miércoles, 10 de agosto de 2016

¿Quién soy? ¿De qué juego?

La identidad y el futbol 5



Mudarse a otro país significa, entre otras cosas, mudar de piel. Es decir, quienes lo conocen a uno en la nueva nación, no verán a quien dejó atrás su hogar, sino un hombre con una resplandeciente piel nueva. Si partiéramos de la base de que, en una primera instancia, somos para los demás tan sólo espejos en los cuales los prejuicios de los otros se reflejan, entonces todo lo que se encuentra detrás de este espejo es, en principio, tema pura y exclusivamente nuestro. Nosotros no podemos decidir a temprana edad quiénes somos ya que todavía no hemos sido alguien, y luego, cuando nuestro entorno conoce cada ápice de nuestras histerias, virtudes y miserias, se dificulta (si fuera necesario) armarse nuevamente detrás del espejo que, en este segundo caso, ya no es tal, sino sólo una superficie traslúcida sobre la cual nuestro ser se ha conformado.
Mudarse a otro país significa también mudarse de gente. El entorno social y los allegados son otros, y uno corre con la gran ventaja de poder lijar asperezas de la propia personalidad detrás de la nueva piel. No nos perfeccionamos, sino que somos más consientes de nosotros mismos. Este raro fenómeno varía de acuerdo al entorno en el que uno se mueve, nosotros pasamos a ser quienes queramos, dependiendo de con quiénes estemos, es decir, dejamos de ser un ser social para transformarnos en un seres sociales.
Acercándose el fin de semana, a mi teléfono celular comienzan a llegar mensajes de 3 grupos de contactos, que empiezan a organizar el fulbito del finde. El primero de los grupos es el de estudiantes de la universidad de música, que comienza a funcionar con una iniciativa simple: alguien escribe un número 1 y con el pasar de los minutos otros números comienzan a aparecer (2, 3, 4…). Así sucesivamente hasta que el número sea significativo y permita armar un típico picadito. Este grupo lo conformamos principalmente estudiantes de música (hombres y mujeres) de tantísimas nacionalidades, de diversas partes del mundo. El promedio de edad es de entre 19 y 28 y las prioridades de la mayoría de los/as jugadores/as se reducen al estudio. Suelen jugarse partidos relajados, sin faltas, sin chicanas, sin mucho grito; y sólo aveces los juegos se extienden infinitamente porque el hambre de gloria se apodera de las jóvenes e inestables almas artísticas. El segundo grupo suele activarse casi al final del fin de semana, ya que en realidad sus tertulias deportivas tienen lugar los lunes en la noche. Este grupo lo conformamos mayormente padres de familia (en su mayoría profesionales). En este grupo hay sólo hombres, mayormente de nacionalidad alemana (con algunas excepciones: por ejemplo yo). Si algo caracteriza a estos partidos es la baja demanda deportiva. Por supuesto que sólo por el hecho del inexorable dinamismo del grupo de futbol 5, en el que no se suelen repetir los equipos, cada partido puede guardar alguna sorpresa. Pero lo cierto es que el „buen comportamiento“ y el juego comedido son los pilares de este segundo grupo: hasta hay quien lleva las estadísticas de los juegos. El tercer y último grupo juega siempre los sábados. Este grupo es el que más llama mi atención. En este grupo la excepción es un joven alemán, ya que todos los demás provenimos del extranjero: Iran, Turquía, Argentina, Siria, etc… En estas canchas el griterío es constante, el juego suele detenerse por faltas fuertes, o caídas exageradas o simplemente fallos arbitrales polémicos (aunque no haya árbitro). Este grupo se rige por las más fuertes normas del respeto. Los insultos, los topetazos y las rabietas surgen cada segunda jugada, pero el respeto es inquebrantable. Sólo cuando estas normas tácitas se rompen, es que el juego comienza a terminarse. Un ejemplo de esto sería el siguiente: no es de esperarse que en este grupo un jugador del equipo que lleva una amplia ventaja en el marcador, ensaye un túnel por entre las piernas de un contrario, pretendiendo dejarlo en ridículo. Esto genera problemas con los contrarios y con los compañeros de equipo. Este tercer grupo lo conformamos personas de entre 25 y 35 años, estudiantes, profesionales, trabajadores de oficio, y quienes se la rebuscan. 
Formo parte de los tres grupos, que juegan un mismo deporte pero bajo diferentes reglas socioculturales. Los valores varían de cancha en cancha y quienes se miran en mi espejo también. Por eso me pregunto, ¿soy yo las tres veces el mismo? ¿O soy quiénes en mi se reflejan, dependiendo del partido? Lo cierto es que en los tres grupos suelo jugar de los mismo, y no me refiero a una posición en el campo (en futbol 5 esto es bastante relativo) sino a mi forma de jugar. Si tuviera que ser sincero en este falso ensayo, tendría que develar para quienes me conocen en Argentina un par de mentiras y para quienes me han conocido en Alemania reafirmar ciertas verdades: buscar el hueco, asociarme, ordenar, tocar rápido y simple, enfriar cuando hay que enfriar y acelerar cuando hay que acelerar, son premisas que comencé a practicar en Alemania. Todas ellas me son ajenas en las canchas argentinas, ya que nunca me caractericé por ser un jugador „táctico“ sino más bien fuerte o físico. No hablo de jugar bien o mal, sino sencillamente de jugar.
Esta es una de las tantas mutaciones que he sufrido durante la vida en el extranjero. Por supuesto que la paternidad abrió en mí las puertas (los portones) de la madurez y todos sus pliegues, y esta se refleja hasta en mi forma de juego (que mucho dista de ser „vistosa“). ¿Qué otras cosas seré y no seré aquí en la lejanía? ¿En qué otros aspectos habré cambiado? ¿De qué juego yo? Algunas cuestiones sí parecieran estar más o menos claras: soy los tres grupos, soy sábado de gritos y respeto, domingo despreocupado de todo el hoy y soy lunes de estadísticas. Aparentemente me he convertido en un salón espejado, de entrada gratuita y para todo público, con horario corrido de atención. Imagino un cartel en la entrada: „Venga y mírese con atención, deme de ser“.