Gombrowicz
y Pettoruti juegan a Pirandello, desandando los ventajosos cruces del
teatro, la filosofía y la pedagogía, frente a la renovada figura
del aprendiz lector que busca generar conocimiento fresco.
La pedagogía y la filosofía son, sin duda, dos prácticas
hermanas, ya que tanto la filosofía como la pedagogía se aprenden
al practicarse y existen en tanto se practican. La pedagogía es, en
esencia, filosofía. Que no conforme con el por qué, nos
empuja a la pregunta del cómo.
A su vez, la filosofía tiene un gran contenido de pedagogía, ya que
parte fundamental del pensamiento y su síntesis o reducción, son
sus expresiones. Cuanto más clara la pregunta, más clara la
respuesta. Los caminos de estas dos prácticas no son dos sino
incontables (cada práctica con incontables abordajes). Pero sucede,
más que amenudo, que mediante la voluntad de un pedagogo filósofo,
o filósofo pedagogo, el camino a recorrer en el basto campo de la
filosofía logra alivianarse.
Ya muy enfermo, en su último mes de vida, al escritor polaco
Witold Gombrowicz le proponen dar un curso privado (íntimo, en
realidad) de filosofía. La intención en
la propuesta de su esposa Rita y su
colega Dominique, era la de acercarlo a una
de sus primeras pasiones: la filosofía. Él acepta y resuelve hacer
un recorrido por los lares filosóficos de 6 principales exponentes.
Y me refiero a seis, porque si bien sobre el final se menciona a
Nietzsche, el escritor polaco lo entiende a este último como
escritor y no como filósofo. Gombrowicz enhebra a estos 6 filósofos
con el hilo de la reducción del pensamiento. Es decir,
desanda el camino que, según él entiende, ha recorrido el
pensamiento occidental-centroeuropeo a lo largo de
estos pensadores. La forma de
hacerlo no es otra que con una especie de obra
de teatro. Aclaremos que él no escribe una
obra de teatro, sino que él mismo actúa un curso de filosofía, que
consta de seis horas (y cuarto) distribuidas a lo largo de un mes
(inevitable margen, debido a su trágico final). Gombrowicz actúa
para su mujer y su colega escritor un curso, y ellos toman nota de su
interpretación para luego reordenar estos apuntes en un libro
(“Cours de philosophie en six heures un quart”).
Esta obra tiene como personaje principal al escritor polaco, que hace
de profesor de filosofía dando su curso basado en 6 filósofos:
Kant, Schopenhauer, Hegel, Sartre, Heidegger y Marx (y, como ya
dijimos, una breve aparición del escritor Nietzsche sobre el
final); y enseña a partir de una parodia de sí
mismo.
El profesor de filosofía de la Universidad
Nacional de La Plata (Buenos Aires, Argentina) Carlos
Pettoruti, parafrasea en su libro „Seis filósofos en busca de un
lector“ (ed. Lerner, Buenos Aires, Argentina) al dramaturgo
italiano Luigi Pirandello. Y, tal cual su título expresa, nos lleva,
a lo largo de su libro, por un viaje filosófico, desde
la antigua Grecia hasta la Universidad
Nacional de La Plata, Argentina, apoyándose en 6 pilares
filosóficos: Sócrates, Santo Tomás, Kant, Kelsen, Radbruch y
Cossio. En este segundo caso, tenemos a un profesor de filosofía
que, haciéndose de un argumento teatral, nos enseña los
fundamentos filosóficos del derecho jurídico mediante 6 filósofos
(tal como hiciera Gombrowicz) y los „puentes históricos“ con
menciones a otros filósofos. Ambos filósofos-pedagogos utilizan un
medio de expresión como el teatro, para entreverar el contenido con
la forma, logrando así, que la lectura de
estos libros se desande rápidamente y en
forma entretenida. El tedio, que ha sido por los años
de los años el peor enemigo del
estudio de la filosofía, se ve superado en estos dos
intrépidos escritores y sus métodos
de enseñanza. Pirandello, en una empresa similar, no enseña
pero desata en su obra de teatro „Seis personajes en busca de un
autor“ la bandada de preguntas
existenciales que el Prof. Pettoruti y
Gombrowicz supieron sintetizar o reducir en sus
respectivas obras.
Esta breve triple reseña que aquí
comparto, echa luz sobre un hecho que poco se toma en cuenta al
formar parte de un público (no sólo en los ciruclos
artísticos, sino a un nivel más amplio de la sociedad: un público
espectador en general), y es que una de las
funciones de la obra artística (sea literario, musical, plástica,
etc...) es la de expresar ideas, pensamientos o
sentimientos por medio de una reducción y desarrollo que
permita entregar en oídos, ojos, y
alma del espectador, un contenido moldeado, torneado y elaborado no
sólo para su entendimiento, sino también para su aprehensión.
Esta última posibilidad es la que abre las puertas del más profundo
de los sótanos del arte, la aprehensión
de una obra. No el entendimiento del arte, sino la percepción del
arte y su contenido: un sonido, un gesto, una historia, una idea, un
sentimiento, un color, una textura, etc... Como la filosofía
requiere de un entendimiento, ya que este es uno de sus objetivos: no
sólo preguntarse, sino también responderse para preguntarse
nuevamente. La obra de Pirandello devino en nuevas versiones,
reducciones de su contenido filosófico. La pedagogía se entrometió
con un renovado estilo: generando conocimiento entre profesor y
receptor, esquivando a los dinosaurios que de tanto en tanto se
fosilizan en sus cargos lodazales, vomitando su saber caduco y sus
formas arcaicas. Es aquí donde, nuevamente, Pettoruti y Gombrowicz
sobresalen como pedagogos de la filosofía o, para
un servidor, dos artistas de la
pedagogía. Sus trabajos, respectivamente, son un
llamado de atención, no para los jóvenes pedagogos (quienes
aprenderán seguramente de estos dos maestros indirectos), sino para
los renombrados profesores, escritores o divulgadores de saber, que
se atan de las loas que el pasado les cantó y no son más que viejos
roperos, repletos de mandamientos, metodos en desuso y varios trajes
de fajina apolillados.