su artículo en el diario Zeit, de Alemania, haciendo alusión a la importante lección que las naciones endeudadas deberían aprender. Este artículo, que ocupa casi una página de la sección de política de este diario de gran tirada, se centra sobre, y describe, un desfigurado panorama de la situación del estado Argentino y los Holdouts (así se los nombra en este artículo a los Fondos Buitre).

Un débil oleaje llega a las costas teutonas. Cada tanto se lee en algún diario alemán de importante tirada, un artículo sobre economía y/o política, referido a la disputa entre el estado argentino y los fondos buitre (llamados, en estos artículos, holdouts). Estas esporádicas referencias suelen estar plagadas de agentes desinformantes.
Lo más importante en la compleja tarea de desinformación, es encontrar una linda tela para cubrir el tema a desinformar. Las falacias serían sólo el decorado de esta tela, son fáciles de encontrar, se las puede criticar y desestimar sin mayores problemas. Pero, cuando el desinformador es realmente astuto, pondrá al alcance del lector crítico todas las falsas pistas que sean necesarias, llenará su argumento de falsedades, para que el lector recorra el camino de la crítica (gustoso de poder hacerlo satisfactoriamente) y se desentienda del tema que realmente se esta encubriendo.
Fischermann teje en su artículo, una fina red condescendiente con el lector de turno. Si el lector ha tomado una posición al respecto (puede que ni le interese el tema), cualquiera sea su postura, el artículo se encarga de ensalzar su lectura. Para quienes defienden férreamente a quien “puso el dinero, y no se lo devuelven”, se refiere Fischerman a los fondos buitre como holdouts, habla de porcentajes, deudores e intereses; y omite, a su vez, la legalidad o ilegalidad de lo anteriormente enumerado, los orígenes de la deuda, la integridad de los intereses y de los interesados.
Por otra parte, si el lector ha tomado posición por el estado argentino, el periodista alemán tiene también una batería de elogios: se refiere al ministro de economía argentino como “el político más peligroso de América Latina” (en un claro tono positivo), construye argumentos a favor y en contra de las deudas externas (siendo ambos, los pro-argumentos y contra-argumentos, siempre a favor), y se apiada de las débiles estructuras económicas, propias de los países endeudados, para los cuales aventura una solución: no deberían endeudarse en primera instancia. Sin mencionar, en ningún momento, que las naciones endeudadas son muchas (potencias incluso), pero no todas pueden costear su crisis.
En esta empresa de complacer a todo lector que si quiera se acerque a esta nota, el periodista alemán Thomas Fischermann ha escrito una artículo desinformativo plagado de falsas direcciones, cumpliendo su fín último: conducir al lector crítico hacia pantanos de falacias y argumentos sin sentido.
En el artículo del diario Zeit, jamás se nombra la crisis de soberanía que sufren los países endeudados, o la génesis fraudulenta de estas deudas. Se parte de la base (a priori) de que los países se endeudan, porque sus economías están flojas (cuando la premisa podría ser: estas economías son débiles, porque pasan décadas y décadas endeudadas). Y tampoco se tiene en cuenta, por suspuesto, el aspecto jurídico, no menor, ya que en caso de Argentina, esta disputa de soberanía (porque es eso lo que se dirimen las partes) pretende resolverse por medio de un gris juez de distrito de Nueva York (EEUU), totalmente ideologizado y alejado de los criterios de razonabilidad que siempre caracterizaron los fallos del sistema del "common law".“ (cito, según mi asesor jurídico personal).
Gombrowicz nos cuenta sobre Sartre, y dice: „La mirada del otro es contraria a nuestra libertad, nos define. Pero solamente al reconocer la libertad del otro me libero de su mirada“. Para cada escritor francés, debería haber un escritor polaco que lo interpretace. Esta frase sintetiza la profundidad sartriana y la terrenalidad gombrowicziana (gombrowicziana, que palabra fea).
Cuando el diario Zeit publica esta nota, avala el proceso de desinformación, y juega a favor de los capitales feroces que pretenden vivir en una burbuja de especulaciones, sin reparar (si quiera pensar) en los problemas de la realidad, esos que azotan a las naciones endeudadas, a sus pueblos.
Esta claro que “la mirada del otro es contraria a nuestra libertad”, ya que pretende definirnos. Y es cierto que sólo reconociendo la libertad del otro (es decir su decisión de definirnos), podemos liberarnos de su mirada. En este texto reconozco la mirada ajena, y, en tanto la reconozco, entiendo cómo es que pretende este diario alemán definirme como argentino: deudor, incapaz, inmutable, y, ¿peligroso?
Esta bien. “No se preocupe Pettoruti” (podrían decirme), “que, si bien este periodista publicado en este diario piensan esto sobre nosotros y sobre nuestro conflicto, más importante es lo que uno decida, lo que el estado argentino logre o no logre en este caso, luego, los de afuera son de palo.” No me convence, me quedo con las palabras de Sartre habladas por Gombrowicz, leídas por mi.

Este oleaje desinformativo es sólo (y nada más ni menos, a su vez) una de las tantas miradas de los otros de las cuales sabremos liberarnos y citar, cuando sin remedio alguno contra la peste de la realidad, el diario Zeit publique y titule nuevamente: “Las lecciones para el mundo”, refiriéndose a un país soberano que logró lo que luego otros habrán de prolongar, enfrentarse al sin sentido y hacer valer su soberanía, que no es, ni más ni menos, que la salud y bienestar de su pueblo.

sábado, 30 de agosto de 2014

Unas palabras sobre “Las palabras”

Breve reseña sobre la autobiografía de Jean Paul Sartre

Es evidente que una biografía o autobiografía, no es una detallada descripción cronológica de los sucesos más relevantes en la vida de una persona, sino el relato de las vivencias que han forjado lo esencial del ser de esta persona, a lo largo de su vida. Estos hechos pueden haber sucedido en un breve segmento de años, puede que en este tiempo, considere el biógrafo o auto-biógrafo, su persona haya formado el grueso de sus valores, miedos, creencias; su personalidad.
Esto me ha quedado claro al leer “Las palabras”. Una autobiografía que se centra sólo en los primeros 9 años de vida de la persona. Estos detallados 9 años nos revelan cada punto de partida de las cualidad del escritor maduro. Él nos apunta hacia dónde mirar, y nos cuenta cómo es que tal y cual libro, ha desencadenado tal y cual reacción en su persona. Los comportamientos descritos en el niño que el escritor era, no pertenecen a un niño, es decir, no son más que sentimientos y comportamientos potenciales: ser un tirano, vanidoso, virtuoso, la soberbia, la comprensión, la tolerancia. Son cualidades que requieren de una experiencia de vida, que este niño francés, no tenía a esa edad.
Sartre divide su autobiografía en dos partes: Leer y Escribir. Los pilares de la escritura, sus pilares como escritor. Lo que esto pareciera resumir, es que los dos grandes sucesos en su vida han sido, el aprender a leer, y su posterior relación con la escritura. Esta última, articuladora de sus afectos personales, ya que él se sentía presente, o querido, en tanto escribía (según, valga la redundancia, escribe en su autobiografía).
Sartre comprendió al escribir este libro, que él, como Sartre, el escritor, no pertenecía más a si mismo, sino a una cultura, la cultura francesa. Sartre pasó a ser su obra, no sólo un escritor productor de cultura, sino también parte real de esa cultura. Tanto es así, que “Las palabras” relata no sólo los primeros años de vida de Sartre persona, pero los de Sartre escritor, y su entorno: el entorno real (con sus guerras y gobiernos), y el entorno de fantasía, ese que hablaba de la realidad a travez del prisma de los Corcorán, Galopin y Jean de la Hire.
Sin ahondar, y sin pecar de superficial, he aquí un pequeño complemento musical, que, si bien no se refiere a un artista coetáneo a Jean Paul, sus influencias sobre la Francia de Sartre fueron, sin lugar a dudas, reales y profundas. El lenguaje musical del compositor Claude Debussy, refleja (una vez más, sin ahondar) una visión cíclica del tiempo, y por tanto del universo y sus ordenamientos. La repetición y la recurrencia son dos aspectos fundamentales en su obra, y podríamos decir también que su sintaxis se basa en estos dos aspectos. “Las palabras” es un texto escrito a la Debussy. Es recurrente y repetitivo, y a su vez elocuente. No deja oración sin mensaje, no es un libro extenso, y cada una de las repeticiones y/o recurrencias que se leen, encierran una función, sea a modo de referencia del inexorable paso del tiempo (las cosas que vuelven a suceder en la vida de una persona), o como reivindicación de ciertos valores (la fantasía). Este lenguaje musical utilizado en la obra de Debussy, pareciera ser la forma en que Sartre da ritmo a su libro, a su autobiografía; dejandonos interpretar que su concepción del tiempo no sólo es sucesiva, sino también circular (o recurrente, para los momentos de escepticismo).

