(Crítica a la agenda)
La agenda furtiva deshace el porvenir. Ni lo
disimula, ni lo disminuye, lo desintegra.
El exceso de puntos en el tiempo futuro
forman, a la distancia, una línea temporal como la de los cuadernos
de historia que pretenden determinar la historia contando algunos
suceso anormales del pasado.
Esa línea que nos muestra lo que va a
suceder en algunos meses, y que libra a algunos de la expectativa, es
sumamente peligrosa. Porque nos priva, no sólo de sentirnos
ansiosos, sino también de tener la certeza de que uno no tiene idea
alguna de lo que el futuro de depara, tener un porvenir.
Uno jamás podría citar la tesis de Sócrates
(según Platón) “sólo sé que no sé nada”, ya que al mirar en
la agenda, uno podría replicarse “aunque sí sé que el viernes a
las 17hs tengo cita con el doctor”.
Una agenda de futuro sobrecargado puede ser
contraproducente para la salud, puede emanciparlo a uno del espíritu
mesiánico, o de esa persona que, no se sabe bien cuando, vendrá,
tocara el timbre e incomodará o animará a quien visite. Librarse de
este personaje, del Mesías, es un camino del cual no se vuelve, es
como la madurez de un humano o una fruta, en cualquiera de los casos,
una vez maduro el ser o fruta, debe desprenderse de la rama, y ya no
hay forma de que vuelva, su destino, ahora en el suelo, está
escrito, agendado.
El “ojalá”, la sola idea del “ojalá”,
es uno de los tesoros que el porvenir nos presta. La espontaneidad
expresada como deseo, lo incierto del cumplimiento, o no, de lo
deseado, un cierto descontrol.
Esta expresión existe en tanto exista el
futuro, y el futuro es el presente continuo, el devenir del presente.
Si yo me adelanto a ese devenir, desarmo un ciclo temporal que es el
que da dinámica a nuestras vidas, y es así como aparece el
estatismo en nuestras vidas, la contemplación infinita, la decisión
de no vivir (un Schopenhauer de las agendas).
Anticipar el porvenir, decidir sobre nuestro
futuro, delinearlo para luego, sin riesgo alguno, decidir nuevamente,
sólo detiene el ritmo propio del acto de vivir.
Ahora bien: podemos hablar también de
constelaciones futuras. Sugerencias de porvenir. Puntos en el futuro,
alejados unos de otros, que, al tomar uno cierta distancia de la
agenda, logra construir constelaciones de eventos. Manejarse con
estas formas que a priori son sólo puntos centelleantes en el
espacio, pero que en un aspecto macroformal delinean un futuro, puede
ser útil en segmentos de tiempo extensos, años, por ejemplo.
Y en otro nivel agendístico nos encontramos
con la rutina, o agenda tasita, que maneja los recortes de la vida,
toda esa colección de cortezas que acumulamos durante las
actividades no intelectuales, o inconcientes. Es decir, los retazos
que quedan cuando, despiertos, nuestra conciencia y nuestros
pensamientos se desactivan.
Los lineamientos futuros nos permiten
recordar los recorridos pretéritos. Esto último es sin duda muy
necesario, saber de qué esta hecho nuestro pasado, algo que una
agenda vieja puede proporcionarnos.
Se me podría objetar (entre tantas cosas) lo
siguiente: si bien la tendencia en Alemania es agendar la amistad
mediante frases como “nos vemos hoy en una semana” o, estando en
Julio responder: “¿ahora no puedo, pero, tendrás tiempo el 10 de
octubre?”; podría decirse que este extremo control sobre los
eventos futuros, no es más que un campo sumamente fértil para el
imprevisto. Es decir, cuanto más planeado el futuro, más sabroso el
imprevisto.
Creo que una objeción de este tipo intenta
justificar un comportamiento que, lejos de buscar disfrutar del
riesgo de lo desconocido, es sólo un devenir sociocultural
inconciente. Algo que, si mal no recuerdo, me llamó mucho la
atención durante mi primer año en Alemania.