martes, 25 de noviembre de 2014

Abandonar a un personaje


La literatura puede escapar de Ulises y de Virgilio, a partir de la reencarnación de personajes abandonados, olvidados por sus autores.

Es cierto que la literatura universal abunda en recurencias, no sólo en lo que a la dramaturgia de sus historias respecta, sino también a sus personajes. Algunos de ellos, emblemas de la literatura, se pasean con diferentes nombres por infinita cantidad de libros de ficción.
Existen también grandes cantidades de personajes secundarios abandonados por sus autores. Personajes que sólo viven para ser olvidados. Son la parte no interesante de la vida de ciertos personajes principales, de los cuales se conoce en las novelas, todo sobre sus vidas, y es, en una pequeña porción de estas vidas, en la que los personajes abandonados a su vez viven.
En la colección “Dublineses” de James Joyce, en el relato “Eveline”, se cuenta la vida adolecente de una mujer proveniente de los barrios bajos de Dublin, que por obedecer a un fuerte mandato familiar impuesto por su padre, deja a su enamorado Frank, cuando decide no acompañarlo a este en su búsqueda de nuevos horizontes en Buenos Aires, Argentina. Entonces Frank aborda el barco y zarpa hacia América, y desaparece rápidamente de la vida de Eveline, y por lo tanto del texto. Joyce abandona a Frank, lo libra a su suerte. Y pasa a ser tarea del personaje ser tomado por otro autor, alguien que esté dispuesto a revelar tanto su porvenir, como su pasado (del cual ni una pista tenemos). La tarea de Frank pasa a ser (como dice Pirandello) un drama en si mismo. Es decir, su empresa es su historia. Historia que fue tomada prestada por mí (por ejemplo), para escribir el relato “Eveline”, que trata, ni más ni menos, de este abandonado personaje. He alojado a Frank (proviene de Joyce, claro) en mis letras, y le otorgué un presente (quizás no tan felís) y, aun más importante, un pasado. Escribí su historia. Este humilde e hipócrita acto solidario de mi parte, en nada se compara con los dos casos que a continuación desenredaremos.
Un conocido caso de adopción de personajes, es el que se manifiesta en el cuento de Borges “El fin”. Para el cual Borges recicla al gaucho Recabarren, quien fuera el dueño de la pulpería en la cual el Martín Fierro se bate a duelo con el Moreno. Este gaucho es quien presencia el duelo y quien rememora, a partir del duelo de Fierro, otro duelo, el que marcó su vida. Es decir: Borges adopta a Recabarren, hace lo propio de un autor al darle marco a su drama, pero no reniega de la génesis de este personaje, de la autoría de Hernández, y cuenta, en definitiva, lo que Hernández contó. En fin, la razón por la cual Recabarren existe.
El segundo de los casos de abandono de personajes es, tal vez, el más paradigmático. Pirandello, en su obra “Seis personajes en busca de un autor”, trata la problemática de los personajes abandonados en todo su esplendor, el tema de la obra es la implacable búsqueda de estos personajes, que saben, necesitan un autor que firme con su nombre y les brinde una razón de ser. Estos personajes son (existen) sin razón alguna (aunque no todos ellos sean concientes de esto). En este caso no se trata de personajes secundarios, sino poco interesantes, según Pirandello (quien, paradójicamente, le asigna roles principales a todos ellos en la obra en cuestión). Este último ejemplo tiene la particularidad de que el autor genera su propia energía, se cita a si mismo. Crea personajes para luego abandonarlos, y hacer una obra de teatro sobre ellos y su pesar (el drama de existir sin sentido).

Quizá derrape sobre el final, tomaré el riesgo. Pareciera hallarse, en los personajes olvidados, el resquicio de originalidad que, pese a conformarse de materiales preconcebidos, comprendería a las nuevas psicologías literarias, ya que son estos personajes, quienes cuentan con el deseo y la voluntad de trascender. Los personajes abandonados podrán ser en las nuevas escrituras, los Ulises y Virgilios de la interminable antigüedad.