Sobre
el final de su carrera, el compositor Bernd Alois Zimmerman escribe
su obra póstuma Stille und
Umkehr (“Silencio
y retrogradación”), y
pareciera dejar en ella un mensaje no tan oculto, sino al contrario,
claro y algo exacerbado.
En
esta pieza no sucede mucho, pero esto poco que sucede, lo hace
durante mucho tiempo. El material se presenta en los primeros
minutos, y a partir de allí no sucede nada netamente nuevo. Se
repiten y reaparecen los materiales, sea literalmente o con pequeñas
variaciones, una y otra vez.
La
percepción del oyente puede adormecerse por momentos (podríamos
referirnos tanto a un oyente sin experiencia musical, o sencillamente
sin experiencia como oyente, como a un músico). Sin embargo, y en
tal caso, pese al eventual adormecimiento, al despertar, se encuentra
uno siempre en un mismo universo, el universo sonoro Zimmerman. Y
esto se debe, en parte, a que este compositor ha basado su trabajo de
composición en la percepción del tiempo y sus aristas. Desde
diferentes flancos, claro, pero siempre rondado los límites del
presente, pasado y futuro.
Hasta
aquí podríamos argüir que, tomando a otros compositores como
materia de estudio (y teniendo en cuenta que Stille
und Umkehr es una pieza bastante particular, y no
necesariamente un eslabón más en una tendencia), el hecho de
despertarnos cada vez en el universo propio del compositor sería
algo usual, y hasta más frecuente, en estos otros casos (Sciarrino,
Feldman, tal vez). Pero mi interés recae en Zimmerman por la forma
en que este se ha referido a la percepción del tiempo, y al
transcurso del mismo.
Desde
los tres presentes de San Agustí, Zimmerman concibe el
transcurrir del tiempo musical. Un tiempo que es sólo presente, un
transcurrir continuo, que no deja, ni lleva a, sino que
contiene un pasado y un futuro, una esfera temporal desde la cual
Zimmerman contempla la simultaneidad de los presentes.
Esta
suerte de adormecimiento no es más que el constante presente, la
ausencia del porvenir, y en tanto nada vendrá, ningún pasado se
dibuja detrás. Uno escucha al principio todo lo que
escuchará más adelante, un material sonoro que sólo aparece para
dar cuenta al oyente, de
que el tiempo está transcurriendo.
Una
idea similar (por no decir idéntica) surge también en el siglo XX
en otro lugar del mundo (acaso algo similar ha sucedido con el
minimalismo proveniente de Estados
Unidos y el aire de minimalismo de Ligety en Hungría). El
escritor argentino Jorge Luis Borges, en su utópica empresa de
abarcar el universo en palabras, describe la convergencia de los
tiempos, la simultaneidad de las dimensiones temporales, en una
pequeña esfera tornasolada:
“Cerré
los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.
Arribo,
ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi
desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos
cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten
(…), el problema central es irresoluble: La enumeración, si quiera
parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he
visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró
como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición
y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que
transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Sin embargo, algo
recogeré.
En
la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña
esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. (…) Cada cosa (...)
era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los
puntos del universo.”
Tal
cual Borges predice, no logra,
mediante el lenguaje, describir la convergencia temporal a la cual
asiste. Es que el lenguaje escrito se tiende sobre los tiempos
pasado, presente y futuro, ya que emula el transcurrir del tiempo,
que en realidad no transcurre más que en el lector. Esta frontera
entre la fantasía del lector y el contenido del texto, es lo que la
música logra disolver. En una búsqueda similar, pero mediante la
composición musical (el orden del transcurso del tiempo), Zimmerman
logra una comunión entre el oyente (eventual lector) y la pieza,
degenerando el pasado, lo percibido, restringiendo al oyente a un
presente continuo. Es el Aleph de Borges lo que Zimmerman vio
en su música, su método plural. Y consciente
de su ventaja (la abstracción del lenguaje musical), desarrolló la
simultaneidad como idea, de diversas maneras.
En
cambio, Borges, consciente
de los límites de un lenguaje sucesivo, toma otro rumbo, y describe
en su relato “Utopía de un hombre que está cansado”, desde una
cosmovisión temporal ajena (ya que quien relata pareciera haber
viajado en el tiempo), los efectos de una realidad en la que el Aleph
ya no es una esfera, sino la realidad en sí.
Donde la simultaneidad no
significa todo sucediendo, sino la carencia del suceso. Es
decir, donde el presente es lo único que existe debido a la
disolución del pasado y la poca importancia del futuro: un mundo de
inmortales. Donde quienes pretenden un futuro elijen la muerte. Donde
el recuerdo de un pasado que no varía, se traduce en olvido, y el
único futuro posible es el fin, la muerte.
En
un trágico juego del destino, Zimmerman pareciera ser un personaje
más en la ficción de Borges. Este compositor se transforma en el
hombre cansado que, saliéndose del libreto, logra lo que
pretende: organizar el tiempo de tal manera que los sucesos dejan su
condición de suceso, para convertirse en un presente continuo, o un
confluir de lo sucedido en un presente que encierra al futuro, ya que
asegura que nada más sucederá, dando como resultado un oxímoron
musical: un instante interminable, que simplemente se detiene, y
revela, a su vez, la humildad de Zimmerman, que deja el vicio de la
pretensión (la eternidad) a un lado.
La
organización del tiempo (que es, según Zimmerman, la composición),
llega en una de sus últimas obras a un punto cúlmine. En Stille
und Umkehr (tal vez su deseo), logra representar, mediante
este lenguaje abstracto, no al todavía indescriptible Aleph, o la
simultaneidad de los sucesos en un mismo punto espacio-temporal, sino
al tiempo ajeno del Borges humilde, la utopía de un hombre cansado,
el presente como resto de un pasado igual (u olvido) y un futuro
infinito, y en tanto infinito, circular, sin porvenir que no haya
sucedido.