Y allá arriba, veo en esta edición del libro en cuestión, la palabra ensayo, y me pregunto si ha sido Sartre quien decidió rotular su texto como ensayo. Porque de haber sido así, sería realmente un nivel más desde el cual este libro debiera ser analizado. Una autobiografía es un ensayo, una búsqueda en un bazar de ideas, con una tesis final algo sorprendente. Tanto es así, que el libro termina de un golpe seco. Termina donde podría continuar, o haber terminado hace un par de páginas atrás. Es que la respuesta a la incesante indagación de este escritor, llega como por arte de magia. Aunque él sabe dónde busca (en los anales de su vida), encontrará que sería inútil continuar infinitamente contando su vida (la cual no ha terminado al tiempo que él escribe el libro), ya que lo esencial de lo que hoy él es, ha quedado irremediablemente en el pasado, tan lejos como su memoria se lo permite, en sus primeros 9 años de vida. Y nota esto Sartre, justo en el momento en que comienza a hablar de sus futuros estudios universitarios, su profesión, su primer acercamiento consciente a la muerte (el fallecimiento de un amigo). Allí donde el hombre madura, allí donde se forja el carácter, allí elije Sartre detenerse, porque ha encontrado lo que buscaba: el momento en que dejó de ser Sartre persona, para convertirse en Sartre escritor.

viernes, 8 de agosto de 2014

Reseña sobre la obra poética comprendida entre los años 1984 y 1992, del postmodernísimo escritor Javotino Mex


Los “Garibaldis a medida” son, sin lugar a dudas, de los legados más importantes de este avieso personaje de la poesía argentina. Esta antología, comprende poemas de entre los años 1984 y 1992, los cuales denotan claramente un constante progreso y variación, tanto en el uso de la retórica, como en su prosa y sus versos.
La temática, sin embargo, de estas piezas únicas (cada una de ellas lo es), no sufre cambios significativos. La colección en su totalidad gira en torno al dilema de la imbricación de la rutina en la vida de un artista. En cada rincón de la obra analizada, hallamos versos de un alto vuelo poético, pintados de combinaciones de palabras (aveces en pos de una metáfora, aveces en pos de una sonoridad) fuertemente ligadas a una rutina diaria.
El mayor aporte de Javotino a la literatura universal, podríamos decir, es la creación de un meta-lenguaje, distinto del lenguaje tal cual nosotros, inocentes lectores, lo conocemos. Los juegos son infinitos. Sólo tomando algunos de sus más célebres poemas, como “Cayendo hacia la cumbre”, “La hisotria del viejo pitara Gavilán Funes” o “El meterete indiscreto”, podemos encontrarnos con ciertos usos extremos de las más populares formas retóricas. A tal punto que el sentido del contenido de tales textos, llega a pender de un hilo; pero, aun al borde del acantilado, ya en el atardecer de cada uno de sus poemas, se revela un final que sosega angustia alguna que el lector pudiere padecer.
Tenemos, tal vez, en el caso del pirata Gavilán Funes, uno de los personajes más sintéticos de la obra de Javotino. Sintético en tanto una comunión entre los juegos musicales de este poeta, y el meta-lenguaje diario utilizados. Un hombre que no hace más que abordar, cada día de su semana, cada semana de su vida (podemos deducir), y que al llegar al domingo, día omitido en la vorágine rutinaria (¿quizás una crítica al estrés postmoderno? ¿O tal vez un guiño a una segunda secularización?), resurge de entre las cenizas del olvido para llevarse puesto al poema entero, todos sus bellos versos, su ritmo, su fortspinnung oculto en la sutil puntuación; todo es arrasado por el domingo: “el día del perdón”, y un remate (un disparo inatajable para el lector) con el cual este aparente sinsentido, toma las riendas de su propia existencia y se revela, clarito y desenfadado, como el final de una historia entera, que es el final de la vida rutinaria.
La parodia tiene un papel principal en la prosa javotina, es el común denominador en su obra. Lo interesante aquí, es la dosificación de esta herramienta. Es que entre el histérico enojo del “Capuchón sin cría” y el entramado de versos en el “Vulcano 1”, hay un gran espacio, que acentúa aun más, los extremos que estos dos poemas representan.
Es, el primero de los Vulcanos, en donde vemos la parcialidad poética de Mex, esta frontera que todo artista puede tener cuando su punto de partida, al componer, es su propia vida. Quizá el asar, el destino, o la suerte, hayan hecho de “Vulcano 1” un poema de tal envergadura, de tanto peso simbólico, y versos cargados de emoción. En unas pocas líneas se alcanza a leer el relato de una historia que no sucedió. Y, a riesgo de entrometerme, aventuro la siguiente interpretación: en este algo controversial poema, Javotino logra desenmarañar una historia futura, un porvenir que, transcurrido el tiempo, toma forma de pasado, de historia. Lo relatado por Mex en este texto, tuvo lugar muchos años despues de haber sido escrito. Y, si bien la coincidencia obra de formas misteriosas, e incontrolables, he aquí, en mi humilde opinión, un caso más de completa y clara percepción de la realidad, de preventiva y consciente percepción de la verdad, por parte del poeta argentino, que supo ver un futuro escrito, y trató de ordenarlo en versos solos, versos de soledad.
Adivino en el lector un última pregunta, esa que todos nosotros, sendos lectores javotinos, nos estamos haciendo hacia el final de esta reseña-homenaje: ¿qué ha sido de Javotino Mex? ¿Qué ha pasado con este extraño poeta que, habiendo dejado una corta obra (comprendida toda ella entre los años 1984 y 1992) se ha esfumado de la escena literario (de toda escena), sin dejar rastro alguno? ¿Qué ha sucedido?
No voy a responder a esta pregunta por dos razones: 1- tuve la suerte de conocer al susodicho poeta, y nunca me permitiría quebrantar la lealtad que a él he prometido, y 2- la respuesta a estas preguntas sería sólo un placebo a la curiosidad pasajera, en el profundo mar en el que Javotino Mex nos anima a internarnos al leer su obra.
Quien tenga el deleite de experimentar la lectura de estas piezas musico-literarias, recorrerá parte del camino artístico que, quien suscribe, cree fervientemente, lleva a esclarecer algunas de las arístas del recurrente dilema arte-rutina, contra el cual pocos han sabido revelarse.

Los “Garibaldi a medida” están hechos a medida del lector, que encontrará, sino en todos, en alguno de ellos, un espacio de reflexión, y por qué no, alegría. 

sábado, 26 de julio de 2014

El día después

“Pasan los años, pasan los jugadores...”


