miércoles, 8 de marzo de 2017

Lxs


Acercándonos a otro Día Internacional de la Mujer, brotan nuevamente necesarias pero añejadas discusiones socioculturales.

Entre tantas otras historias, cuentan en mi familia que una de mis bisabuelas por parte materna fue la primer mujer en la familia en obtener el registro de conducir. En la década del 20 el registro significó para ella la expansión de su libertad. Su padre, quien había adquirido el Fort A, no lo manejaba por encontrarse ya muy anciano y su hermano no tenía interés alguno en aprender a manejar, luego de estrellar el auto contra una pared al intentar utilizar la reversa. Entonces ella era quien disponía del auto, el más moderno y práctico medio de movilidad. Contaba Elena a sus nietas, que un problema que ella tenía, era que su largo vestido se enredaba en los pedales y la palanca de cambio, dificultándole el manejo. En esa época la mujer usaba vestido largo, o mejor dicho, y teniendo en cuenta la importancia de una convención: la mujer debía usar vestido largo, porque otras prendas serían mal vistas. Tampoco era posible arremangárselo, ya que esto podría haber generando disgusto en un eventual copiloto masculino. Tan sólo comparando aquellos tiempos con los que corren podremos entender la magnitud de dicha convención: hoy en día ninguna mujer tendría problemas en utilizar los pedales o caja de cambios de su auto por deber usar tal o cual prenda de ropa. No sólo el tiempo sino también el esfuerzo y la persistencia de otras tantas mujeres anónimas, han logrado que estos deberes, convenciones e imposiciones sean hoy un recuerdo, o, en el peor de los casos, reprochables situaciones a denunciar.
No obstante, bajo nuevas formas de expresión y nuevas técnicas de implementación, la misoginia persiste firme en el presente. Este año, en medio de las sesiones del Parlamento Europeo en el marco de la discusión sobre la brecha salarial existente entre hombres y mujeres, retrotrayéndonos a tiempos de vestidos enredados en pedales, el Eurodiputado polaco Korwin-Mikke se refirió a las mujeres como “más débiles y menos inteligentes que los hombres“, bajo el ingenuo argumento de que allá en tiempos de olimpíadas griegas las mujeres ocupaban el puesto 800 (en algún tipo de ranking) y que entre los primeros 100 puestos de lxs actuales mejores jugadorxs de ajedrez del mundo no se encuentra ninguna mujer. Más allá de que un ranking mundial de ajedrecistas no suponga una lista de las personas más inteligentes del mundo (lisa y llana inteligencia) y que difícilmente la referencia a la antigüedad represente ápice alguno de la realidad contemporánea; el que un comentario de este tipo tenga lugar durante las sesiones del Parlamento Europeo en nuestros tiempos, es preocupante. Descartada la posibilidad de que el comentario de Korwin-Mikke se trate de una chicana política, debido a su fin misógino, nos encontramos frente a un mal curado problema de fondo de tantas sociedades en diversas partes del mundo. A todo esto, y también gracias a los tiempos que corren, en esa misma sesión e inmediatamente después del exabrupto, la diputada por España respondió al infundado comentario aclarando que ella se encontraba allí para defender a las mujeres europeas de hombres como él.
Más allá de que las necesarias discusiones sobre temas del tal calibre se vean vejadas por agresivas intervenciones, lamentablemente es cierto que una parte de la sociedad (en este caso la polaca, pero pudiéndose tratar de la alemana, la francesa, la danesa o la estadounidense, por ejemplo) elige como parlamentarixs, tanto en el parlamento nacional como en el europeo, a representantes que no sólo pregonan este tipo de ideas misóginas sino que pretenden implementarlas y/o hacerlas perdurar. Y no es sólo la igualdad de género contra lo que se destacan dichxs representantes, sino también contra la igualdad en términos generales, o mejor dicho la integración: políticas migratorias, sin importar sexo o religión. Se conoció el dato de que la entrada de Korwin-Mikke al parlamento europeo se debió al fuerte apoyo (logró un 28,5% de los sufragios) por parte de lxs polacos de entre 18 y 25 años en las elecciones de 2014. El rango de edad de lxs votantes es preocupante y potencialmente peligroso, pero lo que no se especifica es si se tratan de votantes polacos o de votantes polacos y polacas, lo cual significaría una diferencia sustancial para el análisis de este caso. Korwin-Mikke es una de las tantas apariciones cíclicas del populismo centroeuropeo (y sus nombres de pila de a cuerdo a la época), las cuales no parecieran responder sólo a una determinada circunstancia, sino también a una lamentable e inherente cualidad deshumanizante que se replica cada tanto en algunas minorías de turno. Estas son ideas fijas e inmutables que se basan en peligrosas falacias que, por ejemplo, el hace poco fallecido filósofo Todorov ha sabido desglosar.

Ya no resulta increíble que lxs representantes de las minorías que creen en un sueldo inferior para la mujer, o que lxs inmigrantes (dependiendo del poder económico de dichxs inmigrantes) son la causa de un debilitamiento cultural, o de la creciente inseguridad, se manifiesten hoy despreocupadamente sobre estas cuestiones aludiendo  una políticamente incorrecta forma de expresarse. Pese a todo esto, los cambios están sucediendo y su continuidad y perdurabilidad dependen tanto de lxs representantes en el poder como de lxs representados. La inmediatez de un cambio, como por ejemplo sería la igualdad de género en los tantísimos espacio socioculturales en los cuales esta no se contempla, puede que tenga lugar en los reductos políticos, allí donde una decisión puede torcer el timón de una vez. Pero la profundidad de un cambio, su arraigo y efecto, tiene sin duda lugar en el llano, allí donde cualquier ciudadanx puede tomar partido, la cotidianidad. Las propuestas son de lo más variadas: cambios en el lenguaje en los medios de difusión, tanto en el plano escrito como en el verbal, para evitar la sonoridad del masculino en los artículos y sustantivos del plural mixto. La utilización de líneas de comunicación directa frente a la violencia de género. La denuncia de dichos actos de violencia. Diversas actividades informativas para tomar conciencia al respecto, tanto en el ámbito artístico como en el político. Integración a partir de los espacios de expresión artística (orquestas, performances colectivas, etc…). El cambio está encausado en cada uno de nosotros y, acercándonos al Día Internacional de la Mujer, valdrá la pena apoyar estas iniciativas y observar, ya no sólo conmemorativamente y con mayor empeño, si el necesario cambio sociocultural continúa a paso firme su rumbo, si la bisabuela Elena, con su reluciente registro en mano y sin enredo alguno presionará, con sus despreocupadas pantorrillas desnudas, el embrague, el freno o el acelerador.