sábado, 6 de febrero de 2016

Sonidos y distancias


Felisberto Hernández: escritor y (antes) compositor.

„Después apagaba la luz y seguía despierto hasta que oía entrar por la ventana ruidos de huesos serruchos, partidos con el hacha, y la tos del carnicero“ („El acomodador“ - Felisberto Hernández). Así describe el sonido que precede al sueño de su personaje El Acomodador, el escritor uruguayo Felisberto Hernández. Un sonido que entra por la ventana al mejor estilo Cage y que funciona como arrullo para conseguir finalmente desconectar los pensamientos y dormir. Toda la atención del Acomodador se concentra en las complejas sonoridad del afuera y sus volúmenes intermitentes. La principal cualidad de los sonidos que el carnicero produce al prepara la res, es la distancia, es decir que estos sonidos no se encuentren del todo cerca, y esta lejanía dota al sonido mismo de incertidumbre y produce en el oyente un estado de percepción diferente al del habitual. Este estado se encuentra en los límites de la conciencia. Para escuchar cada ápice del ruido alejado, la percepción debe agudizarse y para ello es necesario limpiar el oído de otras señales que perturben.
„Las Hortensias“ es uno de los pocos (sino el único) cuentos que Felisberto Hernández ha escrito en tercera persona. Esto podría significar que, pese a la divergencia del personaje personaje y el escritor, tal vez haya más de Felisberto en el coleccionista de muñecas que en tantos otros cuentos en los que el mismo escritor es la figura principal, que a su vez relata. La diferencia radica en que, mientras en los cuentos relatados en primera persona los sucesos pertenecen a un plano externo de su ser: sean ocurrencias, anécdotas o historias que le contaron; en „Las Hortensias“ el escritor nos lleva a uno de los rincones más oscuros en su interior. Allí donde las contradicciones profanas afloran. En este mismo relato nos encontramos con una de las texturas sonoras más complejas que Felisberto ha descrito. Una intrincada mezcla de convenciones y distancias. Las obras interpretadas al piano durante los paseos nocturnos del coleccionista se mezclan con los sonidos lejanos de las máquinas del vecino. Esas máquinas sobre las cuales nada sabemos, pero parecieran funcionar día y noche, y que este hombre ha escuchado desde niño, desde que tiene memoria. La relevancia de estos sonidos se refleja en el mismísimo comienzo del relato. En las primeras líneas se lee: „Al lado de un jardín había una fábrica y los ruidos de las máquinas se metían entre las plantas y los árboles“.

Esta textura sonora se compone de varios planos. En un primer plano está la convención. Según el hombre alto de la casa negra, el sonar ideal del piano es cuando este se entrelaza con el constante sonar de las máquinas de atrás del jardín. Un sonido musical convencional como es el piano, acompañado de una fuente poco convencional como son las máquinas. Una segunda instancia es la distancia. Este aspecto se divide en dos: la distancia espacial y la distancia temporal. Las máquinas suenan musicales porque se encuentran lejos. Como ya dijimos, la lejanía juega un rol fundamental en la musicalidad de los sonidos. Eso que significa ruido, se transforma en música a la distancia, a diferencia de la cercanía que el piano requiere, para continuar siendo un piano y no un murmullo sonoro. Por otra parte, estos sonidos mantienen también distancias en los recuerdos del personaje. El piano en un plano actual, sonando en el momento; y las máquinas en un plano pretérito, desde sus recuerdos. En este paisaje sonoro confluyen: tiempo (presente y recuerdos), espacio (distancia) y convenciones (resignificación sonora). Pero hay un tercer factor en la música de Felisberto Hernández, y es el de la incertidumbre. Dentro del entramado sonoro que se nos describe, diferenciamos una tercera fuente. Esta fuente sonora es poco clara y se encuentra oculta detrás de los sonidos del piano y las máquinas. Son sonidos intrusos, no musicales, los cuales al prestarles especial atención desaparecen. Estas irrupciones son para el escritor uruguayo una paradoja. Forman parte vital del entramado sonoro que acompaña su relato, pero no deberían estar allí. Se trata de la irremediable realidad y sus problemas. Estos sonidos que Felisberto (el Felisberto interior) no puede aislar, son los que alimentan sus contradicciones y mezclan sus sentimientos. Son los sonidos del devenir de una historia: rechinares de puertas, voces que susurran y articulaciones defectuosas. Aveces son reales y otras sólo producto del deseo de encontrar, detrás de ese paisaje sonoro, un jardín, una verdad que nunca será revelada: las máquinas y sus hermosas melodías.