Frente a su clase, el licenciado Airosa había de recordar esa tarde remota en la que su padre le contó sobre el día más tranquilo de la historia universal. Es que un alumno lo importunó con una pregunta de tono cósmico, una de esas preguntas que Airosa prefería saltearse y continuar, pero algo en él se encendió, algún dispositivo oculto en su ser, que lo trasladó en una indivisible fracción de tiempo, a un día tal perdido en su memoria. Ese día en que su padre le relató una historia que, a su vez, el padre de su padre, a este le había contado. Una leyenda, o un cuento tradicional, que se trasladaba de generación en generación.
El relato databa de miles de años, fechas imposibles de reconstruir, pero sí de ubicar en algún segmento de la historia. Este suceso había tenido lugar en lo que hacía 1500 años se hacía llamar Centroeuropa, en una de sus regiones, a la cual la geografía moderna había decidido llamar: Teutonia, o Germánia.
El profesor Airosa bajó nuevamente a su plano conciente y continuó con la clase, y terminada esta, en las primeras horas de la tarde, emprendió el camino de vuelta a su casa.
Al salir del recinto central de la universidad el frío seco lo despertó, y le ayudó a apurar el paso hacia el estacionamiento. Ya en su auto, y dispuesto a dar arranque, los recuerdos volvieron, y esta vez con más fuerza. Un escalofrío le recorrió la espina, acompañado de algo de preocupación por la inusitada claridad de sus memorias. Creyó estar enfermo, o muy cansado, pero no se trataba ni del cansancio, ni de una intoxicación, sino de un casi perfecto acople de los colores, temperatura, olores, y ruidos, que llevaron al licenciado a vivir un añorado recuerdo de su infancia.
Esta vivencia había tenido lugar una tarde de invierno hacía ya 44 años, en la que, sentado junto a su padre en el escalón de la puerta del pasillo del PH donde él y su familia vivían, Airosa escucharía una historia que lo acompañaría por el resto de su vida. Un relato que pertenecía a la familia Airosa desde sus inicios, y había sobrevivido miles de años sin perder su mensaje original. El profesor Airosa, en ese tiempo con tan sólo 6 años, escuchaba atento a su padre: “Cuenta la historia, que los primeros Airosa de nuestra familia provenían de lo que hoy llamamos Friessa, que hace 1500 años formaba parte de la antigua región germánica. Me contó mi papa (tu abuelo), que en tiempos de la antigüedad, cuando todavía existían los países, tuvo lugar en la región de Germánia un suceso único en la historia del hombre: el día más tranquilo mundo.
De los primeros registros de nuestro linaje, se conoce el de Juan Pablo Airosa, quien fuera músico, o cazador de focas (eso no está muy claro en los registros), y habitaba en dicha región. Cuenta, en una especie de documento antiquísimo llamado Internet, que en el año 2014, se llevó a cabo una de las tantas ediciones de una milenaria ceremonia llamada “Competición Mundial”, de la cual hoy sólo sabemos que fue un ritual del antiguo mundo, ya olvidado por el hombre. Pero lo que sí perdura en la historia de la humanidad, gracias a la tradición oral, es el suceso que nuestro lejanísimo pariente vivenció el día después de dicha competición.
En los registros queda claro que la noche anterior al día en cuestión, Juan Pablo tuvo que superar algún tipo de inconveniente, ya que en su relato habla de una noche tormentosa y pasional. Luego de esta noche adversa, el país amaneció cubierto de un sopor imperturbable, los comerciantes atendían a nuevos y conocidos clientes que comentaban el chisme diario. El hombre estatua, ubicado en la calle principal del centro de la ciudad, posaba, y por el rabillo del ojo espiaba a los niños curiosos que se acercaban. Incluso las familias, terminada la jornada laboral, paseaban indiferentes por las calles parsimoniosas. Los conductores estacionaban sus autos, las ancianas empujaban sus carritos, las habitantes se miraban los unos a los otros, cruzaban calles, tomaban café, leían y esperaban. El ritmo del día no obedecía a lo que, sea lo que fuere, la noche anterior había acontencido.
El tedio, espeso, flotaba en el aire, a tal punto que Airosa podía degustarlo en su boca. Ese día, no sería sólo un día normal y tranquilo, sino demasiado tranquilo, normal y aburrido: el día más tranquilo que alguna vez alguien haya presenciado. Ni un grito, ni un cántico. Sin colores, banderas o incidentes, una jornada más, indiferente a la noche anterior, esa noche de la cual jamás sabremos lo que sucedió, ya que ningún otro registro más que éste ha quedado. Pero lo que nunca olvidaremos, pequeño, son las impresiones de nuestros antepasados, de ese día después, las crónicas sobre un pueblo que nunca festejó.
Sobre el final de su relato registrado, y con cierto desencanto, Juan Pablo comparte una teoría que nunca comprobaría, pero que serviría, según cuenta, para aclarar sus ideas y llegar a una paz interior. Se propuso entender el por qué del letargo en el que el país entero parecía encontrarse, buscó una explicación a ese fenómeno, para así poder, si la vida se lo permitiera, contar a su nieto años después, la historia del día después de esta tal “Competición mundial”, el día más tranquilo de la historia.
Apelando a la metafísica extrema (de la cual no era gran adepto) se dijo a si mismo, que el universo había obrado mal. Que las energías que todo lo mueven habían fallado, y que lo que nosotros (ellos, en esa época) bajo el nombre de azar conocemos, estaba descalibrado, y, debido a un error burocrático, se le había otorgado el premio máximo (suponemos, se refiere a algún premio o recompensa propia de la época, tal vez relacionada al certamen internacional), a un pueblo que aplaudía desiciones arbitrales, un pueblo que, evidentemente, no había aprendido a festejar, lo cual llevaría a este premio al rotundo olvido, y se perdería, irremediablemente, en las pletoras del silencio reinante, esa siniestra tranquilidad que se inmortalizaría a lo largo de la historia en este relato. Todo se debía a un expediente traspapelado en la mesa de entradas del Universo”
Un leve golpeteo sobre el vidrio de la ventana desconcentra al licenciado Airosa. Con sus dedos índice y pulgar, limpia de ensueño sus ojos, y mira a su izquierda. Afuera, abrigado contra el frío invernal, el alumno que disparó sus revivisencias lo ha seguido hasta el auto. Es que tiene una pregunta más, algo que no le ha quedado claro sobre el texto “El origen del diluvio” del escritor de la antigüedad Leopoldo Lugones. El vidrio baja lentamente, y mientras la nariz de Airosa se enfría, el alumno pregunta, algo entumecida su boca por el frío: “¿Y si nuestra existencia dependiera del azar?”

domingo, 13 de julio de 2014

El silencio y el improperio

(Ensayo sobre los fenómenos psico-acústicos que genera la sensación de silencio)

