La
literatura puede escapar de Ulises y de Virgilio, a partir de la
reencarnación de personajes abandonados, olvidados por sus autores.
Es
cierto que la literatura universal abunda en recurencias, no sólo en
lo que a la dramaturgia de sus historias respecta, sino también a
sus personajes. Algunos de ellos, emblemas de la literatura, se
pasean con diferentes nombres por infinita cantidad de libros de
ficción.
Existen
también grandes cantidades de personajes secundarios abandonados por
sus autores. Personajes que sólo viven para ser olvidados. Son la
parte no interesante de la vida de ciertos personajes principales, de
los cuales se conoce en las novelas, todo sobre sus vidas, y es, en
una pequeña porción de estas vidas, en la que los personajes
abandonados a su vez viven.
En
la colección “Dublineses” de James Joyce, en el relato
“Eveline”, se cuenta la vida adolecente de una mujer proveniente
de los barrios bajos de Dublin, que por obedecer a un fuerte mandato
familiar impuesto por su padre, deja a su enamorado Frank, cuando
decide no acompañarlo a este en su búsqueda de nuevos horizontes en
Buenos Aires, Argentina. Entonces Frank aborda el barco y zarpa hacia
América, y desaparece rápidamente de la vida de Eveline, y por lo
tanto del texto. Joyce abandona a Frank, lo libra a su suerte. Y pasa
a ser tarea del personaje ser tomado por otro autor, alguien que esté
dispuesto a revelar tanto su porvenir, como su pasado (del cual ni
una pista tenemos). La tarea de Frank pasa a ser (como dice
Pirandello) un drama en si mismo. Es decir, su empresa es su
historia. Historia que fue tomada prestada por mí (por ejemplo),
para escribir el relato “Eveline”, que trata, ni más ni menos,
de este abandonado personaje. He alojado a Frank (proviene de Joyce,
claro) en mis letras, y le otorgué un presente (quizás no tan
felís) y, aun más importante, un pasado. Escribí su historia. Este
humilde e hipócrita acto solidario de mi parte, en nada se compara
con los dos casos que a continuación desenredaremos.
Un
conocido caso de adopción de personajes,
es el que se manifiesta en el cuento de Borges “El fin”. Para el
cual Borges recicla al gaucho Recabarren, quien fuera el dueño de la
pulpería en la cual el Martín Fierro se bate a duelo con el Moreno.
Este gaucho es quien presencia el duelo y quien rememora, a partir
del duelo de Fierro, otro duelo, el que marcó su vida. Es decir:
Borges adopta a Recabarren, hace lo propio de un autor al darle marco
a su drama, pero no reniega de la génesis de este personaje, de la
autoría de Hernández, y cuenta, en definitiva, lo que Hernández
contó. En fin, la razón por la cual Recabarren existe.
El
segundo de los casos de abandono de personajes es, tal vez, el más
paradigmático. Pirandello, en su obra “Seis personajes en busca de
un autor”, trata la problemática de los personajes abandonados en
todo su esplendor, el tema de la obra es la implacable búsqueda de
estos personajes, que saben, necesitan un autor que firme con su
nombre y les brinde una razón de ser. Estos personajes son (existen)
sin razón alguna (aunque no todos ellos sean concientes de esto). En
este caso no se trata de personajes secundarios, sino poco
interesantes, según Pirandello (quien, paradójicamente, le asigna
roles principales a todos ellos en la obra en cuestión). Este último
ejemplo tiene la particularidad de que el autor genera su propia
energía, se cita a si mismo. Crea personajes para luego
abandonarlos, y hacer una obra de teatro sobre ellos y su pesar (el
drama de existir sin sentido).
Quizá
derrape sobre el final, tomaré el riesgo. Pareciera hallarse, en los
personajes olvidados, el resquicio de originalidad que, pese a
conformarse de materiales preconcebidos, comprendería a las nuevas
psicologías literarias,
ya que son estos personajes, quienes cuentan con el deseo y la
voluntad de trascender. Los personajes abandonados podrán ser en las
nuevas escrituras, los Ulises y Virgilios de la interminable
antigüedad.