martes, 17 de marzo de 2015

Seis horas, filósofos y personajes


Gombrowicz y Pettoruti juegan a Pirandello, desandando los ventajosos cruces del teatro, la filosofía y la pedagogía, frente a la renovada figura del aprendiz lector que busca generar conocimiento fresco.


La pedagogía y la filosofía son, sin duda, dos prácticas hermanas, ya que tanto la filosofía como la pedagogía se aprenden al practicarse y existen en tanto se practican. La pedagogía es, en esencia, filosofía. Que no conforme con el por qué, nos empuja a la pregunta del cómo. A su vez, la filosofía tiene un gran contenido de pedagogía, ya que parte fundamental del pensamiento y su síntesis o reducción, son sus expresiones. Cuanto más clara la pregunta, más clara la respuesta. Los caminos de estas dos prácticas no son dos sino incontables (cada práctica con incontables abordajes). Pero sucede, más que amenudo, que mediante la voluntad de un pedagogo filósofo, o filósofo pedagogo, el camino a recorrer en el basto campo de la filosofía logra alivianarse.
Ya muy enfermo, en su último mes de vida, al escritor polaco Witold Gombrowicz le proponen dar un curso privado (íntimo, en realidad) de filosofía. La intención en la propuesta de su esposa Rita y su colega Dominique, era la de acercarlo a una de sus primeras pasiones: la filosofía. Él acepta y resuelve hacer un recorrido por los lares filosóficos de 6 principales exponentes. Y me refiero a seis, porque si bien sobre el final se menciona a Nietzsche, el escritor polaco lo entiende a este último como escritor y no como filósofo. Gombrowicz enhebra a estos 6 filósofos con el hilo de la reducción del pensamiento. Es decir, desanda el camino que, según él entiende, ha recorrido el pensamiento occidental-centroeuropeo a lo largo de estos pensadores. La forma de hacerlo no es otra que con una especie de obra de teatro. Aclaremos que él no escribe una obra de teatro, sino que él mismo actúa un curso de filosofía, que consta de seis horas (y cuarto) distribuidas a lo largo de un mes (inevitable margen, debido a su trágico final). Gombrowicz actúa para su mujer y su colega escritor un curso, y ellos toman nota de su interpretación para luego reordenar estos apuntes en un libro (“Cours de philosophie en six heures un quart”). Esta obra tiene como personaje principal al escritor polaco, que hace de profesor de filosofía dando su curso basado en 6 filósofos: Kant, Schopenhauer, Hegel, Sartre, Heidegger y Marx (y, como ya dijimos, una breve aparición del escritor Nietzsche sobre el final); y enseña a partir de una parodia de sí mismo.
El profesor de filosofía de la Universidad Nacional de La Plata (Buenos Aires, Argentina) Carlos Pettoruti, parafrasea en su libro „Seis filósofos en busca de un lector“ (ed. Lerner, Buenos Aires, Argentina) al dramaturgo italiano Luigi Pirandello. Y, tal cual su título expresa, nos lleva, a lo largo de su libro, por un viaje filosófico, desde la antigua Grecia hasta la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, apoyándose en 6 pilares filosóficos: Sócrates, Santo Tomás, Kant, Kelsen, Radbruch y Cossio. En este segundo caso, tenemos a un profesor de filosofía que, haciéndose de un argumento teatral, nos enseña los fundamentos filosóficos del derecho jurídico mediante 6 filósofos (tal como hiciera Gombrowicz) y los „puentes históricos“ con menciones a otros filósofos. Ambos filósofos-pedagogos utilizan un medio de expresión como el teatro, para entreverar el contenido con la forma, logrando así, que la lectura de estos libros se desande rápidamente y en forma entretenida. El tedio, que ha sido por los años de los años el peor enemigo del estudio de la filosofía, se ve superado en estos dos intrépidos escritores y sus métodos de enseñanza. Pirandello, en una empresa similar, no enseña pero desata en su obra de teatro „Seis personajes en busca de un autor“ la bandada de preguntas existenciales que el Prof. Pettoruti y Gombrowicz supieron sintetizar o reducir en sus respectivas obras.

Esta breve triple reseña que aquí comparto, echa luz sobre un hecho que poco se toma en cuenta al formar parte de un público (no sólo en los ciruclos artísticos, sino a un nivel más amplio de la sociedad: un público espectador en general), y es que una de las funciones de la obra artística (sea literario, musical, plástica, etc...) es la de expresar ideas, pensamientos o sentimientos por medio de una reducción y desarrollo que permita entregar en oídos, ojos, y alma del espectador, un contenido moldeado, torneado y elaborado no sólo para su entendimiento, sino también para su aprehensión. Esta última posibilidad es la que abre las puertas del más profundo de los sótanos del arte, la aprehensión de una obra. No el entendimiento del arte, sino la percepción del arte y su contenido: un sonido, un gesto, una historia, una idea, un sentimiento, un color, una textura, etc... Como la filosofía requiere de un entendimiento, ya que este es uno de sus objetivos: no sólo preguntarse, sino también responderse para preguntarse nuevamente. La obra de Pirandello devino en nuevas versiones, reducciones de su contenido filosófico. La pedagogía se entrometió con un renovado estilo: generando conocimiento entre profesor y receptor, esquivando a los dinosaurios que de tanto en tanto se fosilizan en sus cargos lodazales, vomitando su saber caduco y sus formas arcaicas. Es aquí donde, nuevamente, Pettoruti y Gombrowicz sobresalen como pedagogos de la filosofía o, para un servidor, dos artistas de la pedagogía. Sus trabajos, respectivamente, son un llamado de atención, no para los jóvenes pedagogos (quienes aprenderán seguramente de estos dos maestros indirectos), sino para los renombrados profesores, escritores o divulgadores de saber, que se atan de las loas que el pasado les cantó y no son más que viejos roperos, repletos de mandamientos, metodos en desuso y varios trajes de fajina apolillados.