Desde las calles adoquinadas de la pequeña ciudad alemana de Lübeck, se escucha el galope de un argentino que se apura a llegar a un bar, para ver el partido de su selección contra la selección de Suiza.
Llegado al bar busca un lugar para sentarse, busca “el” lugar donde sentarse, ese que lo ha sostenido en los partidos de la fase de grupos, y que lo ha oido hablarle al televisor, ese asiento ha oido como este hincha descargaba sus nervios sobre esa pantalla, las referencias a la madre del referí, las indicaciónes tácticas a los jugadores, las charlas motivacionales (soliloquios motivacionales). Todo ha sucedido, hasta el momento, en ese lugar, en esa mesa.
Hoy es un partido diferente, son los octavos de final, y, aunque la emoción es mayor, ya que de no ganar Argentina, se vuelve a casa, el bar está vacío. Ni argentinos, ni sudamericanos, ni siquiera alemanes viendo el cotejo.
Empieza el encuentro, y el argentino, todavía agitado por su apuro, pide un café con leche, una bebida barata y acorde al horario de merienda (6pm).
Pasados 10 minutos del primer tiempo, ya más relajado el público, entra al bar una anciana, y se sienta en la mesa de junto al argentino. Ahora dejaremos por un momento de lado al sudamericano, y nos centraremos en este segundo personaje recientemente integrado a la escena: la anciana.
Esta señora se sentó, pidió un café, sacó de su bolso una libreta marrón y un lápiz, y se puso a escribir. Su mano derecha, con un movimiento regular, pareciera dibujar en cada renglón, oraciones de una prolija caligrafía. Quien les relata no alcanza a ver el contenido escrito, no se llega a leer, ya que, por más que sea todavía de día, en el bar reina una atmósfera tugurial, oscura y amena.
Luego de una discutida decisión del árbitro, quien regala a los suizos un tiro libre, al argentino le llama la atención el sonar lejano de una risa. Al principio le parece haber escuchado mal, o no haber estado lo suficientemente atento, pero luego, este ruidito se hace presente de nuevo, y esta vez con claridad. Se trata de una risa, una carcajada elegante. La viejita arrinconada en la mesa más oscura, se ríe de los arranques del argentino, sus impulsos, que no son otra cosa, que la expresión de su pasión, y lo muy metido que está en el partido.
Al entender esto el argentino, la impresión que tenía sobre este segundo personaje algo siniestro cambia, y pasa, de ser una abuela que escribe cartas, a una vieja que se la ha pasado garabateando en su cuaderno, sólo para tener una excusa para poder sentarse y reírse de alguien sin que este alguien sospeche.
El primer tiempo se disuelve con el argentino todavía nervioso (y entrando en la zona de la ira contra las viejas), y un capitulo más de garabatos en la falsa novela de la geronte siniestra. Con este panorama, y para sazonar el partido, hacen su entrada en el bar, cuatro alemanes que, a priori, parecieran haber llegado por casualidad, sin saber que en ese bar se estaba televisando el partido de Argentina.
El problema con las premisas a priori, es que pueden no ser tan exactas. Este fue el caso. Los alemanes pidieron, cada par, sus respectivas cervezas, y, aunque dándole al lugar algo más de vida, tomaron posición en favor de Suiza (que, vale la pena aclarar, me resulta un equipo sumamente amargo). La hinchada Germano-Suiza no se hacía sentir, es decir, los poco sagaces comentarios, y los chistes sobre pifias argentas, no eran muy efectivos, ni tan logrados. Esto, lejos de incomodar o enojar al único hincha del recinto, lo hincharon (valga la redundancia) de orgullo, lo fortalecieron, le hicieron recordar lo que es seguir a un equipo, hinchar por un cuadro de fútbol. El hincha de fútbol es como la Hidra, ese monstruo mitológico al que, cuando le cortaban una de sus cabezas, dos crecían en su lugar, y así, cada vez que una cabeza era cortada, el poder de la Hidra se duplicaba. Así es el hincha, entre más adverso el contexto, más infla su pecho, más alienta y canta.
La abuela (todavía garabateando gualichos), ríe una vez más, pero esta vez interrumpe su risa, extrañada, al notar que algo en los colores de la camiseta del argentino no cuaja. Las líneas celestes separadas por líneas blancas, todas ellas verticales, no serían el problema. Sino algo que trasluce por debajo de la camiseta, y que sobresale, también, al final de la mísma. Pareciera que este hincha tiene, bajo la casaca de su selección, otra camiseta.
Tensión, nervios, enojo con el árbitro, enojo con la hinchada brasilera que pagó caras entradas para alentar a Suiza (que, vale la pena ratificar, me resulta un equipo sumamente amargo), y enojo contra el comentarista del partido, comentarista y relator (cumple ambas funciones), que relata con una actuadísima euforia cuando, por casualidad, algún jugador suizo está en poseción del balón, y calla cuando Argentina toda, ataca y hace del arquero Suizo Benaglio (¿?), la figura.
Los noventa minutos terminan con el marcador en cero, y el alarge es una realidad. El argentino sufre un instante al imaginar una posible catástrofe. Qué sería de este día, que continuará con quehaceres, ensayos y trabajo, si Suiza, en un arrebato del destino, nos dejase afuera de la copa mundial. Su cabeza descansa entre sus manos, y su mirada apunta al suelo. Pero este hueco de fe, no dura mucho, enseguida recuerda por qué es que Argentina no será eliminada en octavos de final, ante este rival barato. Por debajo de la camiseta albiceleste asoman las bandas verticales que dan fe al pueblo argentino, el fundamento de la selección, esa base de jugadores de un semillero de mística, que supieron, y saben, lo que son las hazañas, las batallas ganadas y las perdidas, sí, y “poner todo lo que hay que poner” hasta el final. Un grupo de leones hambrientos de gloria, que tienen en sus sangre futbolera algo que no muchos poseen, una valor construido a lo large de años de trabajo, tradición, y logros: la mística pincharrata.
Sobre el murmullo dicharachero de la parcialidad de hielo, Palacios roba la pelota en mitad de cancha, descarga para la máquina asesina de arqueros que es Messi, quien maneja el contrataque, y, saliéndose del libreto del mejor jugador del mundo, rompiendo, una vez más, los esquemas, pasa la pelota al zurdo que aparece por derecha, el jugador más flaco del futbol mundial, quien, como recién entrado, define “de una”, y manda la pelota a la ratonera, allí donde Benaglio, este suizo al que le queda grande el buzo de arquero (no lo digo en forma figurada, sino literalmente, el buzo le queda grande), nunca llegó.
Gol! Carajo!
Un puño cerrado, macizo, se eleva por los aires, pareciera querer golpear al murmullo reinante. Y tras ese puño de victoria, un cuerpo entero se levanta, nada lo detiene, la silla cae enmasacarada por un grito de gol, no tan largo, pero certero. Luego los habituales desahogos contra la adversidad, las puteadas al árbitro, al arquero suizo, al cielo, a la madre del comenarista, al cielo nuevamente, y una última tanda de cadencias de improperios para el comentarista.

Cuando uno estudia composición musical, una de las grandes preguntas que se hace a lo largo de su carrera es la del silencio, ¿cómo crear silencio? ¿Cómo crear la sensación de silencio? ya que como fenómeno sería algo casi imposible. Componer un silencio es de las tareas más dificiles del compositor, y es por eso, supongo, que al encontrarse con la sensación de silencio, el compositor siente que ha hecho contacto con lo más profundo de su ser, ese deseo de silencio, el placer del deseo consumado, aunque más no sea por casualidad.
Fue el caso de este argentino que al gritar el gol, y toda su batería de insultos, comenzó a escuchar entre cada uno de ellos, nada, es decir, silencio. Un completo silencio. Sólo se sentía el asombro que los ojos abiertos hasta el infinito gritaban, caras de piedra y bocas mudas. Los murmullos silenciados, la vieja detuvo su sinsentido de geroglíficos, y el bar perteneció por el tiempo que este fervoroso festejo duró, al oriundo de La Plata, Buenos Aires, Argentina, que liberó, en su violenta performance, la pasión potenciada en la adversidad.
El partido parecía haber terminado, pero en los dos últimos minutos hubo algo de acción fictícia. Los suizos se mudaron de área por dos minutos, pasaron los 11, que se habían asentado en su área todo el partido y alarge, a instalarse en el área argentina, donde el arquero, que había sabido ser figura de lo que iba del partido, hizo dos o tres tonterías que desvalorizaron (a mi jucio, claro) su aceptable actuación.
Los alemanes en el bar se relamieron durante esos dos minutos, y cuando uno de ellos terminaba de traducirle a su colega la caterva de insultos en español que el sudamericano había ofrecido, el árbitro pitó tiro libre (no “sobre”, sino “cumplidos” los minutos finales) para Suiza. Una situación que el comentarista, en sus últimos esfuerzos por impacientar al argentino, relató como si fuera la final del mundial en cuestión.
El “Messi suizo” (según comentaristas alemanes) malogró el disparo y se terminó el partido. Emocionante, aunque medido, el festejo del argentino no tuvo adeptos, pero no importó, a él no le importó, su selección, fundada en las bases de un campeón argentino, sudamericano y mundial, pasaba a cuartos de final.
Con una sonrisa en su rostro, una sonrisa medida, se levantó el argenino, miró a todos, a cada uno de los alemanes, a la vieja, (todos lo miraban, esperando su sentencia, y ¿unas palabras tal vez?) Y, guardando la procesión bajo su piel por unos segundos, acompañó el típico ademán de mano, con un sencillo, tajante, y algo sarcástico, saludo alemán: “Tschüssi”, que sería un: “Chaucito”. Un Tschüssi que encerraba muchísimos conceptos, frases, ideas, opiniones, e insultos.

