domingo, 29 de junio de 2014

El país del teatro callejero

Adivino, recién comenzado este ensayo, que algunos lectores harán las de disidentes con respecto al inicio (a ser en breve presentado) de mi texto.
Hay un país en el norte, que es el país del teatro callejero. El país en que el teatro callejero es la práctica común, sus habitantes son geniales intérpretes, y la arquitectura de cada personaje es compleja en sí misma.
Si bien cada país, cada cultura, tiene “típicos gestos”, o “típicas reacciones” frente a determinadas situaciones, en este país nórdico, los habitantes (los personajes) hacen uso, en el devenir de sus composiciones, de gags, yeites y pasos, previamente construidos. Es decir, no son sólo gestos, ya que comprenden una serie de gestos, una serie de acciones orgánicas unidas a un ruido, un vocablo, o, en los casos más severos, extensas frases.
Sucede que, al agruparse estos habitantes en pequeños grupos, inevitablemente se generan escenas, escenas teatrales, incluso con un guión. Sin director, sin ensayos, ya que la vida cotidiana provee de estos en cada esquina.
Al caminar por los jardines de Götte, se encuentra uno con estos actores, y puede uno disfrutar del más logrado teatro callejero jamás antes visto. Aveces comedia, otras veces drama, o simplemente algo de costumbrismo teutón.
El caso es que los gags comienzan a notarse en las personas a muy temprana edad, y hasta en los extranjeros que, ya habiendo vivido muchos años en este país, adoptan ciertas maneras. Ciertas posturas frente a ciertos temas, muecas acompañadas de sonidos, y sonidos acompañados de muecas. Constantes latiguillos, y quejas prefabricadas. Es que la aparente falta de minorías, pretende generalizar las opiniones, crear un deseo en común, y una queja común.
Explicado ya mi punto, paso al valor más grande de esta nación teatral: el público. Este es una novedosa forma de público activo. No sólo las escenas suceden en la calle (en los espacios públicos), sino que son estas, a su vez, acompañadas de un público que asume su condición de espectador, y con esta una responsabilidad implícita, tomar la posta y continuar con esta obra teatral infinita en su ceno íntimo, transportándola por todo el territorio, llevándola a cada hogar, a cada conversación. De la calle, a la mesa de cada familia, este teatro risomático se expande cual epidemia costumbrista.
Una teoría llegó a mi, en una charla con un colega músico en un parque. Una idea que se pregunta, qué rol cumple el actor sobre el escenario, en una obra de teatro, en un teatro. Si la calle provee a cada momento logradas escenas teatrales, sin necesidad de pagar un centavo, y de un realismo aterrador, ¿qué queda para el actor? ¿dónde queda el actor?
El actor continua en el teatro, o en cualquier espacio ganado por la actuación, pero cabe la posibilidad de que este, irremediablemente, eleve su ser a un nivel superior en la interpretación actoral (superior, no como un valor, sino como un ordenamiento lógico de las capas interpretativas en las que el actor se zambulle). Este nuevo nivel interpretativo consiste en actuar de un personaje que actúa.
Según esta idea, si un actor pretendiese interpretar a un ciudadano “común y corriente” de esta sociedad, a un tal, tendría que conocer primero al personaje que este fulano interpreta, y luego, aprendido el personaje superfluo, y aprehendido el personaje profundo, armar, final y redundantemente, un último personaje, que contenga, a su vez, a los dos anteriores. Cada personaje sobre el escenario tendrá entonces, una sub-psicología, una sub-historia con un sub-pasado, y deseos subterráneos, que, en caso de aflorar y superponerse a los deseos del personaje que habita en la superfície, y/o, a su vez, con el que el actor ha construido (o reciclado), podría producirse una superposición de comportamientos, que se verá sobre el escenario algo sobreactuado, y llevará a los actores, muy posiblemente, a recurrir a ademanes y gestos exagerados, y poco orgánicos. Y como aquí el público presente no será ese público perfecto que asimila obra y personajes

Lector. Oigame lector, haga de cuenta que me oye al leer estas toscas frases. Este texto no se trata del teatro, y creo que usted ya lo ha notado. Aquí lo importante son los personajes, sobre eso sí nos centramos en este escrito.

Para terminar de aclarar este asunto, este humilde aporte antropológico, introduciremos en la ecuación la idea de lo genuino. El papel de lo genuino es determinante, es lo que diferencia a este país nórdico y teatral, de cualquier otro país (de cualquier parte del mundo).
Estas son escenas, están montadas en escenarios callejeros. Hay una intencionaildad y una elección conciente de que así sea. No se trata de un genial proyecto de algún área de cultura municipal que decidió promover el arte mediante el teatro super-realista callejero, no. Se trata sólo de transeúntes cualquiera, que se toman el tiempo de actuar para este público involuntario, nosotros, los no actores.
Nada de lo que allí sucede, sobre esos nada improvisados escenarios, pareciera ser genuino. Ya que los fundamentos que llevan a estas personas a convertirse en actores callejeros, no son motivos suficientes. No son personas que viven en la miseria, no han sido excluidos de la sociedad (ya que tienen trabajo, una buena entrada de dinero mensual), han ido a la escuela, han tenido, y tienen (aún haciendo las de idiotas), muchísimas posibilidades de progreso; pero han elegido actuar. Han elegido regalarnos un motivo más para escribir un breve texto, en el cual aventurarnos. El teatro que en otros países se encuentra, por ejemplo, en los teatros, se vé (dependiendo, claro está, del género) como el “teatro público” en estas tierras.

En el país del teatro callejero, uno puede disfrutar, sin gasto alguno, de un teatro de calidad, ensayado, producido, profesional, que nada muestra en su superficie, y que nos divierte y nos enoja por momentos.