lunes, 19 de mayo de 2014

Las esferas del siglo XX

Sobre el final de su carrera, el compositor Bernd Alois Zimmerman escribe su obra póstuma Stille und Umkehr (“Silencio y retrogradación”), y pareciera dejar en ella un mensaje no tan oculto, sino al contrario, claro y algo exacerbado.
En esta pieza no sucede mucho, pero esto poco que sucede, lo hace durante mucho tiempo. El material se presenta en los primeros minutos, y a partir de allí no sucede nada netamente nuevo. Se repiten y reaparecen los materiales, sea literalmente o con pequeñas variaciones, una y otra vez.
La percepción del oyente puede adormecerse por momentos (podríamos referirnos tanto a un oyente sin experiencia musical, o sencillamente sin experiencia como oyente, como a un músico). Sin embargo, y en tal caso, pese al eventual adormecimiento, al despertar, se encuentra uno siempre en un mismo universo, el universo sonoro Zimmerman. Y esto se debe, en parte, a que este compositor ha basado su trabajo de composición en la percepción del tiempo y sus aristas. Desde diferentes flancos, claro, pero siempre rondado los límites del presente, pasado y futuro.
Hasta aquí podríamos argüir que, tomando a otros compositores como materia de estudio (y teniendo en cuenta que Stille und Umkehr es una pieza bastante particular, y no necesariamente un eslabón más en una tendencia), el hecho de despertarnos cada vez en el universo propio del compositor sería algo usual, y hasta más frecuente, en estos otros casos (Sciarrino, Feldman, tal vez). Pero mi interés recae en Zimmerman por la forma en que este se ha referido a la percepción del tiempo, y al transcurso del mismo.
Desde los tres presentes de San Agustí, Zimmerman concibe el transcurrir del tiempo musical. Un tiempo que es sólo presente, un transcurrir continuo, que no deja, ni lleva a, sino que contiene un pasado y un futuro, una esfera temporal desde la cual Zimmerman contempla la simultaneidad de los presentes.
Esta suerte de adormecimiento no es más que el constante presente, la ausencia del porvenir, y en tanto nada vendrá, ningún pasado se dibuja detrás. Uno escucha al principio todo lo que escuchará más adelante, un material sonoro que sólo aparece para dar cuenta al oyente, de que el tiempo está transcurriendo.
Una idea similar (por no decir idéntica) surge también en el siglo XX en otro lugar del mundo (acaso algo similar ha sucedido con el minimalismo proveniente de Estados Unidos y el aire de minimalismo de Ligety en Hungría). El escritor argentino Jorge Luis Borges, en su utópica empresa de abarcar el universo en palabras, describe la convergencia de los tiempos, la simultaneidad de las dimensiones temporales, en una pequeña esfera tornasolada:
“Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten (…), el problema central es irresoluble: La enumeración, si quiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Sin embargo, algo recogeré.
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. (…) Cada cosa (...) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.”
Tal cual Borges predice, no logra, mediante el lenguaje, describir la convergencia temporal a la cual asiste. Es que el lenguaje escrito se tiende sobre los tiempos pasado, presente y futuro, ya que emula el transcurrir del tiempo, que en realidad no transcurre más que en el lector. Esta frontera entre la fantasía del lector y el contenido del texto, es lo que la música logra disolver. En una búsqueda similar, pero mediante la composición musical (el orden del transcurso del tiempo), Zimmerman logra una comunión entre el oyente (eventual lector) y la pieza, degenerando el pasado, lo percibido, restringiendo al oyente a un presente continuo. Es el Aleph de Borges lo que Zimmerman vio en su música, su método plural. Y consciente de su ventaja (la abstracción del lenguaje musical), desarrolló la simultaneidad como idea, de diversas maneras.
En cambio, Borges, consciente de los límites de un lenguaje sucesivo, toma otro rumbo, y describe en su relato “Utopía de un hombre que está cansado”, desde una cosmovisión temporal ajena (ya que quien relata pareciera haber viajado en el tiempo), los efectos de una realidad en la que el Aleph ya no es una esfera, sino la realidad en sí. Donde la simultaneidad no significa todo sucediendo, sino la carencia del suceso. Es decir, donde el presente es lo único que existe debido a la disolución del pasado y la poca importancia del futuro: un mundo de inmortales. Donde quienes pretenden un futuro elijen la muerte. Donde el recuerdo de un pasado que no varía, se traduce en olvido, y el único futuro posible es el fin, la muerte.
En un trágico juego del destino, Zimmerman pareciera ser un personaje más en la ficción de Borges. Este compositor se transforma en el hombre cansado que, saliéndose del libreto, logra lo que pretende: organizar el tiempo de tal manera que los sucesos dejan su condición de suceso, para convertirse en un presente continuo, o un confluir de lo sucedido en un presente que encierra al futuro, ya que asegura que nada más sucederá, dando como resultado un oxímoron musical: un instante interminable, que simplemente se detiene, y revela, a su vez, la humildad de Zimmerman, que deja el vicio de la pretensión (la eternidad) a un lado.

La organización del tiempo (que es, según Zimmerman, la composición), llega en una de sus últimas obras a un punto cúlmine. En Stille und Umkehr (tal vez su deseo), logra representar, mediante este lenguaje abstracto, no al todavía indescriptible Aleph, o la simultaneidad de los sucesos en un mismo punto espacio-temporal, sino al tiempo ajeno del Borges humilde, la utopía de un hombre cansado, el presente como resto de un pasado igual (u olvido) y un futuro infinito, y en tanto infinito, circular, sin porvenir que no haya sucedido.