Afuera había comenzado a llover, y el argentino, con su pecho hirviendo de emoción y pasión, cubierto por dos camisetas, una blanquiceleste y otra rojiblanca, salió del bar victorioso, inmune a las frías lágrimas suizo-brasileras-alemanas, que caían estrepitosamente desde el cielo.

domingo, 29 de junio de 2014

El país del teatro callejero

Adivino, recién comenzado este ensayo, que algunos lectores harán las de disidentes con respecto al inicio (a ser en breve presentado) de mi texto.
Hay un país en el norte, que es el país del teatro callejero. El país en que el teatro callejero es la práctica común, sus habitantes son geniales intérpretes, y la arquitectura de cada personaje es compleja en sí misma.
Si bien cada país, cada cultura, tiene “típicos gestos”, o “típicas reacciones” frente a determinadas situaciones, en este país nórdico, los habitantes (los personajes) hacen uso, en el devenir de sus composiciones, de gags, yeites y pasos, previamente construidos. Es decir, no son sólo gestos, ya que comprenden una serie de gestos, una serie de acciones orgánicas unidas a un ruido, un vocablo, o, en los casos más severos, extensas frases.
Sucede que, al agruparse estos habitantes en pequeños grupos, inevitablemente se generan escenas, escenas teatrales, incluso con un guión. Sin director, sin ensayos, ya que la vida cotidiana provee de estos en cada esquina.
Al caminar por los jardines de Götte, se encuentra uno con estos actores, y puede uno disfrutar del más logrado teatro callejero jamás antes visto. Aveces comedia, otras veces drama, o simplemente algo de costumbrismo teutón.
El caso es que los gags comienzan a notarse en las personas a muy temprana edad, y hasta en los extranjeros que, ya habiendo vivido muchos años en este país, adoptan ciertas maneras. Ciertas posturas frente a ciertos temas, muecas acompañadas de sonidos, y sonidos acompañados de muecas. Constantes latiguillos, y quejas prefabricadas. Es que la aparente falta de minorías, pretende generalizar las opiniones, crear un deseo en común, y una queja común.
Explicado ya mi punto, paso al valor más grande de esta nación teatral: el público. Este es una novedosa forma de público activo. No sólo las escenas suceden en la calle (en los espacios públicos), sino que son estas, a su vez, acompañadas de un público que asume su condición de espectador, y con esta una responsabilidad implícita, tomar la posta y continuar con esta obra teatral infinita en su ceno íntimo, transportándola por todo el territorio, llevándola a cada hogar, a cada conversación. De la calle, a la mesa de cada familia, este teatro risomático se expande cual epidemia costumbrista.
Una teoría llegó a mi, en una charla con un colega músico en un parque. Una idea que se pregunta, qué rol cumple el actor sobre el escenario, en una obra de teatro, en un teatro. Si la calle provee a cada momento logradas escenas teatrales, sin necesidad de pagar un centavo, y de un realismo aterrador, ¿qué queda para el actor? ¿dónde queda el actor?
El actor continua en el teatro, o en cualquier espacio ganado por la actuación, pero cabe la posibilidad de que este, irremediablemente, eleve su ser a un nivel superior en la interpretación actoral (superior, no como un valor, sino como un ordenamiento lógico de las capas interpretativas en las que el actor se zambulle). Este nuevo nivel interpretativo consiste en actuar de un personaje que actúa.
Según esta idea, si un actor pretendiese interpretar a un ciudadano “común y corriente” de esta sociedad, a un tal, tendría que conocer primero al personaje que este fulano interpreta, y luego, aprendido el personaje superfluo, y aprehendido el personaje profundo, armar, final y redundantemente, un último personaje, que contenga, a su vez, a los dos anteriores. Cada personaje sobre el escenario tendrá entonces, una sub-psicología, una sub-historia con un sub-pasado, y deseos subterráneos, que, en caso de aflorar y superponerse a los deseos del personaje que habita en la superfície, y/o, a su vez, con el que el actor ha construido (o reciclado), podría producirse una superposición de comportamientos, que se verá sobre el escenario algo sobreactuado, y llevará a los actores, muy posiblemente, a recurrir a ademanes y gestos exagerados, y poco orgánicos. Y como aquí el público presente no será ese público perfecto que asimila obra y personajes

Lector. Oigame lector, haga de cuenta que me oye al leer estas toscas frases. Este texto no se trata del teatro, y creo que usted ya lo ha notado. Aquí lo importante son los personajes, sobre eso sí nos centramos en este escrito.

Para terminar de aclarar este asunto, este humilde aporte antropológico, introduciremos en la ecuación la idea de lo genuino. El papel de lo genuino es determinante, es lo que diferencia a este país nórdico y teatral, de cualquier otro país (de cualquier parte del mundo).
Estas son escenas, están montadas en escenarios callejeros. Hay una intencionaildad y una elección conciente de que así sea. No se trata de un genial proyecto de algún área de cultura municipal que decidió promover el arte mediante el teatro super-realista callejero, no. Se trata sólo de transeúntes cualquiera, que se toman el tiempo de actuar para este público involuntario, nosotros, los no actores.
Nada de lo que allí sucede, sobre esos nada improvisados escenarios, pareciera ser genuino. Ya que los fundamentos que llevan a estas personas a convertirse en actores callejeros, no son motivos suficientes. No son personas que viven en la miseria, no han sido excluidos de la sociedad (ya que tienen trabajo, una buena entrada de dinero mensual), han ido a la escuela, han tenido, y tienen (aún haciendo las de idiotas), muchísimas posibilidades de progreso; pero han elegido actuar. Han elegido regalarnos un motivo más para escribir un breve texto, en el cual aventurarnos. El teatro que en otros países se encuentra, por ejemplo, en los teatros, se vé (dependiendo, claro está, del género) como el “teatro público” en estas tierras.

