viernes, 31 de enero de 2014

La emancipación del Mesías

(Crítica a la agenda)


La agenda furtiva deshace el porvenir. Ni lo disimula, ni lo disminuye, lo desintegra.
El exceso de puntos en el tiempo futuro forman, a la distancia, una línea temporal como la de los cuadernos de historia que pretenden determinar la historia contando algunos suceso anormales del pasado.
Esa línea que nos muestra lo que va a suceder en algunos meses, y que libra a algunos de la expectativa, es sumamente peligrosa. Porque nos priva, no sólo de sentirnos ansiosos, sino también de tener la certeza de que uno no tiene idea alguna de lo que el futuro de depara, tener un porvenir.
Uno jamás podría citar la tesis de Sócrates (según Platón) “sólo sé que no sé nada”, ya que al mirar en la agenda, uno podría replicarse “aunque sí sé que el viernes a las 17hs tengo cita con el doctor”.
Una agenda de futuro sobrecargado puede ser contraproducente para la salud, puede emanciparlo a uno del espíritu mesiánico, o de esa persona que, no se sabe bien cuando, vendrá, tocara el timbre e incomodará o animará a quien visite. Librarse de este personaje, del Mesías, es un camino del cual no se vuelve, es como la madurez de un humano o una fruta, en cualquiera de los casos, una vez maduro el ser o fruta, debe desprenderse de la rama, y ya no hay forma de que vuelva, su destino, ahora en el suelo, está escrito, agendado.
El “ojalá”, la sola idea del “ojalá”, es uno de los tesoros que el porvenir nos presta. La espontaneidad expresada como deseo, lo incierto del cumplimiento, o no, de lo deseado, un cierto descontrol.
Esta expresión existe en tanto exista el futuro, y el futuro es el presente continuo, el devenir del presente. Si yo me adelanto a ese devenir, desarmo un ciclo temporal que es el que da dinámica a nuestras vidas, y es así como aparece el estatismo en nuestras vidas, la contemplación infinita, la decisión de no vivir (un Schopenhauer de las agendas).
Anticipar el porvenir, decidir sobre nuestro futuro, delinearlo para luego, sin riesgo alguno, decidir nuevamente, sólo detiene el ritmo propio del acto de vivir.
Ahora bien: podemos hablar también de constelaciones futuras. Sugerencias de porvenir. Puntos en el futuro, alejados unos de otros, que, al tomar uno cierta distancia de la agenda, logra construir constelaciones de eventos. Manejarse con estas formas que a priori son sólo puntos centelleantes en el espacio, pero que en un aspecto macroformal delinean un futuro, puede ser útil en segmentos de tiempo extensos, años, por ejemplo.
Y en otro nivel agendístico nos encontramos con la rutina, o agenda tasita, que maneja los recortes de la vida, toda esa colección de cortezas que acumulamos durante las actividades no intelectuales, o inconcientes. Es decir, los retazos que quedan cuando, despiertos, nuestra conciencia y nuestros pensamientos se desactivan.
Los lineamientos futuros nos permiten recordar los recorridos pretéritos. Esto último es sin duda muy necesario, saber de qué esta hecho nuestro pasado, algo que una agenda vieja puede proporcionarnos.
Se me podría objetar (entre tantas cosas) lo siguiente: si bien la tendencia en Alemania es agendar la amistad mediante frases como “nos vemos hoy en una semana” o, estando en Julio responder: “¿ahora no puedo, pero, tendrás tiempo el 10 de octubre?”; podría decirse que este extremo control sobre los eventos futuros, no es más que un campo sumamente fértil para el imprevisto. Es decir, cuanto más planeado el futuro, más sabroso el imprevisto.
Creo que una objeción de este tipo intenta justificar un comportamiento que, lejos de buscar disfrutar del riesgo de lo desconocido, es sólo un devenir sociocultural inconciente. Algo que, si mal no recuerdo, me llamó mucho la atención durante mi primer año en Alemania.