En el país del teatro callejero, uno puede disfrutar, sin gasto alguno, de un teatro de calidad, ensayado, producido, profesional, que nada muestra en su superficie, y que nos divierte y nos enoja por momentos.

lunes, 19 de mayo de 2014

Las esferas del siglo XX

Sobre el final de su carrera, el compositor Bernd Alois Zimmerman escribe su obra póstuma Stille und Umkehr (“Silencio y retrogradación”), y pareciera dejar en ella un mensaje no tan oculto, sino al contrario, claro y algo exacerbado.
En esta pieza no sucede mucho, pero esto poco que sucede, lo hace durante mucho tiempo. El material se presenta en los primeros minutos, y a partir de allí no sucede nada netamente nuevo. Se repiten y reaparecen los materiales, sea literalmente o con pequeñas variaciones, una y otra vez.
La percepción del oyente puede adormecerse por momentos (podríamos referirnos tanto a un oyente sin experiencia musical, o sencillamente sin experiencia como oyente, como a un músico). Sin embargo, y en tal caso, pese al eventual adormecimiento, al despertar, se encuentra uno siempre en un mismo universo, el universo sonoro Zimmerman. Y esto se debe, en parte, a que este compositor ha basado su trabajo de composición en la percepción del tiempo y sus aristas. Desde diferentes flancos, claro, pero siempre rondado los límites del presente, pasado y futuro.
Hasta aquí podríamos argüir que, tomando a otros compositores como materia de estudio (y teniendo en cuenta que Stille und Umkehr es una pieza bastante particular, y no necesariamente un eslabón más en una tendencia), el hecho de despertarnos cada vez en el universo propio del compositor sería algo usual, y hasta más frecuente, en estos otros casos (Sciarrino, Feldman, tal vez). Pero mi interés recae en Zimmerman por la forma en que este se ha referido a la percepción del tiempo, y al transcurso del mismo.
Desde los tres presentes de San Agustí, Zimmerman concibe el transcurrir del tiempo musical. Un tiempo que es sólo presente, un transcurrir continuo, que no deja, ni lleva a, sino que contiene un pasado y un futuro, una esfera temporal desde la cual Zimmerman contempla la simultaneidad de los presentes.
Esta suerte de adormecimiento no es más que el constante presente, la ausencia del porvenir, y en tanto nada vendrá, ningún pasado se dibuja detrás. Uno escucha al principio todo lo que escuchará más adelante, un material sonoro que sólo aparece para dar cuenta al oyente, de que el tiempo está transcurriendo.
Una idea similar (por no decir idéntica) surge también en el siglo XX en otro lugar del mundo (acaso algo similar ha sucedido con el minimalismo proveniente de Estados Unidos y el aire de minimalismo de Ligety en Hungría). El escritor argentino Jorge Luis Borges, en su utópica empresa de abarcar el universo en palabras, describe la convergencia de los tiempos, la simultaneidad de las dimensiones temporales, en una pequeña esfera tornasolada:
“Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten (…), el problema central es irresoluble: La enumeración, si quiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Sin embargo, algo recogeré.
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. (…) Cada cosa (...) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.”
Tal cual Borges predice, no logra, mediante el lenguaje, describir la convergencia temporal a la cual asiste. Es que el lenguaje escrito se tiende sobre los tiempos pasado, presente y futuro, ya que emula el transcurrir del tiempo, que en realidad no transcurre más que en el lector. Esta frontera entre la fantasía del lector y el contenido del texto, es lo que la música logra disolver. En una búsqueda similar, pero mediante la composición musical (el orden del transcurso del tiempo), Zimmerman logra una comunión entre el oyente (eventual lector) y la pieza, degenerando el pasado, lo percibido, restringiendo al oyente a un presente continuo. Es el Aleph de Borges lo que Zimmerman vio en su música, su método plural. Y consciente de su ventaja (la abstracción del lenguaje musical), desarrolló la simultaneidad como idea, de diversas maneras.
En cambio, Borges, consciente de los límites de un lenguaje sucesivo, toma otro rumbo, y describe en su relato “Utopía de un hombre que está cansado”, desde una cosmovisión temporal ajena (ya que quien relata pareciera haber viajado en el tiempo), los efectos de una realidad en la que el Aleph ya no es una esfera, sino la realidad en sí. Donde la simultaneidad no significa todo sucediendo, sino la carencia del suceso. Es decir, donde el presente es lo único que existe debido a la disolución del pasado y la poca importancia del futuro: un mundo de inmortales. Donde quienes pretenden un futuro elijen la muerte. Donde el recuerdo de un pasado que no varía, se traduce en olvido, y el único futuro posible es el fin, la muerte.
En un trágico juego del destino, Zimmerman pareciera ser un personaje más en la ficción de Borges. Este compositor se transforma en el hombre cansado que, saliéndose del libreto, logra lo que pretende: organizar el tiempo de tal manera que los sucesos dejan su condición de suceso, para convertirse en un presente continuo, o un confluir de lo sucedido en un presente que encierra al futuro, ya que asegura que nada más sucederá, dando como resultado un oxímoron musical: un instante interminable, que simplemente se detiene, y revela, a su vez, la humildad de Zimmerman, que deja el vicio de la pretensión (la eternidad) a un lado.

La organización del tiempo (que es, según Zimmerman, la composición), llega en una de sus últimas obras a un punto cúlmine. En Stille und Umkehr (tal vez su deseo), logra representar, mediante este lenguaje abstracto, no al todavía indescriptible Aleph, o la simultaneidad de los sucesos en un mismo punto espacio-temporal, sino al tiempo ajeno del Borges humilde, la utopía de un hombre cansado, el presente como resto de un pasado igual (u olvido) y un futuro infinito, y en tanto infinito, circular, sin porvenir que no haya sucedido.

martes, 22 de abril de 2014

La odisea de un canta-autor (breve reseña sobre la obra del canta-autor porteño-platense Julián Oroz)

Un viajero es un recolector de experiencias. Un ser divagante que aprende por medio de la vivencia. No concibe, mientras viaja, el estatismo. Entonces su esencia es el movimiento, y es, en consecuencia, optimista.
El cantor viajero es también un recolector de experiencias, y un comunicador de vivencias. Su condición de cantor/compositor lo hace comunicar lo vivido mediante sus canciones. Lo deseado, lo perdido. Toda curiosidad, toda búsqueda que se haya sucitado en su viaje, puede ser material de canción, de letra y música.
El viajero tiene un hogar. Una casa que ha dejado atrás. Y cuando vuelve rememora, y en este rememorar se encuentra este músico con las mísmas vivencias y experiencias encontradas en el viaje, pero resignificadas.
En su primer disco, el canta-autor porteño-platense Julian Oroz, lleva experiencias crudas a su guitarra. Es la voz acompañada contándonos lo que a lo largo de un año nómade el artista ha visto.
Y como este texto no pretende ser una mera reseña al trabajo de Oroz, vamos a arriesgar otro poco.
“Las cosas que se ven con los ojos cerrados”, es un disco en cual hay dos ejes básicos: los ritmos y la mujer.
Se lee algo austera mi sentencia, pero creo ver en estos dos afluentes todo el material que este disco nos comunica (porque la canción en Oroz comunica, definitivamente). Cuando hablamos de los ritmos, me refiero a las nuevas músicas que el compositor encontró en el viaje, y las viejas músicas con las que este mismo compositor se reencontró. Allí la cumbia, la milonga, el mensaje en la lírica, percusión sobre la guitarra, que sola ella, tuvo que arreglarselas para acompañar a una voz en crecimiento.
Aquello sobre el ritmo, y luego, aun más importante, la mujer, que es el factor de traslado. El hombre que mueve su todo (¿él y su guitarra?) en búsqueda de una mujer. Y si no fuera para buscar a esta mujer, cantarle a ella, u a otra, a quien sea, ya que esta mujer es todas las mujeres, y todas las mujeres son ella.
En cambio, su segundo disco (verdadero tema de nuestro texto), tiene otras pretensiones. Ya no nos encontramos con la crudeza, sea en cuanto al sonido (guitarra percusiva sola), o a la motivación (el sexo femenino). Este segundo disco, con un claro avance en lo visual, el diseño, pretende un vínculo directo con el oyente. Mientras el primer álbum libraba a la suerte, por medio de nada delirantes licencias en el lenguaje, la interpretación de los mensajes, en “La importancia” el mensaje en cada canción está clarísimo. ¿Hay rodeos metafóricos? sí, ¿hay omiciones? sí, ¿licencias? No reniega de sus inicios, o de su disco anterior. Pero cada vez, el velo poético se levanta, y deja, primero entrever, y luego ver claramente, el mensaje en cuestión: decir te quiero, la necesidad de ser escuchado, la importancia de la expresión contra la censura, la hermandad.
Temas importantes, no tanto una búsqueda en recovecos metafísicos, sino un par de sopapos de realidad (esa realidad que lo golpea a uno). Esta vez una banda acompaña a esa guitarra que supo bancársela sola por todo América del Sur. Y ahora, pareciera esta guitarra, no estar tan preocupada por cumplir su función, ya con los relevos necesarios, sino por disfrutar. Podemos decir entonces, que en “La importancia” escuchará usted, oyente (ahora lector), una voz segura, y una banda que sabe sonar filosa o algodonada cuando fuera necesario; y allí, entre todos ellos (grandes músicos), una guitarra feliz y relajada.

Para terminar, un ejemplo que puede ayudarnos a terminar de aclarar, si todavía fuera necesario, este asunto: por un lado la búsqueda de esa mujer (o la crudeza), y por otro lado el sopapo de realidad (o la claridad).
En el primer disco de Julián Oroz, entre otros temas, se encuentra “Mariposa”, que nos habla de un hombre (aparentemente) que, consiente de su condición de ser humano tropezador, no quiere cometer dos veces el mismo error, y le pide a una mariposa que se lo lleve, que lo saque afuera, ya que la primavera pasada le ha sucedido lo peor, se ha quedado solo, y por tanto, adentro.
En el segundo disco tenemos un tema que habla casi de lo mismo. Y lo interesante está en el casi, que radica en las diferencias en este texto ya explayadas. “Uno al uno”, nos habla, utilizando una genial paradoja, de la verdadera importancia de las cosas, las prioridades tal vez. Nada es tan importante, nada puede ser tan importante como para no dejarnos salir. El canta-autor porteño-platense, nos revela que la realidad está afuera, afuera de lo que sea que nos mantenga adentro (seamos nosotros mismos, o una habitación cerrada en primavera).
Esta mariposa del primer disco, busca en el segundo, abrirnos de par en par la ventana sobre la cual se ha posado, y nos muestra la odisea, ese viaje recorrido que ha generado un cambio: de la crudeza, a la claridad.

sábado, 29 de marzo de 2014

Un vínculo inesperado (sobre la improvisación)

Una semana pueden significar 10 años. Una hora, puede significar 10 años. ¿Cómo es esto posible?: improvisación.
Este ensayo no hablará mucho sobre notas, alturas, ritmos, ensayo, o estudio. Aquí se quitará el velo que a muchos cubre, esa fina capa traslucida que puede llegar a cubrirnos sin siquiera notarlo. Es una especie de miedo, o pánico en los peores casos. Es la incertidumbre, el velo de la incertidumbre.
Es la única razón por la cual un músico podría no disfrutar de hacer lo que se le dé la gana sobre un escenario. Trataremos de deshacernos de este problema hablando de otros aspectos de la hermosa actividad que significa la improvisación.
La expectativa, y el afecto. Los pilares de la improvisación. Cuando estos dos aspectos se conjugan, surge una confrontación entre un músico (o varios) y un público receptor. La confrontación genera en el público la sensación de ser activo. La oreja oyente deja de ser un ser pasivo para convertirse, no sólo en alguien que escucha, sino alguien que además de escuchar da significado a un inesperado material sonoro. Es un proceso del momento, del aquí y ahora.
John Cage nos propone agregar a la expectativa del publico, la incertidumbre del contexto. Conocidos son los conciertos en los que él pedía dejar las ventanas de la sala abiertas, para que los ruidos del ambiente (ya no externo) formaran parte del material sonoro de la improvisación, y así es como, además de confrontarse el públio y su expectativa con el escenario, se confronta a este último con el afuera, que pierde su condición de afuera para convertirse en adentro (en tanto la intención del compositor).
Aun así, y pese al exterior transformado en adentro, el escenario (o donde se encuentren los músicos), sigue siendo un universo en sí mismo. Ya que los músicos son, en definitiva, los que hacen sonar a la música, los que, en un principio, delimitan un adentro. Es, a partir de estos, intérpretes y traductores, que surge la improvisación, sus decisiones son la génesis de este ritual musical. Tocan juntos, se escuchan y reaccionan al otro (exceptuando solistas y obras que trabajen el individualismo en extremo). Es decir que, sobre este escenario, la otredad es el combustible de lo propio.
Cage y sus ventanas abiertas proponen hacer entrar el universo. En cambio, Atahualpa Yupanqui y su idea de que “el mundo está dentro de uno, afuera pa qué mirar”, abre el panorama de un sopapo. Da vuelta la media, nos dice que la búsqueda de Cage, sin quitarle mérito, supongo, sólo por el hecho de buscar, es obsoleta, no lleva más que a la constricción de la improvisación, ya que, en vez de buscar dentro de uno lo que sacar, se intenta introducir el mundo a un adentro (¿con espacio?).
Un propuesta intermedia sería entonces, resignificar los tiempos. Hacer de una semana una hora, y de ésta última 10 años. Improvisar.
La improvisación son relaciones. Relaciones humanas. La relación de los músicos arriba de un escenario. Y como arriba del escenario sólo se está, por ejemplo, una hora, sería una relación de una hora demasiado poco para improvisar. Tal vez, la llamada química entre los músicos pudiera generar el lazo necesario para que una improvisación fluya. Pero, sin arriesgarse a que esta combustión no suceda, el proceso de improvisación comenzaría mucho antes que esa hora en el escenario, antes que los posibles ensayos (no siendo estos, a mi juicio, indispensables), mucho antes del armado de la fecha. Años de amistad, de camaradería, son los que generan un vínculo.
Los universos sobre el escenario vinculados por el pasado y el futuro en común.
Estos universos que, después de años sin verse o escucharse, años de haber mantenido sus ventanas abiertas, permitiendo que otros universos mezclasen sus constelaciones con ellos, suben a un escenario y, jugando, improvisan, dan vida al vínculo afectivo. Vuelcan en una hora de música, 10 años de improvisación.

domingo, 16 de febrero de 2014

Sobre los espacios entre las palabras

Sin duda los ensayos son confesiones. Es en estos donde los escritores (los que alabamos, odiamos, o simplemente sobre los cuales tenemos ciertas reservas) desnudan sus ideas, y ya desarropadas las mismas, las visten de argumentos.
Ponen toda su opinión en juego, su sujeto aflora en estos textos cortos e intensivos. Puede ser sólo un tema ( y sus aristas) el que se trate en un ensayo. El recorrido hasta llegar a una sentencia, o conclusión final, es donde se ve la hilacha del escritor, porque éste recorre sus valores, sus posturas. Y emplea las citas (y aquí, tal vez, otros ensayos) necesarias para su cometido, el esclarecimiento de una incógnita, o tal vez alguna rareza que amerite un análisis.
Sobre los espacios entre cada frase, escribe Proust: „Entre las frases (…), en el intervalo que las separa permanece aún hoy como en un hipogeo inolvidable, llenando los intersticios, un silencio muchas veces secular.”(Marcel Proust “Sobre la lectura”)
El jugo del ensayo son ciertas frases que le toman por sorpresa a uno, que le remontan a ideas lejanas y hasta dejadas de lado. Y en un mismo escrito, tan corto como un ensayo, se pueden encontrar un puñado de oraciones, que probablemente no sean el alma del texto, pero alguno de sus puntos de inflexión.
De lo anteriormente citado, llamó mi atención el contenido musical de la idea. El silencio no tomado como ausencia, sino como un meta-contenido casi imperceptile, pero necesariamente presente. El espacio entre las frases es el ritmo del escritor, son su respiración y sus ojos escrutando el afuera por la ventana luego de una frase, y antes de la próxima. Y no es sólo la respiración del escritor, sino que, y abusando de la cita: “A menudo en el evangelio según San Lucas, al toparme con los dos puntos que lo interrumpen antes de cada uno de los fragmentos casi en forma de cánticos que lo desbordan, he creído escuchar el silencio del fiel, que venía de detener su lectura en voz alta para entonar los versículos siguientes como un canto que recordaba los salmos más antiguos de la Biblia.”(Marcel Proust “Sobre la lectura”).
Entre las frases se oculta también el ritmo de los personajes de un texto. Y aquí entramos en un subnivel rítmico. En tanto un escritor crea un personaje, permite que este tenga su ritmo propio y voluntad de pausa, se entrelazan en un mismo texto dos niveles rítmicos que se relacionan constantemente en el acto de la lectura, es decir, un contrapunto literario.
El rol del lector es el que me interesa. Quien decide imbuirse en los compases de un libro, decide también un pulso, un tempo, y da también al carácter del texto, un entendimiento particular.
Por esta razón, no basta con hablar sobre los niveles rítmicos de un texto y sus personajes, sino que tendremos que agregar el pulso del lector.
No siempre leer un drama nos hace entender un drama, y dentro de un genero tal se pueden encontrar grietas rítmicas, y aquí comienza la mezcla nuevamente. En el soliloquio de Molly Bloom pareciera no haber movimiento, y por ende ritmo, o un ritmo estático, un no ritmo. Es decir que el personaje nos lleva a un plano estático, inmóvil, atorado en una cabeza pensante, que mediante la introspección da a nuestra lectura una velocidad crucero X.
Este es un claro ejemplo en el cual el ritmo del escritor debe sobreponerse al del personaje, no en desmedro de la psicología del mísmo (darle signos de puntuación a la esposa de Bloom sería deshacerla como personaje pensante), sino en virtud de la lectura.
El lector y su pulso parecieran ser llevados por Molly a ningún lugar, y sin embargo, el lector percibe un porvenir, y por eso continua leyendo. Esta sensación de futuro se genera a partir del material percusivo (bien musical) del „sí“, que se interpola con diversas frecuencias. El „sí“, este acento sobre las reflexiones de la mujer esperando a su marido, le dan ese movimiento del cual el texto pareciera carecer. Son cesuras, respiraciones, tabuladores de la mente del personaje, que a su vez permiten al lector darle al texto una forma.
Digamos que el material optimista „sí“, nos arrastra hacia un final, le da al soliloquio introspectivo de Molly finitud, lo que el lector busca.
En cambio, Arno Schmidt nos lleva en su obra „Zetell´s Traum“, a un universo distinto, en el cual los espacios entre las palabras están desplegados en las notas la margen. Debido a que para él ciertas palabras y sus combinaciones con otras tienen un significado en sí, y por tanto sonoro, en cada momento en que el escritor se encuentra con estos espacios, vacía de forma conciente este contenido tácito en el mismo texto (a un lado).
Puede que Schmidt haya pretendido escribir una partitura en la que todo: carácter y fenómeno acústico, esté escrito. Una obra en la que aparezca escrito tanto lo que se lee, como lo que suena, y lo que resuena entre los intersticios sobre los que Proust, tiempo atrás, nos contaba.
Llego ahora al momento donde mi hilacha aflora. Aquí donde escribo, que la interpretación es el final de la composición de una obra. Los sonidos, palabras o ideas que de entre los espacios pueda un lector u oyente rescatar, inventar, componer.
Es el manto del parecer, ese que arropa a la pieza en cuestión, la viste de los deseos del lector, de un público lector (busque este finitud, totalidad, o un programa).

viernes, 31 de enero de 2014

La emancipación del Mesías

(Crítica a la agenda)


La agenda furtiva deshace el porvenir. Ni lo disimula, ni lo disminuye, lo desintegra.
El exceso de puntos en el tiempo futuro forman, a la distancia, una línea temporal como la de los cuadernos de historia que pretenden determinar la historia contando algunos suceso anormales del pasado.
Esa línea que nos muestra lo que va a suceder en algunos meses, y que libra a algunos de la expectativa, es sumamente peligrosa. Porque nos priva, no sólo de sentirnos ansiosos, sino también de tener la certeza de que uno no tiene idea alguna de lo que el futuro de depara, tener un porvenir.
Uno jamás podría citar la tesis de Sócrates (según Platón) “sólo sé que no sé nada”, ya que al mirar en la agenda, uno podría replicarse “aunque sí sé que el viernes a las 17hs tengo cita con el doctor”.
Una agenda de futuro sobrecargado puede ser contraproducente para la salud, puede emanciparlo a uno del espíritu mesiánico, o de esa persona que, no se sabe bien cuando, vendrá, tocara el timbre e incomodará o animará a quien visite. Librarse de este personaje, del Mesías, es un camino del cual no se vuelve, es como la madurez de un humano o una fruta, en cualquiera de los casos, una vez maduro el ser o fruta, debe desprenderse de la rama, y ya no hay forma de que vuelva, su destino, ahora en el suelo, está escrito, agendado.
El “ojalá”, la sola idea del “ojalá”, es uno de los tesoros que el porvenir nos presta. La espontaneidad expresada como deseo, lo incierto del cumplimiento, o no, de lo deseado, un cierto descontrol.
Esta expresión existe en tanto exista el futuro, y el futuro es el presente continuo, el devenir del presente. Si yo me adelanto a ese devenir, desarmo un ciclo temporal que es el que da dinámica a nuestras vidas, y es así como aparece el estatismo en nuestras vidas, la contemplación infinita, la decisión de no vivir (un Schopenhauer de las agendas).
Anticipar el porvenir, decidir sobre nuestro futuro, delinearlo para luego, sin riesgo alguno, decidir nuevamente, sólo detiene el ritmo propio del acto de vivir.
Ahora bien: podemos hablar también de constelaciones futuras. Sugerencias de porvenir. Puntos en el futuro, alejados unos de otros, que, al tomar uno cierta distancia de la agenda, logra construir constelaciones de eventos. Manejarse con estas formas que a priori son sólo puntos centelleantes en el espacio, pero que en un aspecto macroformal delinean un futuro, puede ser útil en segmentos de tiempo extensos, años, por ejemplo.
Y en otro nivel agendístico nos encontramos con la rutina, o agenda tasita, que maneja los recortes de la vida, toda esa colección de cortezas que acumulamos durante las actividades no intelectuales, o inconcientes. Es decir, los retazos que quedan cuando, despiertos, nuestra conciencia y nuestros pensamientos se desactivan.
Los lineamientos futuros nos permiten recordar los recorridos pretéritos. Esto último es sin duda muy necesario, saber de qué esta hecho nuestro pasado, algo que una agenda vieja puede proporcionarnos.
Se me podría objetar (entre tantas cosas) lo siguiente: si bien la tendencia en Alemania es agendar la amistad mediante frases como “nos vemos hoy en una semana” o, estando en Julio responder: “¿ahora no puedo, pero, tendrás tiempo el 10 de octubre?”; podría decirse que este extremo control sobre los eventos futuros, no es más que un campo sumamente fértil para el imprevisto. Es decir, cuanto más planeado el futuro, más sabroso el imprevisto.
Creo que una objeción de este tipo intenta justificar un comportamiento que, lejos de buscar disfrutar del riesgo de lo desconocido, es sólo un devenir sociocultural inconciente. Algo que, si mal no recuerdo, me llamó mucho la atención durante mi primer año en Alemania.